Compartir El libro de Urantia

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Geri Johnson

De Geri Johnson, fideicomisaria asociada, Hawái (Estados Unidos)

Como estudiantes de El libro de Urantia, sabemos que nuestro gran privilegio es compartir la verdad, llevar la comprensión de Dios a este mundo confuso y vivir el mensaje del amor de Dios para todos sus hijos. No es una cuestión de divulgar la quinta revelación de época, sino de cómo lo hacemos.

Atesoramos colectivamente un tesoro de lecciones valiosas sobre cómo compartir El libro de Urantia, que ofreceremos como una nueva serie de este boletín. Muchos aprendimos a hablar con los demás sobre esta revelación aprendiendo en primer lugar lo que no se debe hacer. La buena noticia es que nos beneficiamos de las experiencias, nuestras y de los demás. Nuestras peores experiencias puede que hayan sido nuestro mejor maestro. Ahora me gustaría hablarles sobre mis peores y mis mejores experiencias al compartir El libro de Urantia.

La peor: mi hermana

Antes de leer los párrafos siguientes, déjenme decir que, en mi defensa, tenía veintipocos años y buenas intenciones, estaba inspirada a conciencia en las enseñanzas de El libro de Urantia y era una completa inepta.

Cuando intenté transmitir a mi hermana lo que había descubierto de este destacable libro cometí varios errores graves, como ofrecer demasiado y demasiado pronto y no percibir las reacciones y necesidades del oyente. Tenía ese «celo de cruzado» de compartir el libro. Había aceptado hacía poco las enseñanzas de El libro de Urantia y no podía dejar de hablar sobre él; por desgracia, lo hice de manera autoritaria.

En un torrente de palabras (historias, conceptos, ideas), mi hermana oyó que nuestro planeta era un mundo diminuto de un vasto cosmos organizado, supo de los ayudantes de espíritu, a dónde vamos cuando morimos y nuestro viaje al Paraíso. Seguí con la historia de Urantia, en particular los acontecimientos que rodearon a las dos primeras revelaciones de época. No me di cuenta en absoluto de que me estaba escuchando por educación, no porque le interesara realmente. Cuando le hablé de Adán y Eva su escepticismo se me escapó, aunque se fue haciendo obvio que ella no me creía. Cuando su mirada empezó a mostrar que estaba abrumada, ¿paré? ¡No! Cambié de tema y empecé a hablarle sobre la vida de Jesús y que él era en realidad nuestro Hijo Creador.

Para entonces seguramente ella estaba pensando: «¿Cuándo dejará de hablar?» y «¡Está loca!». No ayudó que dijera constantemente «El libro de Urantia dice…». En mi ciego entusiasmo no podía imaginar que nadie, en especial alguien tan cercano para mí como mi hermana, no amara este libro. En favor de mi hermana diré que ella me sigue queriendo, aunque no me habló de Dios ni de El libro de Urantia nunca más.

La mejor: una amiga

35 años después

Una amiga y yo disfrutábamos de paseos los domingos por la mañana junto a la costa y después nos recompensábamos con café y pastas. Esta amiga tenía un trasfondo cristiano, aunque seguía explorando otras religiones y conceptos de nueva era. Era abierta y estaba buscando. Mientras ella expresaba sus pensamientos, yo buscaba y reforzaba las verdades que contenían, ampliaba sus pensamientos o los enlazaba con una idea relacionada. Para entonces, había asimilado en mi ministerio el consejo de Jesús de no quitar nada de una persona, solo añadir ideas a su pensamiento.

De esta manera, podía decir algo como «yo también lo creo, y estas son algunas cosas sobre las que pienso». Alternativamente podía ofrecer una pregunta abierta, como «¿has pensado sobre…?» o «¿piensas que es posible que…?».

Durante uno de nuestros paseos, mi amiga empezó a hablar de Jesús y le pregunté: «¿Qué crees que hizo durante los primeros años de su vida?», y más adelante: «¿Crees que Jesús siempre supo que era el Hijo de Dios, o que tuvo que llegar a ese conocimiento?»

Una vez hablamos sobre la continuidad de la vida, pues ella valoraba los méritos de la reencarnación frente al cielo y al infierno del cristianismo. Y entonces me preguntó lo que pensaba. Dada una respuesta directa, compartí con ella lo que yo creía. Intentando decirlo de manera sencilla, le expliqué que después de dejar este mundo despertamos en una nueva forma y nos llevamos lo que hemos aprendido sobre la verdad, la belleza y la bondad que reside en el alma y la personalidad. Ese es nuestro nuevo punto de partida. Progresamos junto con nuestro espíritu interior, esfera a esfera, hasta el Paraíso. Nuestra meta es conocer a Dios y ser como él.

«¿De dónde sacaste esa idea?», preguntó. Y respondí: «Leo mucho».

A la semana siguiente, ella comenzó la conversación con «¿Cómo se llama el libro o libros que has leído?». Pasamos las dos horas siguientes hablando de El libro de Urantia. Al día siguiente le entregué un libro y, una semana después, con una tercera amiga, comenzamos un grupo de estudio que duró cinco años y terminó solo cuando las dos nos mudamos a ciudades diferentes.

Una más: la tercera amiga

Como me acababa de mudar a una nueva ciudad, estaba abierta a entablar nuevas amistades. Ya que parecíamos tener mucho en común, una colega y yo hicimos planes para cenar. Si bien no recuerdo la conversación original o cómo llegamos a ese punto, pregunté: «¿Qué crees que pasa después de morir?». Mi colega comenzó a explicarme los mundos mansión. Ella no usaba esos términos mientras hablaba sobre la progresión del alma y la personalidad, de las experiencias y el crecimiento en el universo a medida que aprendemos a volvernos uno con Dios, para luego vivir una vida eterna de servicio. Podía sentir que mi sonrisa se iba haciendo cada vez más grande. Cuando terminó, le dije que creía en todo lo que acababa de decir y añadí que lo había leído en El libro de Urantia. Solo había llegado hasta ese punto de mi declaración cuando ella sonrió y dijo: «Yo también». Ella es la tercera amiga que mencioné anteriormente. Si bien nuestro grupo de estudio vio ir y venir a otros miembros, las tres seguimos siendo el núcleo principal. Por supuesto, ahora tenemos un vínculo eterno a pesar de vivir en lugares diferentes.

Únanse a nosotros

Les invitamos a que envíen su historia favorita sobre compartir El libro de Urantia. Pueden incluir lo mejor, lo peor o las dos cosas. Puede ser un párrafo o varios. Su colaboración puede ayudar a otros a medida que progresamos en nuestros esfuerzos para diseminar la quinta revelación de época a la humanidad. Pueden enviar sus historias a Tamara Strumfeld ([email protected]) o a Geri Johnson ([email protected])

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