Documento 127 - Los años de la adolescencia

   
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El libro de Urantia

Documento 127

Los años de la adolescencia

127:0.1 (1395.1) CUANDO JESÚS entró en la adolescencia se encontró como cabeza y único sustentador de una familia numerosa. Pocos años después de la muerte de su padre habían desaparecido todas sus propiedades. A medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más consciente de su preexistencia e iba comprendiendo más plenamente que estaba presente en la tierra y en la carne con el propósito expreso de revelar a su Padre del Paraíso a los hijos de los hombres.

127:0.2 (1395.2) Ningún adolescente que haya vivido o vaya a vivir en este mundo o en cualquier otro mundo ha tenido ni tendrá nunca problemas tan serios que resolver ni dificultades tan intrincadas que desenredar. Ningún joven de Urantia será llamado nunca a pasar por conflictos tan arduos o situaciones tan exigentes como los que tuvo que afrontar Jesús durante el duro periodo de su vida entre los quince y los veinte años.

127:0.3 (1395.3) Al haber probado así la experiencia real de vivir sus años de adolescencia en un mundo asediado por el mal y confundido por el pecado, el Hijo del Hombre adquirió un conocimiento pleno de la experiencia vital de los jóvenes de todos los mundos de Nebadon y se convirtió para siempre en el refugio comprensivo de los adolescentes angustiados y perplejos de todas las edades y todos los mundos del universo local.

127:0.4 (1395.4) De forma lenta pero segura y mediante una experiencia efectiva, este Hijo divino se va ganando el derecho a convertirse en el soberano de su universo, en el dirigente supremo e incontestable de todas las inteligencias creadas en todos los mundos del universo local, en el refugio comprensivo de los seres de todos los tiempos con sus diversos grados de experiencia y dotes personales.

1. El decimosexto año (10 d. C.)

127:1.1 (1395.5) El Hijo encarnado tuvo una infancia y una niñez sin acontecimientos destacables. Tras pasar por la conflictiva etapa de transición entre la niñez y el comienzo de la edad adulta, se convirtió en el Jesús adolescente.

127:1.2 (1395.6) Ese año alcanzó su pleno desarrollo físico. Era un joven viril y bien parecido. Se volvió cada vez más sobrio y serio, pero era amable y comprensivo. Su mirada era amable pero escrutadora, su sonrisa era siempre encantadora y reconfortante. Su voz era musical pero llena de autoridad, su saludo cordial pero sin afectación. Siempre, incluso en el más común de los contactos, parecía traslucir su doble naturaleza humana y divina. Se mostraba en todo momento como una combinación de amigo cordial y maestro acreditado. Estos rasgos de su personalidad empezaron a manifestarse muy pronto, ya desde la adolescencia.

127:1.3 (1395.7) Este joven físicamente fuerte y robusto había alcanzado también el crecimiento completo de su intelecto humano, no la experiencia plena del pensar humano sino la plena capacidad para ese desarrollo intelectual. Poseía un cuerpo sano y bien proporcionado, una mente aguda y analítica, una disposición amable y comprensiva, un temperamento algo fluctuante pero enérgico. Todos estos rasgos se estaban combinando para constituir una personalidad fuerte, impactante y atractiva.

127:1.4 (1396.1) Con el paso del tiempo Jesús resultaba cada vez más incomprensible para su madre y sus hermanos. Tropezaban con lo que decía e interpretaban mal lo que hacía. Todos eran incapaces de comprender la vida de su hermano mayor porque su madre les había dado a entender que estaba destinado a ser el libertador del pueblo judío. Después de haber recibido de María estas insinuaciones como secretos de familia, imaginad su confusión cuando Jesús desmentía abiertamente cualquier idea o intención de ese tipo.

127:1.5 (1396.2) Ese año Simón empezó a ir a la escuela y se vieron obligados a vender otra casa. Santiago empezó a encargarse de la enseñanza de sus tres hermanas, dos de las cuales ya tenían edad para empezar a estudiar en serio. En cuanto Rut creció, la pusieron en manos de Miriam y Marta. Las chicas de las familias judías solían recibir poca educación, pero Jesús sostenía (y su madre estaba de acuerdo) que las chicas debían ir a la escuela igual que los chicos. Dado que la escuela de la sinagoga no las admitía, lo único que se podía hacer era montar una escuela en casa para ellas.

127:1.6 (1396.3) Jesús no pudo separarse en todo el año de su banco de carpintero. Afortunadamente tenía trabajo de sobra; lo hacía con tanta calidad que nunca estuvo parado aunque escaseara el trabajo en esa región. A veces tenía tanto que hacer que Santiago venía en su ayuda.

127:1.7 (1396.4) Hacia finales de ese año tenía ya muy claro que, en cuanto criara a su familia y los viera casados, iniciaría públicamente su trabajo como maestro de la verdad y revelador del Padre celestial al mundo. Sabía que no se iba a convertir en el Mesías que esperaban los judíos y había llegado a la conclusión de que era prácticamente inútil hablar de estas cosas con su madre. Dado que María había hecho poco o ningún caso de todo lo que él le había dicho en el pasado, y recordando que su padre nunca había podido decir nada que la hiciera cambiar de opinión, se resignó a dejar que pensara lo que quisiera. A partir de ese año habló cada vez menos con ella ni con nadie de estos problemas. La suya era una misión tan singular que nadie que viviera en la tierra podía aconsejarle sobre cómo llevarla a cabo.

127:1.8 (1396.5) A pesar de su juventud era un verdadero padre para su familia. Pasaba todas las horas posibles con los niños, y ellos lo amaban de corazón. Su madre sufría al verlo trabajar sin descanso día tras día en el banco de carpintero para ganar el pan de la familia en vez de estar en Jerusalén estudiando con los rabinos tal como habían planeado para él con tanto cariño. Aunque fuera incapaz de comprender muchas cosas de su hijo, María lo amaba, y apreciaba profundamente su buena voluntad para cargar con la responsabilidad de la familia.

2. El decimoséptimo año (11 d. C.)

127:2.1 (1396.6) Se estaba gestando por esa época, especialmente en Jerusalén y en Judea, una importante rebelión contra el pago de impuestos a Roma y estaba naciendo un fuerte partido nacionalista que pronto se llamaría de los zelotes. A diferencia de los fariseos, los zelotes no estaban dispuestos a esperar la venida del Mesías. Proponían precipitar la crisis mediante la revuelta política.

127:2.2 (1396.7) Un grupo de organizadores procedentes de Jerusalén fue a Galilea donde hicieron buenos progresos hasta que llegaron a Nazaret. Allí fueron a ver a Jesús, que los escuchó atentamente y les hizo muchas preguntas, pero se negó a unirse al partido sin llegar a explicar del todo sus razones para no alistarse. Como consecuencia de esta negativa tampoco lo hicieron muchos de sus jóvenes compañeros de Nazaret.

127:2.3 (1397.1) María hizo todo lo que pudo para que se alistara, pero no consiguió hacerle cambiar de opinión. Llegó incluso a insinuar que esa negativa a abrazar la causa nacionalista cuando ella se lo ordenaba era una insubordinación, un quebrantamiento de la promesa que había hecho a sus padres de someterse a ellos al volver de Jerusalén. Jesús se limitó a ponerle cariñosamente la mano en el hombro y mirándola a la cara le dijo: «Madre, ¿cómo puedes decir una cosa así?». María se retractó inmediatamente.

127:2.4 (1397.2) Uno de los tíos de Jesús (Simón, hermano de María) ya se había unido al grupo y se convertiría más tarde en uno de los dirigentes de la división de Galilea. Durante varios años hubo cierto distanciamiento entre Jesús y su tío.

127:2.5 (1397.3) Pero en Nazaret ya habían empezado a fraguarse los problemas. Como consecuencia de la actitud de Jesús en este asunto, se había creado una división entre los jóvenes judíos de la ciudad. Aproximadamente la mitad se había unido a la causa nacionalista mientras la otra mitad empezaba a formar un grupo opuesto de patriotas más moderados con la esperanza de que Jesús asumiera su dirección. Se quedaron asombrados cuando declinó este honor bajo la excusa de sus pesadas responsabilidades familiares, aunque todos lo comprendieron. Al poco tiempo se complicó más la situación cuando se presentó un judío rico llamado Isaac, prestamista de los gentiles, que se ofreció a mantener a la familia de Jesús a cambio de que abandonara sus herramientas de trabajo y asumiera el liderazgo de estos patriotas de Nazaret.

127:2.6 (1397.4) Con apenas diecisiete años de edad, Jesús tuvo que enfrentarse a una de las situaciones más difíciles y delicadas de la primera parte de su vida. Siempre es difícil para los líderes espirituales tomar posición en cuestiones patrióticas, sobre todo cuando se complican con opresores extranjeros recaudadores de impuestos. En este caso era doblemente cierto, puesto que la religión judía estaba involucrada en toda esta agitación contra Roma.

127:2.7 (1397.5) La posición de Jesús era aún más delicada porque su madre, su tío e incluso Santiago, su hermano menor, le instaban a unirse a la causa nacionalista. Los mejores judíos de Nazaret ya se habían alistado, y todos los jóvenes que no se habían unido al movimiento lo harían en el momento en que Jesús cambiara de opinión. En todo Nazaret solo tenía un consejero sabio, su antiguo profesor el jazán, para orientarlo sobre cómo responder al comité de ciudadanos de Nazaret cuando vinieran a pedirle que respondiera a la petición pública que le habían hecho. Esta fue la primera vez de su joven vida que tuvo que recurrir conscientemente a una maniobra estratégica. Hasta entonces había optado siempre por decir abiertamente la verdad cuando hacía falta aclarar una situación, pero en este caso no podía exponer toda la verdad. No podía dar a entender que era más que un hombre, no podía desvelar su idea de la misión que le esperaba cuando alcanzara una madurez mayor. Pese a estas limitaciones, lo que estaba ahora en cuestión era su fidelidad religiosa y su lealtad nacional. Su familia estaba desconcertada, sus jóvenes amigos divididos y todo el contingente judío de la ciudad alborotado. ¡Y todo por culpa suya! Con lo ajeno que era a crear conflictos de ningún tipo y mucho menos un tumulto como ese.

127:2.8 (1397.6) Había que hacer algo. Tenía que aclarar su postura y lo hizo con diplomacia y valentía para satisfacción de muchos, aunque no de todos. Se atuvo a su razonamiento original de que su primer deber era su familia, que una madre viuda y ocho hermanos necesitaban algo más que lo que puede comprar el dinero —las necesidades físicas de la vida—, que tenían derecho al cuidado y la orientación de un padre y que no podía descargarse con la conciencia limpia de la obligación impuesta por un cruel accidente. Agradeció a su madre y al mayor de sus hermanos su voluntad de liberarlo, pero reiteró que la lealtad a su padre muerto le impedía dejar a su familia, por mucho dinero que se donara para su sustento material, e hizo entonces su inolvidable afirmación de que «el dinero no puede amar». En esta declaración Jesús hizo varias referencias veladas a su «misión en la vida», pero explicó que, fuera o no compatible con un planteamiento de orden militar, había renunciado a ella, igual que a todo lo demás de su vida, para poder cumplir fielmente con su obligación hacia su familia. Todo Nazaret sabía que era un buen padre para su familia, y eso era algo tan apreciado por los judíos de bien que la excusa de Jesús encontró respuesta favorable en el corazón de muchos de sus oyentes. Y luego algunos de los que no estaban de acuerdo se vieron desarmados por Santiago, que tomó la palabra inesperadamente después de Jesús. Su intervención no estaba prevista en el programa, la había estado ensayando en secreto con el jazán ese mismo día.

127:2.9 (1398.1) Santiago declaró que estaba convencido de que Jesús habría ayudado a liberar a su pueblo si él (Santiago) hubiera tenido la suficiente edad para asumir la responsabilidad de la familia y que, si consentían en permitir a Jesús «permanecer con nosotros para ser nuestro padre y maestro, la familia de José no solo os dará un jefe sino muy pronto cinco leales nacionalistas, pues ¿no somos cinco los varones que estamos creciendo y que saldremos de la tutela de nuestro padre-hermano para servir a nuestra nación?» Y así consiguió el muchacho dar un final bastante feliz a una situación muy tensa y amenazadora.

127:2.10 (1398.2) De momento se había esquivado la crisis, pero Nazaret nunca olvidó este incidente. La agitación persistió, Jesús no volvió a gozar del favor universal y la división de sentimientos nunca se llegó a superar del todo. Este hecho, complicado por otros acontecimientos posteriores, fue uno de los motivos principales por los que Jesús se trasladaría años más tarde a Cafarnaúm. Los sentimientos de los habitantes de Nazaret hacia el Hijo del Hombre estuvieron divididos a partir de entonces.

127:2.11 (1398.3) Santiago se graduó ese año en la escuela y empezó a trabajar a tiempo completo en el taller de carpintería de la casa. Manejaba ya muy bien las herramientas y se hizo cargo de la fabricación de yugos y arados, mientras Jesús se dedicaba a trabajos de acabado de interiores como experto en ebanistería.

127:2.12 (1398.4) Ese año Jesús progresó mucho en la organización de su mente. Había ido aunando gradualmente su naturaleza divina con su naturaleza humana. Toda esta organización de su intelecto la había llevado a cabo por la fuerza de sus propias decisiones y con la única ayuda del Monitor que moraba en su interior, un Monitor exactamente igual al que tienen dentro de su mente todos los mortales normales de todos los mundos posteriores al Hijo de otorgamiento. Hasta entonces no había sucedido nada sobrenatural en la carrera de este joven, salvo la visita de un mensajero enviado por su hermano mayor Emmanuel que se le apareció una vez durante la noche en Jerusalén.

3. El decimoctavo año (12 d. C.)

127:3.1 (1398.5) Ese año se liquidaron todas las propiedades de la familia excepto la casa y el huerto. Se vendió la última parte, ya hipotecada, de las propiedades de Cafarnaúm (excepto una participación en otra propiedad). El dinero se utilizó para pagar impuestos, comprar algunas herramientas nuevas para Santiago y hacer el primer pago de la antigua tienda de suministros y taller de reparaciones de la familia, próxima al solar de las caravanas, que Jesús se propuso ahora volver a comprar puesto que Santiago ya tenía edad suficiente para trabajar en el taller de la casa y ayudar a María en sus tareas. Liberado por el momento de la presión financiera, Jesús decidió llevar a Santiago a la Pascua. Salieron hacia Jerusalén un día antes para estar solos. Fueron a pie por el camino de Samaria y Jesús iba mostrando a su hermano los lugares históricos de la ruta como había hecho su padre con él cinco años antes.

127:3.2 (1399.1) Al pasar por Samaria vieron muchas cosas extrañas. Durante el viaje hablaron sobre muchos de sus problemas personales, familiares y nacionales. Santiago era un muchacho de carácter muy religioso, y aun sabiendo poco sobre los planes de Jesús para la obra de su vida, no compartía enteramente el punto de vista de su madre y estaba deseando asumir la responsabilidad de la familia para que Jesús pudiera emprender su misión. Agradecía mucho a su hermano que lo llevara a la Pascua y hablaron más a fondo que nunca sobre el futuro.

127:3.3 (1399.2) Jesús reflexionó mucho a su paso por Samaria, sobre todo en Betel y cuando bebieron en el pozo de Jacob. Los dos hermanos hablaron de las tradiciones de Abraham, Isaac y Jacob. Se esforzó mucho por preparar a Santiago para lo que iba a ver en Jerusalén pues quería suavizar el impacto que él había sufrido en su primera visita al templo, pero Santiago no era tan sensible a algunas de esas escenas. Hizo comentarios sobre la manera mecánica e indiferente con que algunos de los sacerdotes desempeñaban sus deberes, pero en conjunto disfrutó mucho de su estancia en Jerusalén.

127:3.4 (1399.3) Jesús llevó a Santiago a Betania para la cena pascual. Simón había fallecido y yacía con sus antepasados, así que Jesús trajo el cordero del templo y presidió la celebración como cabeza de la familia en la Pascua.

127:3.5 (1399.4) Después de la cena pascual María se sentó a charlar con Santiago mientras que Marta, Lázaro y Jesús estuvieron hablando hasta muy entrada la noche. Al día siguiente asistieron a los oficios del templo y Santiago fue recibido en la comunidad de Israel. Esa mañana, cuando se detuvieron en la cumbre del Olivete para ver el templo, mientras Santiago prorrumpía maravillado en exclamaciones de admiración, Jesús contemplaba Jerusalén en silencio. Santiago no podía comprender el comportamiento de su hermano. Esa noche volvieron a Betania con intención de salir hacia su casa al día siguiente, pero Santiago insistió en volver a visitar el templo porque quería oír a los maestros. Y aunque esto era cierto, lo que deseaba realmente era oír a Jesús participar en los debates tal como se lo había oído contar a su madre. Así que fueron al templo y escucharon los debates, pero Jesús no hizo ninguna pregunta. Para esa mente de hombre y de Dios en vías de despertar, todo parecía tan pueril e insignificante que solo podía apiadarse de ellos. A Santiago le decepcionó que Jesús no dijera nada y cuando le preguntó por qué, Jesús se limitó a contestar: «Aún no ha llegado mi hora».

127:3.6 (1399.5) Al día siguiente emprendieron el viaje de vuelta por Jericó y el valle del Jordán. Jesús fue contando muchas cosas por el camino, entre ellas su viaje por esta misma ruta cuando tenía trece años.

127:3.7 (1399.6) A su vuelta a Nazaret Jesús empezó a trabajar en el antiguo taller de reparaciones de la familia, y le alegraba mucho poder encontrarse a diario con tanta gente de todas partes del país y de las regiones circundantes. Jesús amaba realmente a la gente, a la gente corriente. Cada mes pagaba la mensualidad de la compra del taller y seguía manteniendo a la familia con la ayuda de Santiago.

127:3.8 (1399.7) Jesús siguió leyendo las escrituras el sabbat en la sinagoga varias veces al año cuando no había visitantes que lo hicieran, y muchas veces hacía comentarios sobre la lección, aunque solía seleccionar los pasajes de manera que no necesitaran comentario. Era muy hábil ordenando los diversos pasajes de modo que al leerlos se fueran iluminando entre sí. Las tardes del sabbat, si el tiempo lo permitía, no dejaba nunca de llevar a sus hermanos y hermanas a pasear por la naturaleza.

127:3.9 (1400.1) Por esta época el jazán inauguró un círculo de debate filosófico para hombres jóvenes que se reunía en las casas de sus distintos miembros y a menudo en su propia casa. Jesús se convirtió en un miembro destacado de este grupo, y por este medio pudo recobrar algo del prestigio local que había perdido a raíz de las recientes controversias nacionalistas.

127:3.10 (1400.2) Su vida social, aunque restringida, no estaba totalmente desatendida. Tenía muchos buenos amigos y admiradores incondicionales tanto entre los jóvenes como entre las jóvenes de Nazaret.

127:3.11 (1400.3) En septiembre Isabel y Juan fueron a visitar a la familia de Nazaret. Juan, que había perdido a su padre, se proponía volver a las colinas de Judea para dedicarse a la agricultura y la cría de ovejas, a menos que Jesús le aconsejara quedarse en Nazaret para trabajar en carpintería u otro oficio. No sabían que la familia de Nazaret estaba prácticamente sin un céntimo. Cuanto más hablaban María e Isabel de sus hijos, más se convencían de que sería bueno que los dos jóvenes trabajaran juntos y se vieran más.

127:3.12 (1400.4) Jesús y Juan tuvieron muchas conversaciones y hablaron de cosas muy íntimas y personales. Tras estos intercambios decidieron no volver a verse hasta que se encontraran en su servicio público cuando «el Padre celestial los llamara» para cumplir su mandato. Juan quedó tan impresionado por lo que vio en Nazaret que decidió volver a su casa a trabajar para sostener a su madre. Se convenció de que iba a ser parte de la misión de Jesús en la vida, pero comprendió que Jesús estaría ocupado muchos años con la crianza de su familia y prefirió volver a su casa para cuidar de su pequeña granja y atender las necesidades de su madre. Juan y Jesús no volvieron a verse hasta el día en que el Hijo del Hombre se presentó a orillas del Jordán para ser bautizado.

127:3.13 (1400.5) La tarde del sábado 3 de diciembre de ese año, la muerte golpeó por segunda vez a esta familia de Nazaret. El pequeño Amós murió tras una semana de fiebre alta. María tuvo a su hijo primogénito como único sostén en su tristeza, y reconoció por fin que Jesús era el cabeza real de la familia en todos los sentidos. Y era un cabeza de familia verdaderamente admirable.

127:3.14 (1400.6) Durante los últimos cuatro años el nivel de vida de la familia había bajado imparablemente. Año a año iban sintiendo las estrecheces de su creciente pobreza. Al final de ese año tuvieron que afrontar una de las etapas más precarias de su dura lucha por salir adelante. Santiago no había empezado aún a ganar mucho, y los gastos de un entierro sumados a todo lo demás pusieron su economía al borde del precipicio. Pero Jesús solo repetía a su triste y angustiada madre: «Madre María, la tristeza no nos lleva a ninguna parte; todos hacemos lo que podemos, y una sonrisa materna podría inspirarnos a hacer aún más. Día a día nos vemos fortalecidos en nuestra tarea por la esperanza de que vendrán tiempos mejores». Su optimismo tenaz y práctico era realmente contagioso; todos los niños vivían en una atmósfera de expectativa de tiempos mejores y de cosas mejores. Esta actitud valiente y esperanzada contribuyó poderosamente a desarrollar en ellos caracteres fuertes y nobles a pesar de lo deprimente de su pobreza.

127:3.15 (1400.7) Jesús poseía la facultad de movilizar efectivamente todos los poderes de su mente, su alma y su cuerpo en la tarea inmediata que tenía entre manos. Era capaz de concentrar el pensar profundo de su mente en el problema concreto que intentaba resolver, y esto, unido a su inagotable paciencia, le permitió afrontar con serenidad las pruebas de una existencia mortal difícil y vivir como si estuviera «viendo a Aquel que es invisible».

4. El decimonoveno año (13 d. C.)

127:4.1 (1401.1) Para entonces Jesús y María se entendían mucho mejor. Ella lo consideraba menos como un hijo; se había convertido para ella en un padre para sus niños. Su vida cotidiana estaba plagada de dificultades prácticas e inmediatas. Hablaban menos de la misión de Jesús en la vida porque, con el paso del tiempo, ambos fueron concentrando todos sus pensamientos en la tarea común de educar y sacar adelante a su familia de cuatro chicos y tres chicas.

127:4.2 (1401.2) A comienzos de ese año Jesús ya había acabado de convencer a su madre de las ventajas de su método de educar a los niños: sustituir el antiguo sistema judío de prohibir hacer el mal por la orden positiva de hacer el bien. En su familia y durante toda su enseñanza pública, Jesús empleó invariablemente la forma de exhortación positiva. Solía decir siempre y en todas partes: «Haréis esto, debéis hacer aquello». No empleó nunca el modo negativo de enseñar derivado de los antiguos tabúes. Evitaba prohibir el mal para no enfatizarlo y en cambio ordenaba hacer el bien para exaltarlo. En su casa la hora de la oración era el momento de tratar todos los asuntos relacionados con el bienestar de la familia.

127:4.3 (1401.3) Jesús empezó a imponer una sabia disciplina a sus hermanos desde muy pequeños, de modo que hubo que castigarlos pocas veces o ninguna para conseguir que obedecieran pronto y de buen grado. La única excepción fue Judá a quien Jesús no tuvo más remedio que castigar varias veces por incumplir las normas de la casa. En tres ocasiones en que se consideró conveniente castigar a Judá por sus transgresiones reconocidas y deliberadas de las reglas de conducta de la familia, su castigo lo decidieron los hijos mayores por unanimidad y el propio Judá lo aceptó antes de serle impuesto.

127:4.4 (1401.4) Aunque Jesús era muy metódico y sistemático en todo lo que hacía, era flexible en sus interpretaciones y se adaptaba a cada persona a la hora de tomar decisiones administrativas, cosa que además de reconfortar a todos los niños despertaba en ellos una gran admiración por el espíritu de justicia con que actuaba siempre su hermano-padre. Nunca castigó arbitrariamente a sus hermanos. Esa justicia constante y esa consideración personal hicieron a Jesús muy querido por toda su familia.

127:4.5 (1401.5) Santiago y Simón procuraban imitar los métodos de persuasión y no resistencia de Jesús para aplacar a sus belicosos y a veces iracundos compañeros de juego, y lo consiguieron bastantes veces. En cambio José y Judá solo se atenían a estas enseñanzas en casa y no dudaban en defenderse cuando eran atacados por sus camaradas; Judá tenía especial tendencia a contravenir el espíritu de estas enseñanzas. Pero la no resistencia no era una regla de la familia. Nadie era castigado por incumplir las enseñanzas personales.

127:4.6 (1401.6) Todos los niños en general y las niñas en especial contaban a Jesús sus problemas infantiles y confiaban en él como lo harían en un padre cariñoso.

127:4.7 (1401.7) Santiago se estaba convirtiendo en un joven tranquilo y equilibrado, aunque sin la inclinación espiritual de Jesús. Era mucho mejor estudiante que José, que a su vez tenía aún menos tendencias espirituales. José era un fiel trabajador, laborioso pero lento, y no llegaba al nivel intelectual de sus hermanos. Simón tenía buena voluntad pero era demasiado soñador. Tardó en asentarse en la vida y causó muchas preocupaciones a Jesús y a María, aunque siempre fue bueno y bienintencionado. Judá era un agitador de ideales elevados pero temperamento inestable. Había heredado todo el empuje y la determinación de su madre y más, pero muy poco de su sentido de la prudencia y la medida.

127:4.8 (1402.1) Miriam era una hija equilibrada y sensata con un profundo aprecio por lo noble y lo espiritual. Marta era lenta de pensamiento y acción, pero era una niña muy digna de confianza y eficiente. La pequeña Rut era la alegría de la casa, y aunque hablaba sin pensar, era muy sincera de corazón. Poco menos que adoraba a su hermano mayor y padre, pero no la mimaban. Era una niña encantadora aunque no tan guapa como Miriam que era la beldad de la familia, si no de la ciudad.

127:4.9 (1402.2) Con el paso del tiempo Jesús contribuyó mucho a liberalizar y modificar las enseñanzas y las prácticas de la familia sobre la observancia del sabbat y otros muchos aspectos de la religión. María aprobaba sin reservas todos estos cambios. Jesús se había convertido para entonces en el jefe indiscutible de la casa.

127:4.10 (1402.3) Ese año Judá empezó a ir a la escuela y Jesús no tuvo más remedio que vender su arpa para pagar los gastos. Así desapareció el último de sus placeres recreativos. Le gustaba mucho tocar el arpa cuando tenía la mente cansada y el cuerpo agotado, pero se consoló con la idea de que al menos el arpa no caería en manos del recaudador de impuestos.

5. Rebeca, hija de Esdras

127:5.1 (1402.4) Aunque Jesús era pobre su posición social en Nazaret seguía siendo tan alta como siempre. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y mejor considerados por la mayoría de las jóvenes. Ante un ejemplar tan espléndido de madurez física e intelectual y a la vista de su reputación como líder espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader y comerciante de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando poco a poco de este hijo de José. Confió primero sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, y Miriam se lo contó todo a su madre. María se alarmó mucho. ¿Estaba a punto de perder a su hijo ahora que se había convertido en el cabeza indispensable de la familia? ¿Nunca se acabarían sus tribulaciones? ¿Qué más podía pasar? Y luego se puso a considerar qué efecto tendría el matrimonio sobre la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero sí de vez en cuando, recordaba el hecho de que Jesús era un «niño de la promesa». Después de hablar a fondo con Miriam decidieron que había que intentar poner fin al asunto antes de que Jesús se enterara, así que fueron directamente a ver a Rebeca, le explicaron toda la historia y le dijeron francamente que creían que Jesús era un hijo del destino y que debía convertirse en un gran líder religioso, tal vez el propio Mesías.

127:5.2 (1402.5) Rebeca escuchó atentamente y quedó fascinada por el relato. Decidió más que nunca unir su suerte a la del hombre que había elegido y compartir su carrera de liderazgo. Argumentaba (en su fuero interno) que un hombre así tendría aún más necesidad de una esposa fiel y eficiente. Interpretó los esfuerzos disuasorios de María como una reacción natural ante el temor a perder al cabeza y único sostén de su familia, pero sabiendo que su padre veía con buenos ojos su atracción por el hijo del carpintero, estaba segura de que proporcionaría gustoso a la familia rentas suficientes para compensar plenamente la pérdida de los ingresos de Jesús. Cuando su padre se lo confirmó, volvió a hablar varias veces con María y Miriam pero no logró convencerlas. Entonces se atrevió a dirigirse directamente a Jesús y lo hizo con la cooperación de su padre, que lo invitó a su casa para celebrar el decimoséptimo cumpleaños de Rebeca.

127:5.3 (1403.1) Jesús escuchó atenta y comprensivamente todo lo que le dijeron, primero el padre y luego la propia Rebeca. Respondió amablemente que ninguna cantidad de dinero podía sustituir su obligación de criar personalmente a la familia de su padre y «cumplir con el más sagrado de todos los deberes humanos, la lealtad a la propia carne y a la propia sangre». El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por estas palabras de entrega a la familia y se retiró de la conversación. Su único comentario a su esposa María fue: «No podemos tenerlo como hijo, es demasiado noble para nosotros».

127:5.4 (1403.2) Entonces empezó la importantísima conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida Jesús había hecho pocas distinciones en su relación con los chicos y las chicas, con los jóvenes y las jóvenes. Había estado demasiado ocupado con los problemas apremiantes de los asuntos prácticos de este mundo y la contemplación intrigada de su futura carrera en «los asuntos de su Padre» como para haber considerado nunca seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Ahora se encontraba cara a cara con otro de los problemas que todo ser humano corriente debe afrontar y resolver. Fue en verdad «probado en todo, igual que vosotros».

127:5.5 (1403.3) Después de escuchar con atención, Jesús agradeció sinceramente a Rebeca la admiración que le expresaba y añadió: «esto me alentará y reconfortará todos los días de mi vida». Le explicó que no era libre de entablar con ninguna mujer más relaciones que las de simple consideración fraternal y pura amistad. Dejó claro que su deber primero y primordial era criar a la familia de su padre, que no podía pensar en el matrimonio hasta haberlo cumplido, y luego añadió: «Si soy un hijo del destino, no debo asumir obligaciones para toda la vida hasta el momento en que mi destino se haga manifiesto».

127:5.6 (1403.4) A Rebeca se le partió el corazón. Se negó a ser consolada e importunó tanto a su padre para que se marcharan de Nazaret que el padre al final consintió en trasladarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca solo tuvo una respuesta para los muchos hombres que la pidieron en matrimonio. Vivía con un solo propósito: esperar la hora en que el hombre que era para ella el más grande de todos los tiempos empezara su carrera como maestro de la verdad viva. Durante sus azarosos años de ministerio público lo siguió con devoción. El día que Jesús entró triunfalmente en Jerusalén ella estaba ahí (sin que él lo advirtiera), y estaba al lado de María «entre las otras mujeres» aquella trágica y fatídica tarde en la que el Hijo del Hombre colgaba de la cruz. Para ella, como para incontables mundos de lo alto, fue «el único enteramente digno de ser amado y el más grande entre diez mil».

6. Su vigésimo año (14 d. C.)

127:6.1 (1403.5) La historia del amor de Rebeca por Jesús se rumoreó por todo Nazaret y más tarde por Cafarnaúm, de modo que, aunque muchas mujeres amaron a Jesús en los años siguientes, igual que lo amaron los hombres, nunca más tuvo que rechazar una oferta de entrega personal de otra mujer de bien. A partir de ese momento el afecto humano por Jesús se manifestó más bien como una consideración respetuosa y adoradora. Tanto los hombres como las mujeres lo querían con devoción por lo que él era, sin el menor matiz de satisfacción personal ni deseo de posesión afectiva. Pero la entrega de Rebeca se recordó durante muchos años siempre que se narraba la historia de la personalidad humana de Jesús.

127:6.2 (1404.1) Miriam, que conocía bien el asunto de Rebeca y sabía cómo había renunciado su hermano incluso al amor de una hermosa doncella (sin darse cuenta del peso que tuvo en esta decisión su futura carrera del destino), llegó a idealizar a Jesús y amarlo con afecto profundo y conmovedor como padre y como hermano.

127:6.3 (1404.2) Aunque apenas podían costearlo, Jesús tenía un extraño y vivo deseo de ir a Jerusalén para la Pascua. Su madre, teniendo en cuenta su reciente experiencia con Rebeca, lo animó sabiamente a hacer el viaje. Sin ser muy consciente de ello, lo que Jesús más deseaba era tener la oportunidad de hablar con Lázaro y estar con Marta y María. Después de su propia familia eran las tres personas que más amaba.

127:6.4 (1404.3) Esta vez fue a Jerusalén pasando por Meguido, Antípatris y Lida, y cubrió en parte la misma ruta que hicieron sus padres cuando lo trajeron de vuelta a Nazaret desde Egipto. Tardó cuatro días en llegar a la Pascua y reflexionó mucho sobre los acontecimientos del pasado en Meguido y sus alrededores, el campo de batalla internacional de Palestina.

127:6.5 (1404.4) Jesús pasó por Jerusalén y solo se paró un momento para mirar hacia el templo cada vez más abarrotado de visitantes. Sentía una extraña y creciente aversión hacia ese templo construido por Herodes, con sus sacerdotes de designación política. Lo que deseaba por encima de todo era ver a Lázaro, a Marta y a María. Lázaro tenía la misma edad que Jesús y era ahora el cabeza de familia; en el momento de esta visita la madre de Lázaro también había recibido sepultura. Marta era poco más de un año mayor que Jesús y María, dos años más joven. Jesús era el ideal idolatrado por los tres hermanos.

127:6.6 (1404.5) En esta visita se produjo una de las manifestaciones periódicas de rebelión de Jesús contra la tradición, la expresión de su resentimiento contra las prácticas ceremoniales que en su opinión falseaban la imagen de su Padre del cielo. Como Lázaro no esperaba la visita de Jesús, había planeado celebrar la Pascua con unos amigos en una aldea cercana situada en la calzada de Jericó, y ahora Jesús le proponía que celebraran la fiesta donde estaban, en casa de Lázaro. Lázaro objetó: «Pero no tenemos cordero pascual». Entonces Jesús se puso a explicar larga y convincentemente que en realidad el Padre del cielo no se interesaba por semejantes ritos infantiles y carentes de sentido. Tras una solemne y fervorosa oración se levantaron y Jesús dijo: «Dejemos que las mentes infantiles y ensombrecidas de mi pueblo sirvan a su Dios como Moisés ordenó; es mejor que lo hagan, pero nosotros que hemos visto la luz de la vida ya no nos acercaremos a nuestro Padre por las tinieblas de la muerte. Seamos libres en el conocimiento de la verdad del amor eterno de nuestro Padre».

127:6.7 (1404.6) Aquella tarde los cuatro se sentaron al caer el sol y compartieron el primer festín de Pascua sin cordero pascual celebrado nunca por judíos piadosos. Había pan ácimo y vino preparado para esa Pascua, y Jesús sirvió a sus compañeros estos símbolos que denominó «el pan de vida» y «el agua de vida». Todos comieron en solemne conformidad con las enseñanzas recién impartidas por Jesús. A partir de entonces adoptó la costumbre de practicar este rito sacramental en todas sus visitas a Betania. A su vuelta a casa se lo contó todo a su madre, que se escandalizó al principio pero luego fue comprendiendo gradualmente su punto de vista. Por otra parte, se sintió enormemente aliviada cuando Jesús le aseguró que no tenía intención de introducir esta nueva idea de la Pascua en su familia. En casa y con los niños siguió comiendo la Pascua año tras año «conforme a la ley de Moisés».

127:6.8 (1404.7) Ese año María tuvo una larga conversación con su hijo sobre el matrimonio. Le preguntó francamente si se casaría si estuviera libre de sus responsabilidades familiares. Jesús le explicó que dado que el deber inmediato le impedía casarse, había pensado poco en ello. Añadió que dudaba de que llegaría a casarse nunca y que todas esas cosas debían esperar «mi hora», el momento en que «deba comenzar el trabajo de mi Padre». Habiendo decidido ya que no sería padre de niños en la carne, dedicó muy poco tiempo a pensar en el matrimonio humano.

127:6.9 (1405.1) Ese año empezó de nuevo la tarea de entrelazar aún más su naturaleza mortal y su naturaleza divina en una individualidad humana simple y efectiva. Y siguió creciendo en estatus moral y comprensión espiritual.

127:6.10 (1405.2) Aunque se habían vendido todas sus propiedades de Nazaret (salvo su casa), ese año recibieron una pequeña ayuda financiera por la venta de una participación en una propiedad en Cafarnaúm. Era lo último que quedaba del patrimonio de José. Esta operación inmobiliaria de Cafarnaúm se hizo con un constructor de embarcaciones llamado Zebedeo.

127:6.11 (1405.3) José se graduó ese año en la escuela de la sinagoga y se preparó para empezar a trabajar en el pequeño banco del taller de carpintería de la casa. Aunque el patrimonio de su padre estaba liquidado, había perspectivas de poder luchar con éxito contra la pobreza, puesto que ya eran tres los que trabajaban regularmente.

127:6.12 (1405.4) Jesús se hace hombre rápidamente, no solo hombre joven sino adulto. Ha aprendido a asumir responsabilidades. Sabe hacer frente a las decepciones y sobreponerse con valentía cuando sus planes se desmoronan y sus propósitos se frustran temporalmente. Ha aprendido a ser equitativo y justo incluso ante la injusticia. Está aprendiendo a adecuar sus ideales del vivir espiritual a las exigencias prácticas de la existencia terrenal. Está aprendiendo a hacer planes para alcanzar una meta idealista lejana y superior mientras trabaja con todas sus fuerzas para satisfacer necesidades más cercanas e inmediatas. Está desarrollando el arte de adecuar sus aspiraciones a las exigencias corrientes de las circunstancias humanas. Domina casi por completo la técnica de utilizar la energía del impulso espiritual para mover el mecanismo del logro material. Está aprendiendo lentamente a vivir la vida celestial mientras sigue viviendo la vida terrenal. Depende cada vez más de la guía última de su Padre celestial mientras asume el papel paterno de guiar y dirigir a los niños de su familia terrenal. Se está volviendo experto en el arte de arrancar la victoria de las garras de la derrota; está aprendiendo a transformar las dificultades del tiempo en triunfos de la eternidad.

127:6.13 (1405.5) Y así, con el paso de los años, este joven de Nazaret sigue experimentando la vida tal como se vive en carne mortal en los mundos del tiempo y el espacio. Vive en Urantia una vida plena, representativa y rebosante. Dejó este mundo habiendo madurado en la experiencia por la que pasan sus criaturas durante los años cortos y agotadores de su primera vida, la vida en la carne. Y toda esta experiencia humana es posesión eterna del Soberano del Universo. Él es nuestro hermano comprensivo, nuestro amigo compasivo, nuestro soberano experimentado y nuestro padre misericordioso.

127:6.14 (1405.6) Como niño acumuló un vasto conjunto de conocimientos. Como joven ordenó, clasificó y correlacionó esta información. Y ahora como hombre del mundo empieza a organizar estas posesiones mentales para poder utilizarlas posteriormente en su enseñanza, su ministerio y su servicio en favor de sus compañeros mortales de este mundo y de todas las demás esferas habitadas de todo el universo de Nebadon.

127:6.15 (1405.7) Llegado al mundo como cualquier recién nacido, ha vivido su vida de niño y ha pasado por las sucesivas etapas de la juventud y la primera madurez. Ahora se encuentra en el umbral de la madurez plena, rico en las experiencias del vivir humano, repleto de comprensión de la naturaleza humana y lleno de compasión por las flaquezas de la naturaleza humana. Se está volviendo experto en el arte divino de revelar a su Padre del Paraíso a las criaturas mortales de todas las edades y todas las etapas.

127:6.16 (1406.1) Y ahora, como hombre plenamente desarrollado —como adulto del mundo— se prepara para proseguir su misión suprema de revelar a Dios a los hombres y de llevar a los hombres a Dios.

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