Documento 185 - El juicio ante Pilatos

   
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El libro de Urantia

Documento 185

El juicio ante Pilatos

185:0.1 (1987.1) POCO después de las seis de la mañana del viernes 7 de abril del año 30 d. C. Jesús fue llevado a comparecer ante Pilatos, el procurador romano que gobernaba Judea, Samaria e Idumea bajo la supervisión directa del legado de Siria. El Maestro fue conducido atado ante el gobernador romano por los guardias del templo acompañados por unos cincuenta acusadores, entre ellos el tribunal del Sanedrín (principalmente saduceos), Judas Iscariote y el sumo sacerdote Caifás; en cambio Anás no se presentó ante Pilatos. El apóstol Juan iba con ellos.

185:0.2 (1987.2) Pilatos estaba levantado y preparado para recibirlos tan temprano porque los dirigentes judíos que habían ido la noche anterior a pedirle soldados romanos para arrestar al Hijo del Hombre le habían dicho que le llevarían a Jesús a primera hora. El juicio había de celebrarse frente al pretorio, un edificio anexo a la fortaleza de Antonia donde residían Pilatos y su esposa cuando paraban en Jerusalén.

185:0.3 (1987.3) Aunque Pilatos llevó a cabo casi todo el interrogatorio de Jesús dentro de las salas del pretorio, el juicio público tuvo lugar fuera, en la escalinata que conducía a la entrada principal. Fue una concesión a los judíos, que se negaban a entrar en un edificio gentil donde se pudiera utilizar levadura el día de preparación de la Pascua. De haber entrado habrían quedado ceremonialmente impuros y por lo tanto excluidos de participar en la fiesta de acción de gracias de la tarde; y luego, tras la puesta del sol, se habrían visto obligados a cumplir con los ritos de purificación para poder ser admitidos a participar en la cena pascual.

185:0.4 (1987.4) Aquellos judíos que no sintieron ningún cargo de conciencia a la hora de confabularse para asesinar judicialmente a Jesús cumplían escrupulosamente con las normas de pureza ceremonial y las exigencias de las tradiciones. Ellos no han sido los únicos en no reconocer sus altas y sagradas obligaciones de naturaleza divina y concentrar meticulosamente la atención en cosas de poca importancia para el bienestar humano tanto en el tiempo como en la eternidad.

1. Poncio Pilatos

185:1.1 (1987.5) Si la gestión de Poncio Pilatos en las provincias menores no hubiera sido razonablemente buena, Tiberio no lo habría mantenido como procurador de Judea durante diez años. Pilatos era bastante buen administrador pero un cobarde moral. No tuvo la categoría humana suficiente para captar la naturaleza de su cometido como gobernador de los judíos. No llegó a comprender que esos hebreos tenían una religión real, una fe por la que estaban dispuestos a morir, y que millones y millones de ellos, dispersos por todo el imperio, consideraban Jerusalén como el santuario de su fe y respetaban al Sanedrín como el tribunal más alto de la tierra.

185:1.2 (1988.1) A Pilatos no le gustaban los judíos, y este odio profundo empezó a manifestarse desde muy pronto. De todas las provincias romanas, ninguna era más difícil de gobernar que Judea. Pilatos nunca comprendió realmente los problemas implicados en la gobernanza de los judíos, y eso le llevó a cometer desde el principio de su trayectoria como gobernador una serie de torpezas casi fatales y poco menos que suicidas. Esos errores fueron los que dieron a los judíos tanto poder sobre él. Cuando querían influir en sus decisiones se limitaban a amenazar con un levantamiento y Pilatos capitulaba rápidamente. Esta notoria debilidad o falta de valor moral se debía principalmente al recuerdo de haber salido perdiendo en todos sus conflictos con los judíos. Los judíos sabían que Pilatos les tenía miedo, que temía por su posición ante Tiberio, y se valieron muchas veces de este conocimiento para perjudicar gravemente al gobernador.

185:1.3 (1988.2) La desavenencia de Pilatos con los judíos era fruto de una serie de torpes desencuentros. En primer lugar no supo tomarse en serio la profunda y arraigada aversión de los judíos hacia todas las imágenes, consideradas como símbolos de idolatría, y permitió a sus soldados entrar en Jerusalén sin quitar de sus banderas la efigie del césar como acostumbraban a hacer los soldados romanos bajo su predecesor. Una numerosa delegación de judíos imploró a Pilatos durante cinco días que mandara retirar esas imágenes de los estandartes militares, pero él se negó en redondo y los amenazó de muerte inmediata. Como Pilatos era un escéptico, no se dio cuenta de que aquellos hombres de fuertes sentimientos religiosos no dudarían en morir por sus convicciones religiosas, y cuál no sería su consternación cuando se alinearon desafiantes ante su palacio, inclinaron sus rostros hasta el suelo y mandaron recado de que estaban preparados para morir. Pilatos se vio atrapado por su propia amenaza que no tenía intención de cumplir y mandó retirar todas las efigies de los estandartes de sus soldados en Jerusalén. Desde aquel día estuvo sometido en gran medida a los caprichos de los dirigentes judíos que habían descubierto su debilidad de hacer amenazas que luego no se atrevía a cumplir.

185:1.4 (1988.3) En un intento de recuperar el prestigio perdido, Pilatos mandó colocar en los muros del palacio de Herodes en Jerusalén unos escudos del emperador iguales a los que se solían utilizar para adorar al césar. Cuando los judíos protestaron se mantuvo inflexible, pero ellos apelaron rápidamente a Roma y el emperador mandó quitar los escudos ofensivos con la misma rapidez. El prestigio de Pilatos siguió bajando.

185:1.5 (1988.4) Más adelante suscitó un profundo rechazo entre los judíos cuando se atrevió a utilizar dinero del tesoro del templo en la construcción de un nuevo acueducto para abastecer mejor de agua a los millones de visitantes que acudían a Jerusalén durante las grandes festividades religiosas. Los judíos sostenían que solo el Sanedrín podía disponer de los fondos del templo y no dejaron nunca de arremeter contra Pilatos por este abuso de poder. Esta actuación del gobernador provocó por lo menos veinte motines y mucho derramamiento de sangre. El último de estos graves disturbios ocurrió a raíz de la matanza de un gran grupo de galileos cuando estaban rindiendo culto ante el altar.

185:1.6 (1988.5) No deja de ser significativo que este dirigente romano pusilánime, que sacrificó a Jesús por miedo a los judíos y para salvaguardar su posición personal, acabara siendo depuesto cuando las pretensiones de un falso mesías provocaron una matanza innecesaria de samaritanos. Este personaje había llevado tropas al monte Gerizim donde afirmaba que estaban enterradas las vasijas del templo, y cuando no pudo cumplir su promesa de revelar el escondrijo de las vasijas sagradas estallaron sangrientos motines. A raíz de este conflicto, el legado de Siria mandó a Pilatos volver a Roma. Entretanto murió Tiberio y Pilatos perdió el cargo de procurador de Judea. Nunca se recuperó de la pesarosa culpabilidad de haber consentido la crucifixión de Jesús. Como no gozaba de ningún favor a los ojos del nuevo emperador, se retiró a la provincia de Lausana donde acabó por suicidarse.

185:1.7 (1989.1) Claudia Prócula, la esposa de Pilatos, había oído hablar mucho de Jesús por su camarera, una fenicia que creía en el evangelio del reino. Tras la muerte de Pilatos Claudia destacó por su labor de difusión de la buena nueva.

185:1.8 (1989.2) Todo esto explica gran parte de lo que ocurrió aquel trágico viernes por la mañana. Se comprende fácilmente que los judíos se atrevieran a dar órdenes a Pilatos —a hacer que se levantara a las seis de la mañana para juzgar a Jesús— y también que no dudaran en amenazar con acusarlo de traición ante el emperador si se atrevía a rechazar su exigencia de ejecutar a Jesús.

185:1.9 (1989.3) Un gobernador romano digno que no se hubiera puesto en situación de desventaja frente a los dirigentes de los judíos no habría permitido nunca a aquellos fanáticos religiosos sedientos de sangre matar a un hombre sin culpa, acusado falsamente y a quien él mismo había declarado inocente. Roma cometió una gran equivocación, un error de gran alcance en materia de asuntos terrenales, cuando envió a Palestina a un gobernador de segunda categoría como Pilatos. Tiberio debería haber enviado a los judíos al mejor administrador provincial de su imperio.

2. Jesús comparece ante Pilatos

185:2.1 (1989.4) Cuando Jesús y sus acusadores se hubieron congregado frente a la sala de juicios de Pilatos, salió el gobernador romano y preguntó: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Los saduceos y los consejeros que se habían propuesto acabar con Jesús habían decidido presentarse ante Pilatos para pedirle la ratificación de la sentencia de muerte contra Jesús sin presentar ninguna acusación concreta. Por eso el portavoz del tribunal del Sanedrín contestó a Pilatos: «Si este hombre no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado».

185:2.2 (1989.5) Al ver que no querían formular sus acusaciones contra Jesús, aunque sabía que habían estado toda la noche deliberando sobre su culpabilidad, Pilatos les contestó: «Puesto que no os habéis puesto de acuerdo sobre ninguna acusación concreta, ¿por qué no os lleváis a este hombre y lo juzgáis según vuestra ley?».

185:2.3 (1989.6) Entonces el actuario del Sanedrín dijo a Pilatos: «A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie, y este perturbador de nuestra nación merece morir por las cosas que ha dicho y hecho. Por eso hemos venido ante ti para que ratifiques esta sentencia».

185:2.4 (1989.7) Al presentarse ante el gobernador romano con estas evasivas, los miembros del Sanedrín dejaron patente su odio y su inquina hacia Jesús así como su falta de respeto por la equidad, el honor y la dignidad de Pilatos. ¡Qué descaro el de unos ciudadanos sometidos que se presentan ante el gobernador de su provincia pidiendo la ejecución de un hombre sin juicio previo y sin presentar siquiera una acusación concreta contra él!

185:2.5 (1990.1) Pilatos conocía algunas cosas sobre la actuación de Jesús entre los judíos y supuso que las acusaciones que podrían presentar contra él estarían relacionadas con infracciones a las leyes eclesiásticas judías, por eso intentó devolver el caso al propio tribunal judío. Además Pilatos se dio el gusto de hacerles reconocer públicamente que no tenían poder para dictar y ejecutar una sentencia de muerte, ni siquiera contra un miembro de su propia raza tan odiado, envidiado y despreciado por ellos.

185:2.6 (1990.2) Unas horas antes, cerca de la medianoche y después de haber autorizado a los judíos a utilizar soldados romanos para detener secretamente a Jesús, Pilatos estuvo hablando con su mujer, que le contó más cosas sobre Jesús y sus enseñanzas. Claudia se había convertido parcialmente al judaísmo y más tarde creyó plenamente en el evangelio de Jesús.

185:2.7 (1990.3) Pilatos hubiera preferido aplazar la audiencia, pero vio que los dirigentes judíos estaban decididos a proseguir con el caso. Sabía que esa mañana no solo se preparaba la Pascua, sino que al ser viernes, era también el día de preparación para el sabbat judío dedicado al culto y al descanso.

185:2.8 (1990.4) Pilatos, que estaba muy molesto por el trato irrespetuoso de aquellos judíos, no tenía la menor intención de acceder a sus demandas de sentenciar a muerte a Jesús sin juicio. Después de esperar unos momentos a que presentaran sus cargos contra el detenido, se volvió hacia ellos y dijo: «No condenaré a muerte a este hombre sin un juicio ni tampoco consentiré en interrogarlo hasta que hayáis presentado por escrito vuestras acusaciones».

185:2.9 (1990.5) Cuando el sumo sacerdote y los demás oyeron esto hicieron una seña al actuario, que entregó a Pilatos el escrito de cargos contra Jesús. Decía así:

185:2.10 (1990.6) «El tribunal del Sanedrín ha fallado que este hombre es un malhechor y un perturbador de nuestra nación culpable de:

185:2.11 (1990.7) 1. Pervertir a nuestra nación e incitar a nuestro pueblo a la rebelión.

185:2.12 (1990.8) 2. Prohibir al pueblo pagar el tributo al césar.

185:2.13 (1990.9) 3. Llamarse a sí mismo rey de los judíos y predicar la fundación de un nuevo reino».

185:2.14 (1990.10) Jesús no había sido juzgado según la ley ni declarado culpable legalmente de ninguna de estas acusaciones. Ni siquiera estuvo presente cuando se formularon por primera vez. Sin embargo Pilatos lo mandó traer del pretorio, donde estaba al cuidado de los guardias, e insistió en que estas acusaciones se repitieran delante de Jesús.

185:2.15 (1990.11) Cuando Jesús las oyó sabía bien que no había sido interrogado sobre estas cuestiones ante el tribunal judío, y también lo sabían Juan Zebedeo y sus acusadores, pero no respondió nada a estos falsos cargos. Incluso cuando Pilatos le pidió que contestara a sus acusadores no abrió la boca. Pilatos se quedó tan sorprendido por la injusticia de todo el procedimiento y tan impresionado por el comportamiento silencioso y magistral de Jesús que decidió llevar al detenido al interior de la sala para interrogarlo en privado.

185:2.16 (1990.12) Pilatos estaba sumido en la confusión, temeroso de los judíos en su fuero interno y poderosamente impactado en su espíritu por el talante majestuoso de Jesús de pie ante sus acusadores sedientos de sangre. Su expresión al contemplarlos no era de silencioso desprecio sino de compasión sincera y entristecido afecto.

3. El interrogatorio privado de Pilatos

185:3.1 (1991.1) Pilatos dejó a los guardias en la sala grande y llevó a Jesús y a Juan Zebedeo a una habitación privada donde pidió al detenido que se sentara, se sentó a su lado y le hizo varias preguntas. Pilatos empezó por asegurar a Jesús que no se creía la primera acusación contra él, la de pervertir a la nación e incitar a la rebelión. Luego le preguntó: «¿Has enseñado alguna vez que se debe negar el tributo al césar?». Jesús respondió señalando a Juan: «Pregúntale a él o a cualquier otra persona que haya escuchado mi enseñanza». Entonces Pilatos preguntó a Juan sobre el asunto del tributo y Juan expuso las enseñanzas de su Maestro y afirmó que Jesús y sus apóstoles pagaban impuestos tanto al césar como al templo. Después de interrogar a Juan Pilatos le advirtió: «No digas nunca a nadie que he hablado contigo». Y Juan nunca se lo dijo a nadie.

185:3.2 (1991.2) Pilatos se volvió hacia Jesús para seguir con su interrogatorio: «Veamos ahora la tercera acusación contra ti, ¿eres el rey de los judíos?». Puesto que el tono de la pregunta parecía sincero, Jesús sonrió al procurador y dijo: «Pilatos, ¿dices esto por ti mismo o te lo han dicho de mí los que me acusan?». El gobernador contestó con cierta indignación en la voz: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los jefes de los sacerdotes te han entregado y me han pedido que te condene a muerte. Pongo en duda sus acusaciones y solo intento averiguar por mí mismo lo que has hecho. Dime, ¿has dicho que eres el rey de los judíos y has tratado de fundar un nuevo reino?».

185:3.3 (1991.3) Jesús dijo a Pilatos: «¿No ves que mi reino no es de este mundo? Si mi reino fuera de este mundo, mis discípulos pelearían seguro para que yo no fuera entregado a los judíos. Mi presencia aquí ante ti con estas ataduras es suficiente para mostrar a todos los hombres que mi reino es un dominio espiritual, la hermandad de los hombres que se han convertido en hijos de Dios mediante la fe y por amor. Y esta salvación es tanto para los gentiles como para los judíos».

185:3.4 (1991.4) «¿Luego tú eres rey?», preguntó Pilatos. Y Jesús contestó: «Sí, soy rey, y mi reino es la familia de los hijos por la fe de mi Padre que está en los cielos. Para eso nací y para eso vine al mundo, para mostrar a mi Padre a todos los hombres y dar testimonio de la verdad de Dios. Y a ti te digo ahora que todo el que ama la verdad oye mi voz».

185:3.5 (1991.5) Pilatos replicó entre irónico y sincero: «¿Y qué es la verdad?, ¿quién lo sabe?».

185:3.6 (1991.6) Pilatos no era capaz de profundizar en las palabras de Jesús ni de comprender la naturaleza de su reino espiritual, pero ahora estaba seguro de que el detenido no había hecho nada que mereciera la muerte. Bastaba con mirar a Jesús cara a cara para convencer incluso a Pilatos de que este hombre amable y cansado, pero firme y majestuoso, no era ningún revolucionario temible con aspiraciones al trono temporal de Israel. Pilatos creyó comprender algo de lo que Jesús quiso decir cuando se llamó a sí mismo rey porque conocía las enseñanzas de los estoicos que afirmaban que «el hombre sabio es rey». Pilatos se había convencido de que Jesús no era un peligroso agitador sino un visionario inofensivo, un fanático inocente.

185:3.7 (1991.7) Después de interrogar al Maestro, Pilatos salió a donde estaban los jefes de los sacerdotes y los acusadores de Jesús y dijo: «No encuentro ningún delito en este hombre. No creo que sea culpable de las acusaciones que habéis hecho contra él, y debe ser puesto en libertad». Los judíos se enfurecieron al oírlo y se pusieron a gritar desaforadamente que Jesús debía morir. Uno de los miembros del Sanedrín tuvo la osadía de subir hasta ponerse al lado de Pilatos y le dijo: «Este hombre va alborotando al pueblo con sus enseñanzas empezando por Galilea y luego en toda Judea. Es un malhechor dañino. Si dejas libre a este malvado lo lamentarás».

185:3.8 (1992.1) Pilatos no sabía qué hacer con Jesús, y cuando les oyó decir que había empezado su obra pública en Galilea se le ocurrió que podría librarse de la responsabilidad de decidir sobre el caso, o al menos ganar tiempo para pensar, si enviaba a Jesús a comparecer ante Herodes que estaba pasando la Pascua en Jerusalén. Con este gesto aprovechaba además para limar asperezas con el tetrarca, con quien llevaba algún tiempo enemistado por conflictos en materia de jurisdicción.

185:3.9 (1992.2) Pilatos llamó a los guardias y les dijo: «Este hombre es galileo. Llevadlo inmediatamente ante Herodes, y cuando lo haya interrogado traedme sus conclusiones». Y los guardias condujeron a Jesús ante Herodes.

4. Jesús ante Herodes

185:4.1 (1992.3) Cuando Herodes Antipas estaba en Jerusalén se alojaba en el viejo palacio macabeo de Herodes el Grande, y a esta residencia del anterior rey fue llevado Jesús por los guardias del templo seguido por sus acusadores y por una creciente multitud. Herodes llevaba ya tiempo oyendo hablar de Jesús y sentía mucha curiosidad por él. Cuando el Hijo del Hombre compareció aquel viernes por la mañana, el malvado idumeo no recordó ni por un momento al muchacho que se había presentado en Séforis años atrás pidiendo justicia sobre el dinero que se debía a su padre fallecido en accidente mientras trabajaba en uno de los edificios públicos. Que Herodes supiera, no había visto nunca a Jesús, aunque sí le había causado mucha inquietud cuando su actividad se centraba en Galilea. Ahora que Jesús estaba detenido por Pilatos y por los judeos, Herodes estaba deseoso de verlo pues se sentía protegido contra cualquier problema que pudiera causarle en el futuro. Herodes había oído hablar mucho de los milagros de Jesús y esperaba realmente presenciar algún prodigio.

185:4.2 (1992.4) Al ver entrar a Jesús, Herodes se quedó impresionado por su apariencia majestuosa y por la serenidad de su semblante. Estuvo cerca de un cuarto de hora haciéndole preguntas, pero el Maestro no quiso contestar. Entonces el tetrarca se burló de él y lo retó a hacer un milagro, pero Jesús no quiso responder a sus muchas preguntas ni reaccionar ante sus burlas.

185:4.3 (1992.5) Herodes se volvió entonces hacia los jefes de los sacerdotes y los saduceos y oyó todo lo que Pilatos había oído y más sobre las presuntas maldades del Hijo del Hombre. Cuando se convenció por fin de que Jesús ni hablaría ni haría ningún prodigio para él, Herodes se rio de él durante un rato, le puso encima un viejo manto de púrpura real y lo envió de vuelta a Pilatos. Herodes sabía que no tenía jurisdicción sobre Jesús en Judea. Aunque le alegraba pensar que iba a librarse por fin de Jesús en Galilea, le alegraba aún más que el responsable de su ejecución fuera Pilatos. Herodes nunca logró recuperarse del miedo que se apoderó de él cuando mandó ejecutar a Juan el Bautista. Había llegado incluso a temer que Jesús fuera Juan resucitado de entre los muertos, pero ese fantasma se desvaneció al comprobar que Jesús no se parecía nada al profeta franco e impetuoso que se había atrevido a sacar a la luz y condenar su vida privada.

5. Jesús vuelve ante Pilatos

185:5.1 (1993.1) Cuando los guardias volvieron con Jesús, Pilatos salió a la escalinata principal del pretorio donde se había instalado el tribunal, convocó a los jefes de los sacerdotes y a los miembros del Sanedrín y les dijo: «Me habéis traído a este hombre al que acusáis de pervertir al pueblo, prohibir el pago de impuestos y pretender ser el rey de los judíos. Lo he interrogado y no lo he encontrado culpable de estos delitos; de hecho, no encuentro en él falta alguna, ni tampoco Herodes puesto que nos lo ha enviado de vuelta. Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Si aún seguís pensando que merece castigo, le daré un escarmiento y lo soltaré».

185:5.2 (1993.2) En el preciso momento en que los judíos iban a empezar a vociferar su protesta por la liberación de Jesús, llegó al pretorio una gran multitud para pedir a Pilatos que soltara a un preso en honor de la fiesta de la Pascua. Venía siendo costumbre de los gobernadores romanos permitir a las masas que eligieran a un hombre encarcelado o condenado para indultarlo con ocasión de la Pascua. Al ver avanzar al gentío para pedirle que liberara a un preso, y puesto que Jesús, que había sido tan popular entre las multitudes, estaba ahora preso ante él, a Pilatos se le ocurrió que tal vez podría salir del apuro proponiendo soltar al hombre de Galilea como símbolo de la buena voluntad de la Pascua.

185:5.3 (1993.3) Mientras el gentío se agolpaba en las escalinatas del edificio, Pilatos les oyó gritar el nombre de un tal Barrabás. Barrabás era un conocido agitador político, ladrón y asesino, hijo de un sacerdote, que había sido detenido recientemente por robo y homicidio en la calzada de Jericó. Estaba sentenciado a muerte en cuanto terminaran las fiestas de la Pascua.

185:5.4 (1993.4) Pilatos se levantó y explicó a la multitud que los jefes de los sacerdotes le habían llevado a Jesús para que lo condenara a muerte bajo ciertas acusaciones, pero él no creía que mereciera la muerte. Y luego preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte, a Barrabás el asesino o a Jesús de Galilea?». Entonces los jefes de los sacerdotes y los consejeros del Sanedrín exclamaron juntos a voz en grito: «¡A Barrabás, a Barrabás!». Y cuando la gente vio que los jefes de los sacerdotes pedían la muerte de Jesús, se unieron rápidamente al clamor por condenar a Jesús y soltar a Barrabás.

185:5.5 (1993.5) Unos días antes la multitud había mostrado un respeto reverencial por Jesús, pero la turba ya no admiraba al hombre que se había presentado como Hijo de Dios y ahora se encontraba prisionero de los dirigentes y los sacerdotes para ser juzgado a vida o muerte ante el tribunal de Pilatos. Jesús podía ser un héroe a los ojos del pueblo cuando echaba del templo a los cambistas y mercaderes, pero no cuando estaba en manos de sus enemigos sin oponer resistencia y sometido a juicio por su vida.

185:5.6 (1993.6) Pilatos se enfadó cuando oyó a los jefes de los sacerdotes pedir a voces el indulto de un conocido asesino y exigir a gritos la sangre de Jesús. Vio claramente su odio y percibió su malicia, su envidia y sus prejuicios, por eso les dijo: «¿Cómo podéis elegir la vida de un asesino antes que la de un hombre cuyo peor delito es llamarse simbólicamente rey de los judíos?». Pero Pilatos no estuvo acertado. Los judíos eran un pueblo orgulloso, sometido al yugo político romano pero pendiente del advenimiento de un Mesías que había de liberarlo de su cautiverio gentil con gran despliegue de poder y gloria. La insinuación de que este maestro de modales suaves y extrañas doctrinas, detenido y acusado de delitos capitales, pudiera ser visto como «el rey de los judíos» les molestó mucho más de lo que Pilatos hubiera podido imaginar. Consideraron su comentario como un insulto a lo que tenían por más sagrado y honorable en su existencia nacional y redoblaron su griterío por la liberación de Barrabás y la muerte de Jesús.

185:5.7 (1994.1) Pilatos sabía que Jesús era inocente de las acusaciones formuladas contra él. Si hubiera sido un juez justo y valiente, lo habría absuelto y puesto en libertad, pero temía desafiar a los encolerizados judíos. Mientras vacilaba ante el cumplimiento de su deber llegó un mensajero y le entregó una comunicación sellada de su esposa Claudia.

185:5.8 (1994.2) Después de comunicar a su auditorio que deseaba leer el mensaje que acababa de recibir antes de proseguir con el juicio, Pilatos abrió la carta de su esposa y leyó: «Te ruego que no tengas nada que ver con ese hombre justo e inocente a quien llaman Jesús. Esta noche he sufrido mucho en sueños por su causa». La nota de Claudia alteró enormemente a Pilatos y produjo un retraso considerable en el juicio. Esta demora favoreció a los dirigentes judíos, que aprovecharon para circular libremente entre la multitud y urgir al pueblo a pedir la liberación de Barrabás y reclamar a gritos la crucifixión de Jesús.

185:5.9 (1994.3) Por fin Pilatos volvió a encarar el problema y se dirigió al público compuesto por los dirigentes judíos y la gente que había ido a pedir el indulto pascual: «¿Qué haré entonces con este al que llaman el rey de los judíos?». Y todos gritaron al unísono: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». La unanimidad de esta multitud tan diversa sorprendió y alarmó a Pilatos, un juez injusto atormentado por el miedo.

185:5.10 (1994.4) Pilatos insistió: «¿Por qué queréis crucificar a este hombre? ¿Qué mal ha hecho? ¿Quién de vosotros quiere salir a testificar contra él?». Y cuando oyeron que Pilatos hablaba en defensa de Jesús se pusieron a gritar aún más: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».

185:5.11 (1994.5) Entonces Pilatos volvió a apelar a ellos sobre la liberación del preso por la Pascua: «Os pregunto una vez más, ¿a cuál de estos presos debo soltar para vuestra Pascua?». Y el gentío volvió a gritar: «¡Danos a Barrabás!».

185:5.12 (1994.6) Pilatos dijo: «Si suelto a Barrabás, el asesino, ¿qué he de hacer con Jesús?». Y la multitud volvió a vociferar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».

185:5.13 (1994.7) Pilatos se aterrorizó ante el insistente clamor de la turba liderada por los jefes de los sacerdotes y los consejeros del Sanedrín. Entonces decidió hacer un último intento por apaciguar al gentío y salvar a Jesús.

6. La última apelación de Pilatos

185:6.1 (1994.8) En todo lo que ocurrió ante Pilatos aquel viernes por la mañana temprano solo intervinieron los enemigos de Jesús. Sus numerosos amigos o bien no se habían enterado de su arresto nocturno y su juicio a primera hora de la mañana, o bien estaban escondidos para no ser apresados y condenados a muerte por creer en las enseñanzas de Jesús. Entre la multitud que pidió a voces la muerte del Maestro solo estaban sus enemigos declarados y el populacho voluble y fácil de manipular.

185:6.2 (1995.1) Pilatos quería hacer una última apelación a su piedad. Como no se atrevía a desafiar el clamor de esa turba engañada que pedía a gritos la sangre de Jesús, ordenó a los guardias judíos y a los soldados romanos azotar a Jesús. Este procedimiento era en sí mismo injusto e ilegal, puesto que la legislación romana tenía reservado este castigo para los condenados a morir crucificados. Para esta terrible prueba los guardias llevaron a Jesús al patio abierto del pretorio. Aunque sus enemigos no presenciaron esta flagelación, Pilatos sí lo hizo, y antes de terminar este infame abuso mandó parar a los azotadores y llevar a Jesús a su presencia. Antes de que los azotadores utilizaran sus látigos de nudos contra Jesús mientras estaba atado al poste de flagelación, le volvieron a poner el manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la frente. Luego le pusieron una caña en la mano a modo de cetro y arrodillándose a ante él le hacían burla diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Y lo escupían y abofeteaban. Uno de ellos le quitó la caña de la mano para golpearle la cabeza antes de devolverlo a Pilatos.

185:6.3 (1995.2) Entonces Pilatos sacó a este preso sangrante y lacerado, y lo presentó ante la multitud diciendo: «¡He aquí al hombre! Vuelvo a repetiros que no encuentro en él ningún delito, y tras haberlo azotado quisiera liberarlo».

185:6.4 (1995.3) Allí estaba Jesús de Nazaret ataviado con un viejo manto de púrpura real y con una corona de espinas perforando su bondadosa frente. Su cara estaba manchada de sangre y su cuerpo doblado por el dolor y el sufrimiento. Pero nada puede conmover el corazón insensible de quienes son víctimas de un intenso odio emocional y esclavos de los prejuicios religiosos. Este espectáculo provocó un profundo estremecimiento en todos los dominios de un vasto universo, pero no llegó al corazón de los que estaban decididos a acabar con Jesús.

185:6.5 (1995.4) Cuando se hubieron recuperado de la primera impresión que les produjo la figura doliente del Maestro, siguieron gritando más fuerte y con más insistencia: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».

185:6.6 (1995.5) Pilatos se dio cuenta de que era inútil apelar a sus supuestos sentimientos de piedad, así que dio un paso adelante y dijo: «Veo que estáis empeñados en la muerte de este hombre, ¿pero qué ha hecho para merecer la muerte? ¿Quién va a testificar sobre sus crímenes?».

185:6.7 (1995.6) Entonces el sumo sacerdote en persona subió hasta donde estaba Pilatos y declaró enfurecido: «Nosotros tenemos una ley sagrada, y según esa ley este hombre debe morir porque ha declarado ser el Hijo de Dios». Pilatos se atemorizó mucho más al oír esto, y no solo por los judíos. Al recordar el recado de su esposa y la mitología griega de dioses bajando a la tierra, se puso a temblar ante la idea de que Jesús pudiera ser un personaje divino. Hizo gestos de calma a la multitud con la mano mientras tomaba a Jesús por el brazo y lo conducía de nuevo al interior del edificio para interrogarlo otra vez. Pilatos estaba perturbado por el miedo, preocupado por la superstición y agobiado por el empecinamiento de la turba.

7. La última entrevista con Pilatos

185:7.1 (1995.7) Pilatos, temblando de miedo y de emoción, se sentó al lado de Jesús y le preguntó: «De dónde vienes? ¿Quién eres realmente? ¿Qué es eso que dicen de que eres el Hijo de Dios?».

185:7.2 (1996.1) Pero Jesús no iba a responder a estas preguntas cuando el que las hacía era un juez débil y vacilante que temía a los hombres y era tan injusto como para mandarlo azotar después de haber declarado que era inocente de todo delito y antes de haber dictado oficialmente su sentencia de muerte. Jesús miró a Pilatos directamente a la cara y no le contestó. Pilatos le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para soltarte y tengo potestad para crucificarte?». Jesús le contestó: «No tendrías ningún poder sobre mí si no se te permitiera desde arriba. No podrías ejercer ninguna potestad sobre el Hijo del Hombre si no lo permitiera el Padre del cielo. Pero tú no eres tan culpable puesto que no conoces el evangelio. El que me ha traicionado y los que me han entregado a ti tienen mayor pecado».

185:7.3 (1996.2) Esta última conversación con Jesús terminó de aterrar a Pilatos. Este juez débil y cobarde, sin ningún valor moral tenía que cargar ahora con el doble peso del miedo supersticioso a Jesús y el miedo mortal a los líderes judíos.

185:7.4 (1996.3) Pilatos se presentó de nuevo ante el gentío y dijo: «Estoy convencido de que este hombre solo puede haber faltado a las leyes religiosas. Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. ¿Por qué esperáis que yo autorice su muerte solo porque choca con vuestras tradiciones?».

185:7.5 (1996.4) Al ver que Pilatos estaba a punto de liberar a Jesús, el sumo sacerdote Caifás se acercó al cobarde juez romano, y blandiendo un dedo furioso, dijo en tono airado que todos pudieron oír: «Si sueltas a este hombre no eres amigo del césar, y yo me encargaré de que el emperador se entere de todo». Esta amenaza pública fue demasiado para Pilatos. El miedo a perder su posición personal eclipsó cualquier otra consideración, y el cobarde gobernador mandó traer a Jesús a su presencia. Cuando el Maestro estuvo ante el tribunal, Pilatos señaló hacia él y dijo irónicamente: «He aquí a vuestro rey». Y los judíos contestaron: «¡Fuera! ¡Crucifícalo!». Pilatos preguntó con el mismo sarcasmo: «¿He de crucificar a vuestro rey?». Y los judíos contestaron: «¡Sí, crucifícalo! Nosotros no tenemos más rey que el césar». Entonces Pilatos se dio cuenta de que no había ninguna posibilidad de salvar a Jesús sin desafiar a los judíos, y él no estaba dispuesto a enfrentarse a ellos.

8. La trágica rendición de Pilatos

185:8.1 (1996.5) Allí estaba el Hijo de Dios encarnado como Hijo del Hombre. Había sido arrestado sin cargos, acusado sin pruebas, juzgado sin testigos, castigado sin veredicto y estaba a punto de ser condenado a muerte por un juez injusto que confesaba no encontrar en él delito alguno. Si Pilatos intentaba apelar al patriotismo de la gente cuando llamó a Jesús «rey de los judíos», se equivocó por completo. Los judíos no aspiraban a ningún rey de este tipo. La declaración de los jefes de los sacerdotes y los saduceos de que no tenían «más rey que el césar», provocó un rechazo general incluso entre el populacho ignorante, pero ya era demasiado tarde para salvar a Jesús aunque la turba se hubiera atrevido a ponerse de parte del Maestro.

185:8.2 (1996.6) Pilatos temía un tumulto o un motín. No se atrevió a correr el riesgo de provocar disturbios en Jerusalén durante la Pascua. Acababa de recibir una reprimenda del césar y no quería arriesgarse a otra. La turba vitoreó cuando ordenó liberar a Barrabás. Entonces pidió que le trajeran agua y una jofaina, y allí mismo se lavó las manos delante de la multitud diciendo: «Soy inocente de la sangre de este hombre. Estáis decididos a que muera, pero yo no he encontrado culpa en él. Allá vosotros. Los soldados se lo llevarán». La turba volvió a vitorear y replicó: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos».

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