Documento 139 - Los doce apóstoles

   
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El libro de Urantia

Documento 139

Los doce apóstoles

139:0.1 (1548.1) TAL FUE el atractivo y la rectitud de la vida de Jesús en la tierra que, aunque hizo pedazos una y otra vez las esperanzas de sus apóstoles y destrozó todas sus ambiciones de exaltación personal, solo uno lo abandonó.

139:0.2 (1548.2) Los apóstoles aprendieron de Jesús sobre el reino de los cielos, y Jesús aprendió mucho de ellos sobre el reino de los hombres, sobre cómo vive la naturaleza humana en Urantia y en los otros mundos evolutivos del tiempo y el espacio. Eran doce hombres de temperamento humano muy diverso, y la instrucción recibida no los había hecho semejantes. Muchos de estos pescadores galileos tenían una fuerte proporción de sangre gentil como resultado de la conversión forzosa de la población no judía de Galilea cien años antes.

139:0.3 (1548.3) No cometáis el error de considerar que los apóstoles eran totalmente incultos e ignorantes. Todos salvo los gemelos Alfeo se habían graduado en las escuelas de las sinagogas y habían sido instruidos a fondo en las escrituras hebreas y en gran parte de los conocimientos corrientes de la época. Siete de ellos se habían graduado en la escuela de la sinagoga de Cafarnaúm, la mejor escuela judía de toda Galilea.

139:0.4 (1548.4) Cuando vuestros escritos se refieren a estos mensajeros del reino como «incultos e ignorantes», lo hacen con intención de transmitir la idea de que eran laicos, que no habían aprendido el saber de los rabinos ni se habían educado en los métodos de interpretación rabínica de las Escrituras. Carecían de la llamada educación superior. En los tiempos modernos serían considerados sin duda como personas poco instruidas, y en algunos círculos de la sociedad incluso sin cultura. Una cosa es cierta: no habían pasado todos por un mismo programa de estudios fijo y estereotipado. A partir de la adolescencia sus experiencias de aprendizaje de la vida habían sido muy diferentes.

1. Andrés, el primer elegido

139:1.1 (1548.5) Andrés, el presidente del cuerpo apostólico del reino, nació en Cafarnaúm. Era el hijo mayor de una familia de cinco: él mismo, su hermano Simón y tres hermanas. Su padre, ya fallecido, había sido socio de Zebedeo en un negocio de desecación de pescado en Betsaida, el puerto pesquero de Cafarnaúm. Cuando se convirtió en apóstol Andrés estaba soltero y vivía en casa de su hermano casado, Simón Pedro. Ambos eran pescadores y socios de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo.

139:1.2 (1548.6) Cuando fue elegido como apóstol en el año 26 d. C., Andrés tenía 33 años, uno más que Jesús, y era el mayor de los apóstoles. Provenía de una excelente línea de antepasados y era el más capaz de los doce. Excepto en oratoria, estaba a la altura de sus compañeros en casi todas las aptitudes imaginables. Jesús nunca puso a Andrés un apodo, una designación fraternal. Pero igual que no tardaron en llamar Maestro a Jesús, los apóstoles designaban a Andrés con un término equivalente a ‘jefe’.

139:1.3 (1549.1) Andrés era buen organizador y mejor administrador. Formaba parte del círculo íntimo de cuatro apóstoles, pero al ser nombrado por Jesús como cabeza del grupo apostólico, tuvo que cumplir sus funciones con sus hermanos mientras los otros tres disfrutaban de una comunión muy estrecha con el Maestro. Andrés siguió siendo el decano del cuerpo apostólico hasta el final.

139:1.4 (1549.2) Aunque Andrés nunca fue efectivo como predicador, fue muy eficaz en su labor personal. Fue el pionero de los misioneros del reino cuando, al ser elegido como primer apóstol, atrajo inmediatamente a su hermano Simón, que se convertiría en uno de los mejores predicadores del reino. Andrés fue el principal partidario de la política de Jesús de utilizar el programa de trabajo personal como medio para formar a los doce como mensajeros del reino.

139:1.5 (1549.3) Tanto si Jesús enseñaba a los apóstoles en privado como si predicaba a las multitudes, Andrés solía estar al corriente de todo. Era un ejecutivo inteligente y un administrador eficaz. Tomaba decisiones rápidas en todas las cuestiones que se le presentaban a no ser que considerara que el problema sobrepasaba el ámbito de su autoridad, en cuyo caso lo consultaba directamente con Jesús.

139:1.6 (1549.4) Andrés y Pedro eran muy diferentes en carácter y temperamento, pero debe quedar constancia eterna y ejemplar de que se llevaban de maravilla. Andrés nunca tuvo celos de la elocuencia de Pedro. No es frecuente que un hombre mayor del tipo de Andrés ejerza una influencia tan profunda sobre un hermano más joven y dotado de mucho talento. Andrés y Pedro nunca mostraron la menor envidia de las cualidades y los éxitos del otro. Al final de la tarde del día de Pentecostés, cuando se habían incorporado dos mil almas al reino gracias en gran medida a la predicación vigorosa e inspiradora de Pedro, Andrés dijo a su hermano: «Yo no hubiera podido hacerlo, pero estoy muy contento de tener un hermano que puede». A lo cual Pedro respondió: «Si no fuera porque me llevaste al Maestro y por tu tenacidad para mantenerme con él, yo no habría estado aquí para hacerlo». Andrés y Pedro eran la excepción a la regla, la prueba de que incluso los hermanos pueden vivir juntos en paz y trabajar juntos eficazmente.

139:1.7 (1549.5) Después de Pentecostés Pedro se hizo famoso, pero a Andrés, el hermano mayor, nunca le molestó que le presentaran como «el hermano de Simón Pedro» durante el resto de su vida.

139:1.8 (1549.6) De todos los apóstoles, Andrés era el mejor conocedor de hombres. Supo que se estaban fraguando problemas en el corazón de Judas Iscariote antes de que ninguno de los otros sospechara nada malo del tesorero, pero no compartió sus temores con ellos. El gran servicio de Andrés al reino fue asesorar a Pedro, Santiago y Juan en la elección de los primeros misioneros que se enviaron a proclamar el evangelio, y también aconsejar a estos primeros dirigentes sobre la organización de los asuntos administrativos del reino. Andrés tenía un gran don para descubrir los recursos ocultos y los talentos latentes de los jóvenes.

139:1.9 (1549.7) Poco después de la ascensión de Jesús a lo alto, Andrés empezó a escribir una relación personal de muchos de los dichos y hechos de su difunto Maestro. Tras la muerte de Andrés se hicieron copias de este documento privado que circularon profusamente entre los primeros maestros de la Iglesia cristiana. Estas notas informales de Andrés fueron posteriormente corregidas, enmendadas, alteradas y ampliadas hasta convertirse en una narración bastante cronológica de la vida del Maestro en la tierra. La última de esas pocas copias alteradas y enmendadas fue destruida por el fuego en Alejandría unos cien años después de que el primer elegido de los doce apóstoles escribiera el original.

139:1.10 (1550.1) Andrés era un hombre de visión interior clara, pensamiento lógico y decisiones firmes. El punto fuerte de su carácter era su espléndida estabilidad, su desventaja, la falta de entusiasmo. Le faltó muchas veces animar a sus compañeros con alabanzas merecidas, y esta reticencia a elogiar los logros de sus amigos provenía de su odio a la adulación y a la hipocresía. Andrés era uno de esos hombres ecuánimes de una pieza que se hacen a sí mismos y triunfan modestamente en la vida.

139:1.11 (1550.2) Todos los apóstoles amaban a Jesús, pero es verdad que cada uno de los doce se sentía atraído hacia él por alguna característica de su personalidad especialmente atractiva para ese apóstol en particular. Andrés admiraba a Jesús por su sinceridad constante, por su dignidad sin afectación. Una vez que los hombres conocían a Jesús, se sentían impulsados a compartirlo con sus amigos; deseaban realmente que todo el mundo lo conociera.

139:1.12 (1550.3) Cuando las persecuciones posteriores dispersaron a los apóstoles fuera de Jerusalén, Andrés viajó por Armenia, Asia Menor y Macedonia, y después de traer a muchos miles al reino, fue apresado y crucificado finalmente en Patras, en Acaya. Este hombre robusto tardó dos días completos en expirar en la cruz, y durante esas trágicas horas siguió proclamando eficazmente la buena nueva de la salvación del reino de los cielos.

2. Simón Pedro

139:2.1 (1550.4) Cuando Simón se unió a los apóstoles tenía treinta años. Estaba casado, tenía tres hijos y vivía en Betsaida, cerca de Cafarnaúm. Su hermano Andrés y la madre de su esposa vivían con él. Tanto Pedro como Andrés eran socios de pesca de los hijos de Zebedeo.

139:2.2 (1550.5) El Maestro conocía a Simón desde algún tiempo antes de que Andrés lo propusiera como el segundo apóstol. Cuando Jesús llamó Pedro a Simón lo hizo con una sonrisa, era una especie de apodo. Simón era bien conocido entre todos sus amigos por su carácter impulsivo e imprevisible. Es verdad que Jesús concedería más adelante una importancia nueva y significativa a este apodo puesto a la ligera.

139:2.3 (1550.6) Simón Pedro era un hombre de impulsos, un optimista. Llevaba desde pequeño dando rienda suelta a sus fuertes sentimientos y se metía en constantes dificultades porque persistía en hablar sin pensar. Esta irreflexión creaba también problemas incesantes a todos sus amigos y compañeros y fue motivo de muchas suaves reprimendas por parte de su Maestro. Y si su hablar atolondrado no le metió en más líos solo fue porque aprendió muy pronto a consultar muchos de sus planes y proyectos con su hermano Andrés antes de aventurarse a proponerlos en público.

139:2.4 (1550.7) Pedro era un orador desenvuelto, elocuente y teatral. Era también un líder nato e inspirador, de pensamiento rápido pero de razonamiento poco profundo. Hacía muchas preguntas, más que todos los apóstoles juntos, y aunque la mayoría de ellas eran buenas y pertinentes, muchas eran irreflexivas y tontas. Pedro no tenía una mente profunda pero conocía su mente bastante bien. Era, por lo tanto, un hombre de decisiones rápidas y acciones repentinas. Mientras los demás comentaban asombrados al ver a Jesús en la playa, Pedro saltó al agua y nadó hacia la orilla al encuentro del Maestro.

139:2.5 (1551.1) El rasgo que más admiraba Pedro en Jesús era su ternura divina. Pedro no se cansaba nunca de contemplar la paciencia de Jesús. No olvidó nunca la lección sobre perdonar al malhechor no solo siete veces, sino setenta veces siete. Pensó mucho sobre estos rasgos del carácter indulgente del Maestro durante los días tristes y sombríos que siguieron inmediatamente a su negación irreflexiva y no deliberada de Jesús en el patio del sumo sacerdote.

139:2.6 (1551.2) Simón Pedro vacilaba de forma lamentable; oscilaba repentinamente de un extremo al otro. Primero se negó a que Jesús le lavara los pies, y luego, ante la respuesta del Maestro, le rogó que le lavara todo el cuerpo. Pero Jesús bien sabía que los defectos de Pedro estaban en la cabeza y no en el corazón. Tenía una de las combinaciones más inexplicables de valor y cobardía que se han visto nunca sobre la tierra. La gran fuerza de su carácter era la lealtad, la amistad. Pedro amaba a Jesús con toda sinceridad, pero a pesar de la poderosa fuerza de su devoción, era tan inconstante e inestable que permitió que una criada le tomara el pelo hasta el punto de negar a su Señor y Maestro. Pedro aguantaba bien la persecución y cualquier otra forma de agresión directa, pero se hundía y encogía ante el ridículo. Era un soldado valiente ante el ataque frontal, pero un cobarde servil cuando lo sorprendían por la retaguardia.

139:2.7 (1551.3) Pedro fue el primer apóstol de Jesús que dio un paso al frente para defender el trabajo de Felipe entre los samaritanos y el de Pablo entre los gentiles. Sin embargo, cuando fue ridiculizado posteriormente por unos judaizantes en Antioquía, dio marcha atrás y se distanció temporalmente de los gentiles con lo que atrajo sobre su cabeza la valiente denuncia de Pablo.

139:2.8 (1551.4) Fue el primero de los apóstoles en reconocer incondicionalmente la humanidad y la divinidad conjuntas de Jesús y el primero en negarle después de Judas. Pedro no era especialmente soñador, pero le disgustaba descender de las nubes del éxtasis y del entusiasmo de su complacencia teatral al mundo ordinario de la realidad terrena.

139:2.9 (1551.5) Al seguir a Jesús —literalmente y en sentido figurado— o bien encabezaba la procesión o bien iba a la zaga «siguiendo de lejos». Pero era el predicador más destacado de los doce. Hizo más que cualquier otro hombre, aparte de Pablo, por establecer el reino y enviar a sus mensajeros a los cuatro puntos cardinales de la tierra en una sola generación.

139:2.10 (1551.6) Después de renegar azoradamente del Maestro, se encontró a sí mismo y, siguiendo los consejos cordiales y comprensivos de Andrés, fue el primero en retomar las redes de pesca mientras los apóstoles permanecían a la espera de averiguar qué sucedería tras la crucifixión. Cuando se convenció de que Jesús lo había perdonado y supo que había sido admitido de nuevo en el redil del Maestro, las llamas del reino ardieron tan vivamente en su alma que se convirtió en una gran luz salvadora para miles de personas que estaban en la oscuridad.

139:2.11 (1551.7) Tras su salida de Jerusalén y antes de que Pablo se convirtiera en el espíritu impulsor de las Iglesias cristianas de los gentiles, Pedro se dedicó a visitar todas las Iglesias desde Babilonia hasta Corinto. Visitó y atendió incluso a muchas Iglesias fundadas por Pablo. Aunque Pedro y Pablo eran muy diferentes en temperamento y educación, incluso en teología, trabajaron juntos en armonía durante sus últimos años para el desarrollo de las Iglesias.

139:2.12 (1552.1) Algo del estilo y de las enseñanzas de Pedro aparece en los sermones parcialmente transcritos por Lucas y en el Evangelio de Marcos. El mejor exponente de su estilo vigoroso era su carta conocida como la Primera Epístola de Pedro, al menos antes de que un discípulo de Pablo la modificara.

139:2.13 (1552.2) Pero Pedro persistió en el error de intentar convencer a los judíos de que Jesús era realmente el auténtico Mesías judío. Hasta el mismo día de su muerte, Simón Pedro siguió confundiendo los conceptos de Jesús como Mesías judío, Cristo como redentor del mundo y el Hijo del Hombre como revelación de Dios, el Padre amoroso de toda la humanidad.

139:2.14 (1552.3) La esposa de Pedro fue una mujer muy capaz. Trabajó satisfactoriamente durante años como miembro del cuerpo de mujeres, y cuando Pedro fue expulsado de Jerusalén lo acompañó en todos sus viajes a las Iglesias y en todos sus recorridos misioneros. El día en que su ilustre marido entregó su vida, ella fue arrojada a las fieras en la arena de Roma.

139:2.15 (1552.4) Y así fue como este hombre, Pedro, un íntimo de Jesús, miembro de su círculo interno, salió de Jerusalén y proclamó la buena nueva del reino con poder y gloria hasta que se hubo cumplido la plenitud de su ministerio. Y consideró que recibía un gran honor cuando sus captores le informaron de que moriría como había muerto su Maestro: en la cruz. Simón Pedro fue crucificado en Roma.

3. Santiago Zebedeo

139:3.1 (1552.5) Santiago, el mayor de los dos apóstoles hijos de Zebedeo apodados «hijos del trueno» por Jesús, tenía treinta años cuando se convirtió en apóstol. Estaba casado, tenía cuatro hijos y vivía cerca de sus padres en Betsaida, a las afueras de Cafarnaúm. Era pescador y trabajaba con su hermano menor Juan y sus socios Andrés y Simón. Santiago y su hermano Juan tenían el privilegio de haber conocido a Jesús mucho antes que ninguno de los otros apóstoles.

139:3.2 (1552.6) Este apóstol competente era de temperamento contradictorio; parecía tener dos naturalezas movidas las dos por fuertes sentimientos. Cuando la indignación se apoderaba de él, estallaba con especial vehemencia. Montaba en cólera ante la provocación, y cuando pasaba la tormenta acostumbraba siempre a justificar y disculpar su furia como una manifestación de justa indignación. Aparte de estos arrebatos periódicos de ira, la personalidad de Santiago se parecía mucho a la de Andrés. No poseía la discreción de Andrés ni su comprensión de la naturaleza humana, pero hablaba mucho mejor en público. Después de Pedro y tal vez de Mateo, Santiago era el mejor orador de los doce.

139:3.3 (1552.7) Aunque Santiago no era nada temperamental, podía estar callado y taciturno un día y ser un gran conversador y narrador al día siguiente. Solía hablar libremente con Jesús, pero entre los doce era el que pasaba callado más días seguidos. Esos periodos de silencio inexplicable eran su gran debilidad.

139:3.4 (1552.8) La característica más destacada de la personalidad de Santiago era su capacidad de ver todos los aspectos de cualquier asunto. Fue el que estuvo más cerca de los doce de captar la realidad de la importancia y el significado de la enseñanza de Jesús. También a él le costó al principio comprender el sentido de lo que decía el Maestro, pero antes del final del periodo de formación ya había adquirido un concepto superior del mensaje de Jesús. Santiago era capaz de sintonizar con una amplia gama de naturalezas humanas. Se llevaba bien con el polifacético Andrés, con el impetuoso Pedro y con su reservado hermano Juan.

139:3.5 (1553.1) Aunque Santiago y Juan tenían sus dificultades para trabajar juntos, su buena relación era ejemplar. No llegaba al nivel de la de Andrés y Pedro, pero se llevaban mucho mejor de lo que se podría esperar de dos hermanos, sobre todo de dos hermanos tan decididos y testarudos. Y por extraño que pueda parecer, estos dos hijos de Zebedeo eran mucho más tolerantes el uno con el otro que con el resto de la gente. Habían sido siempre buenos compañeros de juego y se tenían un gran afecto. Fueron estos «hijos del trueno» los que propusieron que bajara fuego del cielo para aniquilar a los samaritanos que se habían atrevido a faltar al respeto a su Maestro. La muerte prematura de Santiago cambió considerablemente el temperamento vehemente de Juan, su hermano menor.

139:3.6 (1553.2) La característica de Jesús que Santiago más admiraba era el afecto cordial del Maestro. El interés comprensivo de Jesús por ricos y pobres, grandes y pequeños le atraía de manera especial.

139:3.7 (1553.3) Santiago Zebedeo era muy equilibrado a la hora de pensar y planificar las cosas. Era uno de los más sensatos del grupo apostólico junto con Andrés. Era una persona enérgica pero nunca tenía prisa. Era un excelente contrapeso para Pedro.

139:3.8 (1553.4) Era modesto y discreto, un servidor cotidiano, un trabajador sin pretensiones que no buscó ningún premio especial una vez que hubo captado algo del significado real del reino. Incluso en la historia de la madre de Santiago y Juan cuando pidió para sus hijos los puestos a la derecha y a la izquierda de Jesús, hay que recordar que fue la madre la que lo pidió. Y cuando declararon que estaban preparados para asumir tales responsabilidades, hay que reconocer que estaban enterados de los peligros que entrañaba la supuesta revuelta del Maestro contra el poder de Roma y que estaban dispuestos a pagar el precio. Cuando Jesús les preguntó si estaban preparados para apurar la copa respondieron que sí. Y en lo que concierne a Santiago fue literalmente cierto, apuró la copa con el Maestro como el primer apóstol que sufrió el martirio, pasado a espada por orden de Herodes Agripa. Santiago fue así el primero de los doce que sacrificó su vida en el nuevo frente de batalla del reino. Herodes Agripa temía a Santiago más que a todos los demás apóstoles. Es cierto que tendía a ser silencioso y desapercibido, pero era valiente y decidido cuando desafiaban y ponían a prueba sus convicciones.

139:3.9 (1553.5) Santiago vivió su vida hasta la plenitud, y cuando llegó el final se comportó con tal gracia y entereza que incluso su propio delator y acusador quedó tan conmovido tras asistir a su juicio y ejecución que salió corriendo del escenario de la muerte de Santiago para unirse a los discípulos de Jesús.

4. Juan Zebedeo

139:4.1 (1553.6) Cuando Juan se convirtió en apóstol tenía veinticuatro años y era el más joven de los doce. No estaba casado y vivía con sus padres en Betsaida. Era pescador y trabajaba con su hermano Santiago como socios de Andrés y Pedro. Antes y después de convertirse en apóstol Juan actuó como representante personal de Jesús en las relaciones con la familia del Maestro y siguió asumiendo esta responsabilidad mientras vivió María, la madre de Jesús.

139:4.2 (1553.7) Al ser el más joven de los doce y estar tan estrechamente vinculado a Jesús en sus asuntos familiares, Juan era muy querido por el Maestro, pero no se puede decir con propiedad que fuera «el discípulo a quien Jesús amaba». Es muy poco probable que una personalidad tan magnánima como la de Jesús fuera sospechosa de favoritismos, de amar a uno de sus apóstoles más que a los demás. El hecho de que Juan fuera uno de los tres auxiliares personales de Jesús dio más credibilidad a esta idea equivocada, aparte de que Juan, junto con su hermano Santiago, había conocido a Jesús mucho antes que el resto.

139:4.3 (1554.1) Pedro, Santiago y Juan fueron designados ayudantes personales de Jesús al poco tiempo de convertirse en apóstoles. Poco después de la selección de los doce, Jesús dijo a Andrés cuando le nombró director del grupo: «Y ahora deseo que designes a dos o tres de tus compañeros para que estén conmigo y permanezcan a mi lado, para que me conforten y atiendan mis necesidades diarias». A Andrés le pareció que lo mejor era seleccionar para este deber especial a los tres primeros apóstoles elegidos después de él. Le hubiera gustado ofrecerse él mismo como voluntario para este bendito servicio, pero el Maestro ya le había dado su cometido, así que indicó inmediatamente a Pedro, Santiago y Juan que se pusieran al servicio de Jesús.

139:4.4 (1554.2) Juan Zebedeo tenía muchos rasgos hermosos de carácter, pero uno menos hermoso era su desmedida vanidad que solía mantener bien oculta. Su larga relación con Jesús cambió mucho su carácter y redujo considerablemente su vanidad, pero cuando envejeció y se volvió un poco infantil, su amor propio reapareció en cierta medida. Así, cuando se encargó de dirigir a Natán en la redacción del evangelio que lleva ahora su nombre, el anciano apóstol no dudó en referirse a sí mismo repetidas veces como el «discípulo a quien Jesús amaba». Juan fue el mortal terrestre que estuvo más cerca de ser el camarada de Jesús, fue su representante personal en innumerables asuntos y no es de extrañar que llegara a considerarse como el «discípulo a quien Jesús amaba», puesto que sabía perfectamente que él era el discípulo en quien Jesús confiaba tan a menudo.

139:4.5 (1554.3) El rasgo más marcado del carácter de Juan era su fiabilidad. Era valeroso y decidido, fiel y entregado. Su mayor defecto era su vanidad característica. Era el miembro más joven de la familia de su padre y el más joven del grupo apostólico. Quizá estuviera un poco mimado, tal vez demasiado consentido. Pero en sus años maduros Juan fue una persona muy distinta del joven arbitrario y pagado de sí mismo que se unió a los apóstoles de Jesús a los veinticuatro años.

139:4.6 (1554.4) Las características de Jesús que más apreciaba Juan eran el amor y el altruismo del Maestro; estos rasgos le impresionaron tanto que toda su vida posterior estuvo dominada por un sentimiento de amor y devoción fraternal. Habló sobre el amor y escribió sobre el amor. Este «hijo del trueno» se convirtió en el «apóstol del amor». En Éfeso, cuando el anciano obispo ya no era capaz de mantenerse de pie en el púlpito para predicar era llevado a la iglesia en una silla, y al terminar el oficio le pedían que dijera algunas palabras a los creyentes; durante años sus únicas palabras fueron: «Hijos míos, amaos los unos a los otros».

139:4.7 (1554.5) Juan era hombre de pocas palabras excepto cuando se enfadaba. Pensaba mucho pero decía poco. Su carácter se suavizó con la edad y aprendió a controlar sus enfados, pero nunca superó su aversión a hablar; siempre se mostró algo reticente en ese aspecto. En cambio estaba dotado de una notable imaginación creativa.

139:4.8 (1555.1) Había en Juan otra faceta inesperada en este tipo de persona callada e introspectiva: era algo sectario y sumamente intolerante. Santiago y él eran muy parecidos en este aspecto; los dos quisieron invocar que el fuego del cielo cayera sobre las cabezas de los samaritanos irreverentes. Cuando Juan se encontraba con desconocidos que enseñaban en nombre de Jesús, se lo prohibía directamente. Pero no fue el único de los doce que estuvo contaminado por esta especie de autosuficiencia y consciencia de superioridad.

139:4.9 (1555.2) La vida de Juan estuvo enormemente influida por la imagen de un Jesús yendo de acá para allá sin hogar, cuando sabía lo fielmente que había asegurado el bienestar de su madre y de su familia. Juan simpatizaba también profundamente con Jesús ante la incomprensión de la familia del Maestro al darse cuenta de que se iban apartando gradualmente de él. Toda esta situación, unida al hecho de que Jesús postergara siempre sus más mínimos deseos ante la voluntad del Padre del cielo y a la confianza implícita que mostraba en su vida diaria, dejaron una impresión tan profunda en Juan que cambiaron su carácter para siempre. Estos importantes cambios de carácter se manifestaron durante toda su vida posterior.

139:4.10 (1555.3) Juan tenía un valor frío y atrevido que pocos de los otros apóstoles poseían. Fue el único apóstol que siguió en todo momento a Jesús la noche de su arresto y que se atrevió a acompañar a su Maestro hasta el umbral mismo de la muerte. Estuvo presente y muy cerca hasta la última hora terrenal de Jesús, fiel a su responsabilidad respecto a la madre de Jesús y dispuesto a cumplir cualquier otra instrucción que pudiera recibir durante los últimos momentos de la existencia mortal del Maestro. Es indudable que Juan era absolutamente digno de confianza. Solía sentarse a la derecha de Jesús cuando los doce comían juntos. Fue el primero de los doce en creer real y plenamente en la resurrección y el primero en reconocer al Maestro cuando iba hacia ellos por la orilla del mar después de su resurrección.

139:4.11 (1555.4) Este hijo de Zebedeo estuvo muy estrechamente ligado a Pedro en las primeras actividades del movimiento cristiano y se convirtió en uno de los principales apoyos de la Iglesia de Jerusalén. Fue la mano derecha de Pedro el día de Pentecostés.

139:4.12 (1555.5) Varios años después del martirio de Santiago, Juan se casó con la viuda de su hermano. Los últimos veinte años de su vida estuvo al cuidado de una amorosa nieta.

139:4.13 (1555.6) Juan estuvo en prisión varias veces y fue desterrado a la Isla de Patmos durante cuatro años hasta que otro emperador subió al poder en Roma. De no haber sido por su tacto y sagacidad, habrían acabado sin duda con su vida como hicieron con su hermano Santiago que se expresaba con más contundencia. Con el paso de los años tanto Juan como Santiago, el hermano del Señor, aprendieron a practicar una prudente conciliación cuando comparecían ante los magistrados civiles. Descubrieron que una «respuesta suave desvía la ira». Aprendieron también a presentar a la Iglesia como una «hermandad espiritual entregada al servicio social de la humanidad» más que como «el reino de los cielos». Enseñaron servicio por amor en lugar de hablar de poder, de reyes y reinos.

139:4.14 (1555.7) Durante su exilio temporal en Patmos Juan escribió el libro del Apocalipsis, que ha llegado hasta vosotros en forma muy abreviada y distorsionada. Este libro del Apocalipsis contiene los fragmentos supervivientes de una gran revelación de la que se perdieron muchas partes; otras fueron eliminadas después de que Juan lo escribiera. La versión que se conserva es fragmentaria y adulterada.

139:4.15 (1555.8) Juan viajó mucho, trabajó incesantemente, y después de convertirse en obispo de las Iglesias de Asia se estableció en Éfeso. Allí dirigió a su colaborador Natán en la redacción del llamado «Evangelio según Juan» cuando tenía noventa y nueve años. Juan Zebedeo terminó siendo el teólogo más sobresaliente de los doce apóstoles. Murió de muerte natural en Éfeso el año 103 d. C. a los ciento un años.

5. Felipe el curioso

139:5.1 (1556.1) Felipe fue el quinto apóstol elegido. Recibió la llamada cuando Jesús y sus cuatro primeros apóstoles iban hacia Caná de Galilea desde el lugar de reunión de Juan en el Jordán. Como vivía en Betsaida, Felipe había oído hablar de Jesús desde hacía algún tiempo, pero no se le había ocurrido que fuera realmente un gran hombre hasta el día en que Jesús le dijo: «Sígueme» en el valle del Jordán. También influyó algo en la opinión de Felipe el hecho de que Andrés, Pedro, Santiago y Juan hubieran aceptado a Jesús como el Libertador.

139:5.2 (1556.2) Felipe tenía veintisiete años cuando se unió a los apóstoles; estaba recién casado y aún sin hijos. Los apóstoles le pusieron un apodo que significaba «curiosidad». Felipe pedía siempre que le explicaran las cosas. No parecía ver más allá de lo evidente en ninguna cuestión. No era necesariamente torpe, pero le faltaba imaginación. Esa falta de imaginación era la gran debilidad de su carácter. Era una persona corriente y práctica.

139:5.3 (1556.3) Cuando los apóstoles se organizaron para el servicio nombraron a Felipe administrador. Su deber era velar por que no les faltaran provisiones en ningún momento, y fue un buen administrador. Tenía un carácter especialmente metódico y minucioso; era matemático y sistemático al mismo tiempo.

139:5.4 (1556.4) Felipe venía de una familia de siete hermanos, tres chicos y cuatro chicas. Era el segundo, y después de la resurrección bautizó a toda su familia para que entrara en el reino. Los miembros de la familia de Felipe eran pescadores. Su padre era un hombre muy capaz, un pensador profundo, pero su madre procedía de una familia muy mediocre. De Felipe no se podía esperar que hiciera grandes cosas, pero sí era capaz de hacer pequeñas cosas con grandeza, de hacerlas bien y cumplidamente. En cuatro años casi nunca le faltó comida para satisfacer las necesidades de todos, y las muchas emergencias asociadas al tipo de vida que llevaban rara vez lo pillaron desprevenido. El departamento de intendencia de la familia apostólica estaba gestionado de modo inteligente y eficaz.

139:5.5 (1556.5) El punto fuerte de Felipe era su carácter metódico y digno de confianza; el punto débil, su falta total de imaginación, su incapacidad de juntar dos y dos para obtener cuatro. Era matemático en lo abstracto, pero le faltaba imaginación constructiva. Carecía casi por completo de algunos tipos de imaginación. Era el típico hombre medio común y corriente de la calle. Había muchos hombres y mujeres así entre las multitudes que venían a escuchar la enseñanza y la predicación de Jesús, y les reconfortaba ver a alguien como ellos elevado a una posición de honor en el círculo del Maestro; les daba ánimos que alguien como ellos hubiera encontrado ya un alto lugar en los asuntos del reino. Y Jesús aprendió mucho sobre el funcionamiento de algunas mentes humanas a base de escuchar con paciencia las preguntas tontas de Felipe y acceder una y otra vez a las peticiones de su administrador de que «le explicaran las cosas».

139:5.6 (1556.6) La cualidad que Felipe no se cansaba de admirar en Jesús era su inagotable generosidad. Felipe no pudo encontrar nunca en el Maestro nada pequeño, mezquino ni tacaño, y veneraba esa liberalidad permanente e inagotable.

139:5.7 (1557.1) La personalidad de Felipe tenía poco que destacar. Se hablaba de él muchas veces como «Felipe de Betsaida, la ciudad donde viven Andrés y Pedro». Carecía casi por completo de discernimiento en su visión de las cosas; era incapaz de captar las posibilidades dramáticas de una situación determinada. No era pesimista sino simplemente prosaico. Carecía también en gran medida de visión interior espiritual. No dudaba en interrumpir al Maestro en medio de sus más profundos discursos con una pregunta visiblemente tonta. Pero Jesús nunca lo reprendía por esas faltas de consideración; era paciente con él y considerado con su incapacidad para captar los significados más profundos de la enseñanza. Jesús sabía bien que si reprendía una sola vez a Felipe por sus preguntas inoportunas, no solamente heriría a esa alma honrada, sino que la crítica le dolería tanto que nunca más se atrevería a preguntar. Jesús sabía que en sus mundos del espacio había incontables miles de millones de mortales tan lentos de pensamiento como Felipe y quería animarlos a todos a recurrir a él y a sentirse siempre libres de presentarle sus preguntas y problemas. En último término, a Jesús le interesaban más las preguntas tontas de Felipe que el sermón que pudiera estar predicando. Jesús estaba interesado de manera suprema por los hombres, por todos los tipos de hombres.

139:5.8 (1557.2) Aunque el administrador apostólico no hablaba bien en público, era muy persuasivo y obtenía buenos resultados en el trabajo directo con las personas. No se desanimaba fácilmente; trabajaba con dedicación y tenacidad en todo lo que emprendía. Tenía el gran don poco común de saber decir: «Ven». Cuando Natanael, su primer converso, empezó a discutir sobre los méritos y deméritos de Jesús y de Nazaret, la eficaz respuesta de Felipe fue: «Ven y verás». No era un predicador dogmático que exhortaba a sus oyentes a que «fueran» a hacer esto o aquello. Se enfrentaba a todas las situaciones que surgían en su trabajo con un «ven», «ven conmigo, te mostraré el camino». Y este es siempre el método más eficaz en todas las formas y aspectos de la enseñanza. Incluso los padres pueden aprender de Felipe la mejor manera de decir a sus hijos no: «Id a hacer esto, id a hacer aquello», sino más bien: «Venid con nosotros, vamos a mostraros el mejor camino y a compartirlo con vosotros».

139:5.9 (1557.3) La incapacidad de Felipe para adaptarse a situaciones nuevas quedó bien patente cuando unos griegos fueron a buscarlo a Jerusalén para decirle: «Señor, deseamos ver a Jesús». Felipe no habría dudado en contestar: «Ven» a cualquier judío que le hubiera hecho la pregunta, pero aquellos hombres eran extranjeros y Felipe no recordaba ninguna instrucción de sus superiores para un caso como ese. Así que lo único que se le ocurrió fue consultar a su jefe Andrés, y ambos acompañaron a los indagadores griegos hasta Jesús. Del mismo modo, cuando fue a Samaria a predicar y bautizar a los creyentes como le había enseñado su Maestro, no se decidió a imponer las manos sobre sus conversos como símbolo de que habían recibido el Espíritu de la Verdad. Esto tuvieron que hacerlo Pedro y Juan, que llegaron de Jerusalén poco después para observar su labor en nombre de la Iglesia madre.

139:5.10 (1557.4) Felipe se mantuvo firme durante los duros momentos de la muerte del Maestro, participó en la reorganización de los doce y fue el primero en salir a ganar almas para el reino fuera de la comunidad judía inmediata. Tuvo mucho éxito en su trabajo con los samaritanos y en todas sus labores posteriores en pro del evangelio.

139:5.11 (1557.5) La esposa de Felipe, miembro eficiente del cuerpo de mujeres, se asoció activamente al trabajo evangélico de su marido después de huir ambos de las persecuciones de Jerusalén. Era una mujer audaz. Estuvo al pie de la cruz de Felipe animándolo a proclamar la buena nueva incluso a sus asesinos. Cuando a él le fallaron las fuerzas, ella empezó a relatar la historia de la salvación mediante la fe en Jesús y solo la silenciaron cuando los judíos se lanzaron furiosos sobre ella y la mataron a pedradas. Su hija mayor, Lea, continuó la labor de sus padres y se convirtió posteriormente en la célebre profetisa de Hierápolis.

139:5.12 (1558.1) Felipe, el antiguo administrador de los doce, fue un hombre poderoso en el reino que ganaba almas dondequiera que fuera. Fue crucificado finalmente por su fe y enterrado en Hierápolis.

6. El honrado Natanael

139:6.1 (1558.2) Natanael, el sexto y último apóstol elegido por el propio Maestro, fue llevado a Jesús por su amigo Felipe. Había sido socio de Felipe en varias empresas comerciales, y los dos iban juntos de camino a ver a Juan el Bautista cuando se encontraron con Jesús.

139:6.2 (1558.3) Cuando Natanael se unió a los apóstoles tenía veinticinco años y era el segundo más joven del grupo. Era el menor de una familia de siete hijos, no estaba casado y era el único sostén de sus padres ancianos e inválidos con quienes vivía en Caná. Sus hermanos y su hermana estaban casados o habían fallecido, y ninguno de ellos vivía allí. Natanael y Judas Iscariote eran los más cultos de los doce. Natanael proyectaba hacerse mercader.

139:6.3 (1558.4) Jesús no puso ningún apodo a Natanael, pero los doce pronto empezaron a referirse a él en términos relacionados con la honradez y la sinceridad. Era una persona «sin doblez» y esa era su gran virtud; era honrado y sincero. El punto débil de su carácter era su orgullo; estaba muy orgulloso de su familia, de su ciudad, de su reputación y de su nación, todo lo cual es encomiable si no se lleva demasiado lejos. Pero Natanael era propenso a los extremismos en sus prejuicios personales. Tenía tendencia a prejuzgar a los individuos según sus opiniones personales. Lo primero que preguntó antes de conocer a Jesús fue: «¿Puede algo bueno salir de Nazaret?». Pero Natanael, aunque orgulloso, no era obstinado. Cambió rápidamente de opinión en cuanto miró a Jesús a la cara.

139:6.4 (1558.5) Natanael era en muchos aspectos el genio raro de los doce. Era el filósofo y el soñador apostólico, pero un soñador muy práctico. Alternaba entre periodos de profunda filosofía y fases de humor original y divertido. Cuando estaba de humor era probablemente el mejor narrador de historias de los doce. Jesús disfrutaba mucho escuchando a Natanael disertar sobre lo serio y lo frívolo. Natanael fue tomando cada vez más en serio a Jesús y todo lo referente al reino, pero nunca se tomó en serio a sí mismo.

139:6.5 (1558.6) Todos los apóstoles amaban y respetaban a Natanael, y él se llevaba de maravilla con todos ellos menos Judas Iscariote. Judas opinaba que Natanael no se tomaba lo bastante en serio su apostolado y una vez tuvo la temeridad de ir a quejarse de él a Jesús en secreto. Jesús le dijo: «Judas, vigila tus pasos con cuidado y no exageres tu cargo. ¿Quién de nosotros está capacitado para juzgar a su hermano? No es voluntad del Padre que sus hijos compartan solo las cosas serias de la vida. Déjame que te repita que he venido para que mis hermanos en la carne puedan tener alegría, gozo y vida más abundantes. Anda Judas, haz bien lo que se te ha encomendado y deja que tu hermano Natanael dé cuenta de sí mismo ante Dios». Esta experiencia y muchas otras parecidas se grabaron en la memoria de Judas Iscariote mientras se iba engañando a sí mismo en su corazón.

139:6.6 (1559.1) Muchas veces, cuando Jesús se iba a la montaña con Pedro, Santiago y Juan, y las cosas se ponían tensas y complicadas entre los apóstoles, cuando ni el propio Andrés sabía qué decir a sus hermanos abatidos, Natanael aliviaba la tensión con un poco de filosofía o un destello de humor; y además era humor de calidad.

139:6.7 (1559.2) Natanael era el encargado de velar por las familias de los doce. Muchas veces no podía asistir a los consejos apostólicos porque en cuanto se enteraba de que a alguna de las personas a su cargo le había ocurrido cualquier percance o enfermedad, acudía inmediatamente a su casa. Los doce descansaban tranquilos sabiendo que el bienestar de sus familias estaba en buenas manos con Natanael.

139:6.8 (1559.3) Lo que Natanael más veneraba de Jesús era su tolerancia. No se cansaba nunca de contemplar la amplitud de miras y la generosa simpatía del Hijo del Hombre.

139:6.9 (1559.4) Tras el fallecimiento de su padre (Bartolomé) poco después de Pentecostés, el apóstol se marchó a Mesopotamia y la India a proclamar la buena nueva del reino y bautizar a los creyentes. Sus hermanos no volvieron a saber nunca más del que fuera su filósofo, poeta y humorista. Él también fue un gran hombre en el reino e hizo mucho por difundir las enseñanzas de su Maestro, aunque sin participar en la organización de la Iglesia cristiana posterior. Natanael murió en la India.

7. Mateo Leví

139:7.1 (1559.5) Mateo, el séptimo apóstol, fue elegido por Andrés. Mateo pertenecía a una familia de cobradores de impuestos —o publicanos— y él mismo era recaudador de aduanas en Cafarnaúm, donde vivía. Tenía treinta y un años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Era moderadamente rico, el único miembro del cuerpo apostólico de posición desahogada. Era un buen hombre de negocios y una persona muy sociable con mucha facilidad para hacer amigos y llevarse muy bien con todo tipo de gente.

139:7.2 (1559.6) Andrés nombró a Mateo representante financiero de los apóstoles. Era en cierto modo el gerente económico y portavoz publicitario de la organización apostólica. Era un buen juez de la naturaleza humana y un propagandista muy eficaz. Es difícil hacerse una idea de su personalidad, pero era un discípulo muy entregado, y su fe en la misión de Jesús y en la certeza del reino fue creciendo gradualmente. Jesús no puso ningún apodo a Leví, pero sus compañeros apóstoles solían referirse a él como «el que consigue dinero».

139:7.3 (1559.7) El punto fuerte de Leví era su entrega de todo corazón a la causa. Que él, un publicano, hubiera sido acogido por Jesús y sus apóstoles llenaba de inmensa gratitud a este antiguo recaudador de impuestos. Sin embargo al resto de los apóstoles, sobre todo a Simón Zelotes y Judas Iscariote, les costó un poco más de tiempo aceptar la presencia del publicano entre ellos. La debilidad de Mateo era su visión miope y materialista de la vida, pero con el transcurso de los meses hizo grandes progresos en todos estos aspectos. Y eso a pesar de que muchas veces no podía asistir a las sesiones de instrucción más valiosas porque tenía que ocuparse de abastecer la tesorería.

139:7.4 (1559.8) Lo que más apreciaba Mateo era la disposición del Maestro a perdonar. No dejaría nunca de repetir que la fe era lo único necesario en el asunto de encontrar a Dios. Le gustaba siempre referirse al reino como «el asunto de encontrar a Dios».

139:7.5 (1560.1) Aunque Mateo tenía un pasado dudoso su imagen era excelente, y con el paso del tiempo sus compañeros llegaron a sentirse orgullosos de las actuaciones del publicano. Fue uno de los apóstoles que más notas tomó de los dichos de Jesús, y esas notas se utilizaron posteriormente como base de la narración de Isador sobre los dichos y hechos de Jesús que ha llegado a conocerse como el Evangelio según Mateo.

139:7.6 (1560.2) La vida grande y útil de Mateo, el hombre de negocios y recaudador de aduanas de Cafarnaúm, ha servido para que miles y miles de hombres de negocios, cargos públicos y políticos de todas las edades posteriores escucharan igual que él la voz encantadora del Maestro que les decía: «Sígueme». Mateo era un político astuto, pero fue intensamente fiel a Jesús y se entregó sin reservas a su tarea de asegurar una financiación adecuada a los mensajeros del reino venidero.

139:7.7 (1560.3) La presencia de Mateo entre los doce fue el medio de mantener las puertas del reino abiertas de par en par a una multitud de almas marginadas y abatidas que llevaban mucho tiempo sintiéndose excluidas del consuelo religioso. Hombres y mujeres marginados y desesperados acudían en masa a escuchar a Jesús, y él no rechazó nunca a ninguno.

139:7.8 (1560.4) Mateo recibía donativos voluntarios de discípulos creyentes y de personas que iban a escuchar las enseñanzas del Maestro, pero nunca solicitó abiertamente fondos a las multitudes. Hizo todo su trabajo financiero de forma discreta y personal, y recaudaba la mayor parte del dinero entre la clase más acaudalada de los creyentes interesados. Entregó prácticamente toda su modesta fortuna a la obra del Maestro y sus apóstoles, pero ellos nunca descubrieron su generosidad, salvo Jesús que estaba enterado de todo. Mateo no se atrevía a contribuir abiertamente a los fondos apostólicos por miedo a que Jesús y sus compañeros pudieran considerar su dinero como contaminado, así que dio mucho de lo suyo bajo el nombre de otros creyentes. Durante los primeros meses, cuando Mateo sabía que estaba en cierto modo a prueba entre los doce, estuvo muy tentado de decirles que su pan de cada día lo pagaba él muchas veces con su dinero, pero no lo hizo. Cuando afloraba el desdén del grupo hacia el publicano, Leví ardía en deseos de hacerles ver su generosidad pero siempre supo contenerse.

139:7.9 (1560.5) Cuando el presupuesto de la semana se quedaba corto, Leví lo complementaba muchas veces con sumas importantes de su dinero personal. Otras veces le interesaban tanto las enseñanzas de Jesús que prefería quedarse a escucharlo, aun sabiendo que tendría que suplir personalmente los fondos necesarios que no había ido a buscar. ¡Y cómo ansiaba Leví que Jesús supiera que gran parte del dinero procedía de su bolsillo! Poco podía suponer que el Maestro estaba enterado de todo. Todos los apóstoles murieron sin saber que Mateo había sido su benefactor hasta el punto de que estaba prácticamente sin un céntimo cuando marchó a proclamar el evangelio del reino al empezar las persecuciones.

139:7.10 (1560.6) Cuando estas persecuciones obligaron a los creyentes a abandonar Jerusalén, Mateo se encaminó hacia el norte predicando el evangelio del reino y bautizando a los creyentes. Sus antiguos compañeros apostólicos perdieron contacto con él, pero él siguió adelante predicando y bautizando en Siria, Capadocia, Galacia, Bitinia y Tracia. Fue en Tracia, en Lisimaquia, donde ciertos judíos no creyentes conspiraron con los soldados romanos para acabar con su vida. Y este publicano regenerado murió triunfante en la fe segura de la salvación infundida en él por las enseñanzas del Maestro durante su reciente estancia en la tierra.

8. Tomás Dídimo

139:8.1 (1561.1) Tomás era el octavo apóstol y fue elegido por Felipe. Ha sido conocido posteriormente como «Tomás el incrédulo», pero sus compañeros apóstoles no lo consideraban ni mucho menos como un incrédulo crónico. Es cierto que su mente era de tipo lógico y escéptico, pero dada la valiente lealtad de su carácter nadie que lo conociera íntimamente podría considerarlo como un escéptico sin fundamento.

139:8.2 (1561.2) Cuando Tomás se unió a los apóstoles tenía veintinueve años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Había sido carpintero y albañil, pero luego se hizo pescador y residió en Tariquea, en la ribera oeste del Jordán por donde desagua del mar de Galilea. Era considerado como el ciudadano más destacado de esa pequeña aldea. Había recibido poca educación, pero poseía una mente aguda y racional y era hijo de unos padres excelentes que vivían en Tiberiades. Tomás tenía la única mente verdaderamente analítica de los doce; era el científico del grupo apostólico.

139:8.3 (1561.3) Tomás no tuvo una infancia feliz en su familia; el matrimonio de sus padres no iba del todo bien y eso se repercutió en su vida adulta. Tomás desarrolló al crecer un carácter pendenciero y desagradable, hasta tal punto que su esposa se alegró al ver que se unía a los apóstoles; para ella era un alivio pensar que el pesimista de su marido estaría casi siempre lejos de casa. Tomás tenía además una vena de desconfianza que hacía muy difícil llevarse bien con él. Al principio Pedro estaba muy molesto con Tomás y se quejaba a su hermano Andrés de que Tomás era «antipático, desagradable y siempre desconfiado». Pero a medida que sus compañeros lo fueron conociendo les fue gustando cada vez más. Descubrieron su extraordinaria honradez y su lealtad a toda prueba. Era perfectamente sincero y su veracidad estaba fuera de duda, pero tenía una propensión innata a criticar y se había convertido en un auténtico pesimista. Su mente analítica estaba maldecida por la desconfianza. En el momento de unirse a los doce estaba perdiendo rápidamente la fe en sus semejantes, y en esa situación entró en contacto con el noble carácter de Jesús. En cuanto Tomás se asoció con el Maestro, se empezó a transformar su manera de ser y mejoraron notablemente sus reacciones mentales hacia sus semejantes.

139:8.4 (1561.4) La gran fuerza de Tomás era una poderosa mente analítica unida —una vez tomada su decisión— a un valor inquebrantable. Su gran debilidad eran sus dudas y su desconfianza que nunca llegó a superar del todo durante su vida en la carne.

139:8.5 (1561.5) En la organización de los doce Tomás era el encargado de fijar y organizar los itinerarios, y dirigió con gran eficacia el trabajo y los desplazamientos del cuerpo apostólico. Era un buen ejecutivo, un excelente hombre de negocios, pero estaba limitado por sus constantes cambios de humor; no era la misma persona de un día para otro. Cuando se unió a los apóstoles era muy dado a la melancolía, pero el contacto con Jesús y los apóstoles curó en gran medida su morbosa tendencia a la introspección.

139:8.6 (1561.6) Jesús disfrutaba muchísimo con la compañía de Tomás y tuvo muchas largas conversaciones personales con él. La presencia de Tomás entre los apóstoles fue un gran consuelo para todos los escépticos honrados y animó a muchas mentes atribuladas a entrar en el reino aun cuando no pudieran comprender íntegramente todos los aspectos espirituales y filosóficos de las enseñanzas de Jesús. La presencia de Tomás entre los doce era un testimonio permanente de que Jesús amaba también a los escépticos sinceros.

139:8.7 (1562.1) Los demás apóstoles veneraban a Jesús por algún rasgo especial y destacado de su personalidad perfecta, pero Tomás veneraba a su Maestro por el equilibrio sin par de su carácter. Tomás fue admirando y honrando cada vez más a un ser tan amorosamente misericordioso y sin embargo tan inflexiblemente justo y equitativo; tan firme pero nunca obstinado; tan tranquilo pero nunca indiferente; tan servicial y cordial pero nunca entrometido ni dictatorial; tan fuerte y al mismo tiempo tan dulce; tan positivo pero nunca rudo ni grosero; tan tierno pero nunca vacilante; tan puro e inocente pero al mismo tiempo tan viril, dinámico y enérgico; tan verdaderamente valiente pero nunca precipitado ni imprudente; tan amante de la naturaleza pero tan libre de toda tendencia a venerarla; tan jovial y divertido pero sin ligereza ni frivolidad. Era esta maravillosa simetría de la personalidad del Maestro lo que tanto cautivaba a Tomás. Él era probablemente el que tenía la mejor comprensión intelectual de Jesús y más apreciaba su personalidad de los doce.

139:8.8 (1562.2) En los consejos de los doce Tomás era siempre cauto y daba prioridad a la seguridad, pero si prevalecía la opinión contraria a su conservadurismo, era siempre el primero en lanzarse sin miedo a ejecutar el programa que se había decidido. Se opuso muchas veces a proyectos que consideraba imprudentes o atrevidos y defendía a ultranza su postura, pero si Andrés sometía la propuesta a votación y salía elegida la opción que él se había esforzado tanto en rechazar, Tomás era el primero en decir: «¡Vamos allá!». Tenía buen perder. No guardaba rencor ni alimentaba resentimientos. Se oponía siempre a que Jesús se pusiera en peligro, pero cuando el Maestro decidía correr el riesgo, era siempre Tomás el que congregaba a los apóstoles con palabras valientes: «Compañeros, vayamos también nosotros y muramos con él».

139:8.9 (1562.3) Tomás era como Felipe en algunos aspectos. Él también quería «que le explicaran las cosas», pero las dudas que expresaba provenían de mecanismos intelectuales totalmente distintos. Tomás era analítico, no meramente escéptico. En cuanto a valor físico personal era uno de los más valientes de los doce.

139:8.10 (1562.4) Tomás tenía días muy malos; a veces se encontraba triste y abatido. La pérdida de su hermana gemela a los nueve años había entristecido mucho su juventud y agravó los problemas temperamentales de su vida adulta. Cuando Tomás se descorazonaba unas veces le ayudaba a recuperarse Natanael, otras, Pedro o uno de los gemelos Alfeo. Por desgracia, cuando estaba más deprimido intentaba siempre evitar el contacto directo con Jesús. Pero el Maestro estaba enterado de todo y mostraba una afectuosa comprensión hacia su apóstol cuando le aquejaba la depresión y le acosaban las dudas.

139:8.11 (1562.5) Tomás obtenía a veces permiso de Andrés para marcharse a solas durante un día o dos. Pero pronto descubrió que eso no solucionaba nada y que cuando estaba abatido era mejor aferrarse a su trabajo y quedarse cerca de sus compañeros. Con independencia de los altibajos de su vida emocional, Tomás se mantuvo firme como apóstol. Cuando llegaba el momento de avanzar él era siempre el que decía: «¡Vamos allá!».

139:8.12 (1562.6) Tomás es el gran ejemplo del ser humano que tiene dudas, las afronta y las vence. Era un gran pensador y no un crítico agrio. Era un pensador lógico; era la prueba de fuego para Jesús y sus apóstoles. Si Jesús y su obra no hubieran sido genuinos, no habrían podido nunca retener a un hombre como Tomás desde el principio hasta el final. Tomás tenía un sentido agudo y certero de los hechos, y al primer síntoma de fraude o engaño los habría abandonado a todos. Puede que los científicos no comprendan plenamente todo lo relacionado con Jesús y su trabajo en la tierra, pero hubo un hombre de mente verdaderamente científica —Tomás Dídimo— que vivió y trabajó con el Maestro y sus compañeros humanos. Y él creía en Jesús de Nazaret.

139:8.13 (1563.1) Tomás pasó por momentos difíciles durante los días del juicio y la crucifixión. Estuvo sumido durante un tiempo en los abismos de la desesperación, pero recobró su valor, se mantuvo unido a los apóstoles y estuvo con ellos en el mar de Galilea para recibir a Jesús. Sucumbió durante algún tiempo a su abatimiento escéptico, pero terminó recobrando su fe y su valor. Aconsejó inteligentemente a los apóstoles después de Pentecostés, y cuando la persecución dispersó a los creyentes fue a Chipre, Creta, Sicilia y la costa del norte de África a predicar la buena nueva del reino y bautizar a los creyentes. Siguió predicando y bautizando hasta que fue detenido por agentes del gobierno romano y ejecutado en Malta. Unas semanas antes de su muerte había empezado a escribir el relato de la vida y las enseñanzas de Jesús.

9 y 10. Santiago y Judas Alfeo

139:10.1 (1563.2) Santiago y Judas, hijos de Alfeo, eran pescadores gemelos que vivían cerca de Queresa. Santiago y Juan Zebedeo los eligieron para ser los apóstoles noveno y décimo. Tenían veintiséis años y estaban casados; Santiago tenía tres hijos, Judas dos.

139:10.2 (1563.3) No hay mucho que decir sobre estos dos pescadores corrientes. Amaban a su Maestro y Jesús los amaba a ellos, pero no interrumpían nunca sus discursos con preguntas. Entendían muy poco de las discusiones filosóficas o de los debates teológicos de los otros apóstoles, pero les alegraba pertenecer a ese grupo de hombres importantes. Estos gemelos eran casi idénticos en apariencia personal, características mentales y en la amplitud de su percepción espiritual. Lo que se diga de uno de ellos se puede aplicar al otro.

139:10.3 (1563.4) Andrés les asignó el trabajo de mantener el orden entre las multitudes. Eran los encargados de instalar al público durante las predicaciones y, en general, los asistentes y recaderos de los doce. Ayudaban a Felipe con los suministros, llevaban dinero a las familias de parte de Natanael y estaban siempre dispuestos a echar una mano a cualquiera de los apóstoles.

139:10.4 (1563.5) Para las multitudes de gente común era un gran estímulo ver a dos de los suyos honrados con puestos entre los apóstoles. Por el mero hecho de haber sido admitidos como apóstoles, estos gemelos del montón fueron el medio de atraer a una multitud de creyentes pusilánimes hacia el reino. Y además a la gente común le gustaba la idea de que los encargados de dirigirlos y organizarlos fueran tan parecidos a ellos mismos.

139:10.5 (1563.6) Santiago y Judas, llamados también Tadeo y Lebeo, no tenían puntos fuertes ni puntos débiles. Los apodos que les dieron los discípulos eran referencias amables a su medianía. Eran «los menores de todos los apóstoles»; lo sabían y estaban conformes y contentos.

139:10.6 (1563.7) Santiago Alfeo amaba especialmente a Jesús por la sencillez del Maestro. Estos gemelos no podían comprender la mente de Jesús, pero sí captaban el vínculo de simpatía entre ellos y el corazón de su Maestro. Sus mentes no eran de orden elevado, se les podría incluso llamar simples con todo respeto, pero tuvieron una experiencia real en su naturaleza espiritual. Creían en Jesús; eran hijos de Dios y miembros del reino.

139:10.7 (1564.1) Judas Alfeo se sentía atraído hacia Jesús por la humildad sin ostentación del Maestro. Tanta humildad unida a tanta dignidad personal ejercía una gran atracción sobre Judas. El hecho de que Jesús insistiera siempre en que guardaran silencio sobre sus extraordinarias actuaciones impresionaba mucho a este sencillo hijo de la naturaleza.

139:10.8 (1564.2) Los gemelos eran asistentes de mente simple y carácter bondadoso muy queridos por todos. Tenían un solo talento, pero Jesús los recibió con los brazos abiertos en su equipo personal y les asignó puestos de honor en el reino porque en los mundos del espacio hay incontables millones de almas igual de sencillas y temerosas a quienes desea recibir también con los brazos abiertos en una comunión activa y creyente con él y con su derramado Espíritu de la Verdad. Jesús no desprecia la pequeñez, solo el mal y el pecado. Santiago y Judas eran pequeños pero también fieles. Eran simples e ignorantes pero tenían un gran corazón amable y generoso.

139:10.9 (1564.3) ¡Y qué orgullosamente agradecidos se sintieron estos hombres humildes el día en que el Maestro se negó a aceptar como evangelista a cierto hombre rico a menos que vendiera sus bienes y ayudara a los pobres! Cuando la gente oyó esto y vio a los gemelos entre los consejeros del Maestro, supo con certeza que Jesús no hacía acepción de personas. Pero solo una institución divina —el reino de los cielos— podría haberse construido sobre fundamentos humanos tan mediocres.

139:10.10 (1564.4) En toda su asociación con Jesús los gemelos solo se atrevieron una o dos veces a hacer preguntas en público. Una vez Judas se lanzó a hacer una pregunta a Jesús cuando el Maestro habló de revelarse abiertamente al mundo. Se sintió un poco decepcionado al pensar que ya no habría secretos reservados a los doce y se atrevió a preguntar: «Pero Maestro, cuando te anuncies así al mundo, ¿cómo nos favorecerás a nosotros con manifestaciones especiales de tu bondad?».

139:10.11 (1564.5) Los gemelos sirvieron fielmente hasta el final, hasta los días negros del juicio, la crucifixión y la desesperación. Nunca perdieron su fe de corazón en Jesús y (salvo Juan) fueron los primeros en creer en su resurrección. Pero no pudieron comprender el establecimiento del reino. Poco después de que su Maestro fuera crucificado volvieron a sus familias y a sus redes. Su trabajo estaba hecho, no tenían capacidad para continuar en las batallas más complejas del reino. Pero vivieron y murieron conscientes de haber sido honrados y bendecidos con cuatro años de estrecha relación personal con un Hijo de Dios, el hacedor soberano de un universo.

11. Simón el Zelote

139:11.1 (1564.6) Simón Zelotes, el undécimo apóstol, fue elegido por Simón Pedro. Era un hombre capaz, de buena ascendencia, que vivía con su familia en Cafarnaúm. Tenía veintiocho años cuando se unió a los apóstoles. Era un agitador exaltado y hablaba mucho sin pensar. Había sido mercader en Cafarnaúm antes de centrar toda su atención en la organización patriótica de los zelotes.

139:11.2 (1564.7) Simón Zelotes fue encargado del ocio y las diversiones del grupo apostólico, y organizó con gran acierto las actividades recreativas de los doce.

139:11.3 (1564.8) La fuerza de Simón era su lealtad inspiradora. Cuando los apóstoles se encontraban con un hombre o mujer sumidos en la indecisión de entrar o no en el reino, llamaban a Simón. Este entusiasta defensor de la salvación por la fe en Dios no solía necesitar más de un cuarto de hora para despejar todas las dudas y superar cualquier indecisión, para ver nacer a una nueva alma a la «libertad de la fe y la alegría de la salvación».

139:11.4 (1565.1) La gran debilidad de Simón era su mentalidad materialista. Este judío nacionalista no pudo convertirse rápidamente en un internacionalista de mente espiritual. Cuatro años no fueron suficientes para llevar a cabo semejante transformación intelectual y emocional, pero Jesús siempre fue paciente con él.

139:11.5 (1565.2) Lo que más admiraba Simón en Jesús era la serenidad del Maestro, su seguridad, su aplomo y su inexplicable compostura.

139:11.6 (1565.3) Aunque Simón era un revolucionario furibundo y un agitador audaz, fue refrenando gradualmente su naturaleza fogosa hasta convertirse en un predicador poderoso y efectivo de «la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres». Era un gran polemista y le gustaba discutir. A la hora de plantar cara a las mentes legalistas de los judíos cultos o a las argucias intelectuales de los griegos, la tarea recaía siempre sobre Simón.

139:11.7 (1565.4) Era rebelde por naturaleza e iconoclasta por formación, pero Jesús lo ganó para los conceptos más altos del reino de los cielos. Se había identificado siempre con el partido de la protesta, pero ahora se unía al partido del progreso, del progreso ilimitado y eterno del espíritu y la verdad. Simón era un hombre de lealtades intensas y entregas personales cálidas, y amaba profundamente a Jesús.

139:11.8 (1565.5) Jesús no tenía ningún miedo a identificarse con los hombres de negocios, con los obreros, con los optimistas, con los pesimistas, con los filósofos, con los escépticos, con los publicanos, con los políticos ni con los patriotas.

139:11.9 (1565.6) El Maestro tuvo muchas conversaciones con Simón, pero nunca logró convertir del todo a este ardiente nacionalista judío en internacionalista. Jesús dijo a Simón muchas veces que era legítimo aspirar a mejorar el orden social, económico y político, pero añadía siempre: «Eso no es asunto del reino de los cielos. Debemos dedicarnos a hacer la voluntad del Padre. Nuestra misión es ser embajadores de un gobierno espiritual que está en lo alto y no debemos ocuparnos directamente de nada que no sea representar la voluntad y el carácter del Padre divino que encabeza el gobierno de cuyas cartas credenciales somos portadores». Todo ello era difícil de entender para Simón, aunque empezó a captar gradualmente algo del sentido de la enseñanza del Maestro.

139:11.10 (1565.7) Cuando las persecuciones de Jerusalén los dispersaron Simón se retiró temporalmente. Estaba literalmente deshecho. Había renunciado a su nacionalismo patriótico por las enseñanzas de Jesús y ahora todo estaba perdido. Estaba desesperado, pero unos años después recobró sus esperanzas y salió a proclamar el evangelio del reino.

139:11.11 (1565.8) Fue a Alejandría, y después de remontar el Nilo penetró en el corazón de África predicando por todas partes el evangelio de Jesús y bautizando a los creyentes. Siguió trabajando así el resto de su vida hasta que le fallaron las fuerzas por el peso de la edad. Cuando murió fue enterrado en el corazón de África.

12. Judas Iscariote

139:12.1 (1565.9) Judas Iscariote, el duodécimo apóstol, fue elegido por Natanael. Nació en Queriot, una pequeña población del sur de Judea. Cuando era un muchacho sus padres se trasladaron a Jericó donde vivió y trabajó en las diversas empresas comerciales de su padre hasta que se interesó por la predicación y la obra de Juan el Bautista. Los padres de Judas eran saduceos, y cuando su hijo se unió a los discípulos de Juan lo repudiaron.

139:12.2 (1566.1) Cuando Natanael se encontró con Judas en Tariquea estaba buscando empleo en una empresa desecadora de pescado en el extremo más bajo del mar de Galilea. Tenía treinta años y no estaba casado cuando se unió a los apóstoles. Era probablemente el más culto de los doce y el único judeo de la familia apostólica del Maestro. Judas no tenía ningún rasgo destacado de fuerza personal, aunque si muchos rasgos externos de cultura y buena educación. Era buen pensador, pero no siempre un pensador verdaderamente honrado. Judas no se entendía realmente a sí mismo; no era realmente sincero consigo mismo.

139:12.3 (1566.2) Andrés nombró a Judas tesorero de los doce, un cargo para el que estaba inmejorablemente preparado, y hasta el momento de traicionar a su Maestro asumió las responsabilidades de su cometido con honradez, fidelidad y suma eficacia.

139:12.4 (1566.3) Judas no admiraba ningún rasgo especial de Jesús, aparte del atractivo general y el encanto exquisito de la personalidad del Maestro. Judas no pudo nunca superar sus prejuicios de judeo contra sus compañeros galileos. Llegó incluso a criticar en su mente muchas cosas de Jesús. Este judeo satisfecho de sí mismo se atrevía a menudo a criticar en su fuero interno a aquel a quien los otros once apóstoles consideraban como el hombre perfecto, el «único totalmente digno de ser amado y el más sobresaliente entre diez mil». Pensaba realmente que Jesús era tímido y que no se atrevía a imponer su poder y autoridad.

139:12.5 (1566.4) Judas era un buen hombre de negocios. Se requería tacto, habilidad y paciencia, además de una esforzada dedicación, para gestionar los asuntos financieros de un idealista como Jesús, y no digamos controlar los métodos caóticos de algunos de sus apóstoles en materia de negocios. Judas era realmente un gran ejecutivo, un financiero capaz y previsor y un defensor de la organización. Ninguno de los doce criticó nunca a Judas. Desde su punto de vista, Judas Iscariote era un tesorero sin igual, un hombre docto, un apóstol leal (aunque a veces crítico) y una gran adición al grupo en todos los sentidos. Los apóstoles amaban a Judas, era realmente uno de ellos. Puede que creyera en Jesús, pero dudamos de que amara realmente al Maestro con todo su corazón. El caso de Judas ilustra la verdad del dicho: «Hay un camino que a un hombre le parece recto, pero cuyo final es la muerte». Es muy posible caer víctima del tranquilo engaño de amoldarse agradablemente a las sendas del pecado y de la muerte. Podéis estar seguros de que Judas fue siempre leal a su Maestro y a sus compañeros apóstoles en cuestiones financieras. El dinero no hubiera podido nunca ser el móvil de su traición al Maestro.

139:12.6 (1566.5) Judas era hijo único, y sus padres lo maleducaron. Era un niño mimado y consentido y fue creciendo con una idea sobrevalorada de su propia importancia. No sabía perder. Tenía ideas vagas y deformadas sobre la equidad; se dejaba llevar fácilmente por el odio y la desconfianza. Era un experto en interpretar mal las palabras y acciones de sus amigos. Cultivó durante toda su vida el hábito de desquitarse de aquellos que, según él, lo habían maltratado. Judas tenía un sentido defectuoso de los valores y las lealtades.

139:12.7 (1566.6) Judas fue para Jesús una aventura de la fe. El Maestro vio perfectamente desde el primer momento la debilidad de este apóstol y conocía bien los peligros de admitirlo en la fraternidad. Pero está en la naturaleza de los Hijos de Dios dar a todos los seres creados una oportunidad igual y plena de supervivencia y salvación. Jesús quería que no solo los mortales de este mundo, sino también los observadores de otros innumerables mundos, supieran que cuando está en duda la sinceridad de una criatura y su entrega incondicional al reino, los Jueces de los hombres aceptan siempre y sin reservas al candidato dudoso. La puerta de la vida eterna está abierta a todos de par en par; «todo el que quiera puede entrar»; no hay más restricción ni limitación que la fe del que viene.

139:12.8 (1567.1) Precisamente por esta razón permitió Jesús que Judas siguiera hasta el final e hizo siempre todo lo posible por transformar y salvar a este apóstol débil y confundido. Pero cuando la luz no es recibida de buena fe y no se vive según la luz, tiende a convertirse en tinieblas dentro del alma. Judas asimiló intelectualmente las enseñanzas de Jesús sobre el reino, pero no progresó en la adquisición de un carácter espiritual como lo hicieron los otros apóstoles. No consiguió progresar personalmente de forma satisfactoria en experiencia espiritual.

139:12.9 (1567.2) Judas se fue convirtiendo cada vez más en un criadero de decepciones personales, y cayó finalmente víctima del rencor. Sus sentimientos habían sido heridos muchas veces, y se fue volviendo anormalmente desconfiado con sus mejores amigos e incluso con el Maestro. Pronto se obsesionó con la idea de desquitarse, de hacer lo que fuera para vengarse. Sí, incluso traicionar a sus compañeros y a su Maestro.

139:12.10 (1567.3) Pero estas perversas y peligrosas ideas no tomaron forma definitiva hasta el día en que una mujer agradecida rompió un valioso tarro de incienso a los pies de Jesús. Esto a Judas le pareció un despilfarro y así lo declaró públicamente. Cuando Jesús, allí mismo y delante de todo el mundo, rechazó rotundamente su protesta, fue demasiado para él. Este suceso desencadenó la movilización de todo el odio, el daño, la maldad, los prejuicios, los celos y los deseos de venganza acumulados durante toda una vida y decidió desquitarse con quien fuera. Pero cristalizó toda la maldad de su naturaleza sobre la única persona inocente en el drama sórdido de su infortunada vida, solo porque Jesús había resultado ser el actor principal del episodio que marcó su paso del reino progresivo de la luz al dominio de las tinieblas elegido por él.

139:12.11 (1567.4) El Maestro había advertido a Judas muchas veces, tanto en público como en privado, de que se estaba desviando, pero las advertencias divinas suelen ser inútiles ante una naturaleza humana amargada. Jesús hizo todo lo posible y compatible con la libertad moral del hombre por impedir que Judas eligiera el camino equivocado, y cuando llegó la gran prueba el hijo del rencor fracasó. Se entregó a los agrios y sórdidos dictados de una mente orgullosa y vengativa cegada por la exageración de su propia importancia y se hundió rápidamente en la confusión, la desesperación y la depravación.

139:12.12 (1567.5) Judas urdió entonces la vil y vergonzosa intriga de traicionar a su Señor y Maestro, y llevó rápidamente a cabo su malvado proyecto. Durante la ejecución de sus planes traidores concebidos en la ira, tuvo momentos de vergüenza y arrepentimiento, y en esos intervalos de lucidez se justificaba cobardemente ante sí mismo con la idea de que Jesús podría ejercer su poder y librarse en el último momento.

139:12.13 (1567.6) Una vez concluido este sórdido y pecaminoso asunto, este mortal renegado, que tan a la ligera había vendido a su amigo por treinta monedas de plata para satisfacer sus viejas ansias de venganza acumuladas, salió corriendo y cometió el acto final del drama de huir de las realidades de la existencia mortal: se suicidó.

139:12.14 (1567.7) Los once apóstoles se quedaron horrorizados, atónitos. Jesús se limitó a mirar al traidor con lástima. A los mundos les ha resultado difícil perdonar a Judas y se evita pronunciar su nombre en todo un extenso universo.

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