Documento 137 - La espera en Galilea

   
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El libro de Urantia

Documento 137

La espera en Galilea

137:0.1 (1524.1) EL SÁBADO 23 de febrero del año 26 d. C. Jesús bajó de las colinas por la mañana temprano para volver a reunirse con el grupo de Juan que acampaba en Pella. Durante todo ese día Jesús se mezcló con la multitud. Atendió a un muchacho que se había lesionado en una caída y lo llevó a aldea vecina de Pella para entregárselo a sus padres.

1. La elección de los cuatro primeros apóstoles

137:1.1 (1524.2) Ese sabbat dos discípulos destacados de Juan pasaron mucho tiempo con Jesús. De todos los seguidores de Juan el más profundamente impresionado por Jesús era un tal Andrés, que lo acompañó a Pella con el chico lesionado y al volver hacia el campamento de Juan le hizo muchas preguntas. Poco antes de llegar a su destino se pararon a hablar un momento, y entonces Andrés le dijo: «Te llevo observando desde que viniste a Cafarnaúm y estoy convencido de que eres el nuevo maestro. Aunque no comprendo todas tus enseñanzas, estoy totalmente decidido a seguirte; quisiera sentarme a tus pies para aprender toda la verdad sobre el nuevo reino». Jesús recibió cordialmente a Andrés como el primero de sus apóstoles, el primero de los doce hombres que se unirían a su obra de establecer el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.

137:1.2 (1524.3) Andrés había observado en silencio la obra de Juan y creía sinceramente en ella. Tenía un hermano muy capaz y entusiasta llamado Simón que era uno de los discípulos más destacados de Juan. De hecho, Simón era uno de los principales partidarios de Juan.

137:1.3 (1524.4) En cuanto Jesús y Andrés llegaron al campamento, Andrés fue en busca de su hermano y le contó en privado que estaba convencido de que Jesús era el gran maestro y que se había comprometido a ser su discípulo. Siguió explicándole que Jesús había aceptado su ofrecimiento de trabajar con él y le propuso que fuera él también a unirse a Jesús al servicio del nuevo reino. Simón le dijo: «Llevo pensando que este hombre ha sido enviado por Dios desde que vino a trabajar al taller de Zebedeo, pero ¿qué hacemos con Juan? ¿Hemos de abandonarlo? ¿Sería correcto?». Entonces decidieron ir directamente a hablar de ello con Juan. Juan se entristeció ante la idea de perder a dos de sus consejeros y discípulos más capaces y prometedores pero respondió diciendo valerosamente: «Esto no es más que el principio; mi obra terminará enseguida y todos nos convertiremos en sus discípulos». Entonces Andrés hizo señas a Jesús de que se apartaran a hablar y le anunció que su hermano quería unirse al servicio del nuevo reino. Al recibir a Simón como su segundo apóstol, Jesús le dijo: «Simón, tu entusiasmo es muy loable pero peligroso para el trabajo del reino. Te recomiendo que midas mejor tus palabras. Quisiera cambiar tu nombre por el de Pedro».

137:1.4 (1525.1) Los padres del muchacho lesionado habían rogado a Jesús que pasara la noche con ellos en su casa de Pella, que se considerara como en su propia casa. Jesús se lo había prometido, y al despedirse de Andrés y de su hermano les dijo: «Mañana temprano iremos a Galilea».

137:1.5 (1525.2) Cuando Jesús se hubo marchado a Pella a pasar la noche Andrés y Simón se quedaron hablando sobre la naturaleza de su servicio en el establecimiento del reino venidero. Entonces aparecieron Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que volvían de su larga e inútil búsqueda de Jesús en las colinas. Al oír a Simón Pedro decir que él y su hermano Andrés se habían convertido en los primeros consejeros aceptados del nuevo reino y que saldrían al día siguiente con su nuevo Maestro hacia Galilea, Santiago y Juan se entristecieron. Conocían y amaban a Jesús desde hacía tiempo, y ahora, después de pasar muchos días buscándolo por las colinas, se enteraban de que otros habían sido elegidos antes que ellos. Averiguaron dónde estaba pasando la noche Jesús y allá fueron rápidamente.

137:1.6 (1525.3) Jesús dormía cuando llegaron a su habitación, pero lo despertaron diciendo: «Mientras te buscábamos por las colinas, ¿por qué has preferido a otros antes que a nosotros, que hemos vivido tanto tiempo contigo, y has elegido a Andrés y a Simón como tus primeros compañeros para el nuevo reino?». Jesús les respondió: «Serenad vuestros corazones y preguntaos: ‘¿quién os mandó que buscárais al Hijo del Hombre mientras se ocupaba de los asuntos de su Padre?’». Cuando le hubieron contado los detalles de su larga búsqueda por las colinas, Jesús añadió: «Deberíais aprender a buscar el secreto del nuevo reino en vuestro corazón y no en las colinas. Lo que buscabais ya estaba presente en vuestra alma. Sois en verdad mis hermanos y no necesitabais que yo os recibiera porque ya erais del reino. Levantad el ánimo y preparaos a venir también con nosotros mañana a Galilea». Entonces Juan se atrevió a preguntar: «Pero, Maestro, ¿seremos Santiago y yo tus compañeros en el nuevo reino igual que Andrés y Simón?». Y Jesús, poniendo una mano en el hombro de cada uno, respondió: «Hermanos, ya estabais conmigo en el espíritu del reino antes de que estos otros pidieran ser recibidos. Vosotros, hermanos, no necesitáis pedir entrar en el reino porque habéis estado conmigo en el reino desde el principio. Puede que otros tengan precedencia sobre vosotros ante los hombres, pero en mi corazón yo contaba con vosotros para los consejos del reino incluso antes de que se os ocurriera pedírmelo. Y aun así, podríais haber sido los primeros ante los hombres si no os hubierais ausentado para dedicaros, con buena intención pero por vuestra propia iniciativa, a buscar a alguien que no estaba perdido. En el reino venidero no estéis pendientes de las cosas que os causan preocupación, sino ocupaos en todo momento de hacer solo la voluntad del Padre que está en el cielo».

137:1.7 (1525.4) Santiago y Juan aceptaron de buen grado la reprimenda y nunca más volvieron a tener envidia de Andrés y Simón. Se dispusieron a salir para Galilea a la mañana siguiente con sus otros dos compañeros apóstoles, y a partir de ese día el término ‘apóstol’ fue empleado para distinguir a la familia elegida de los consejeros de Jesús de la vasta multitud de discípulos creyentes que le seguirían más tarde.

137:1.8 (1525.5) Esa misma noche Santiago, Juan, Andrés y Simón se reunieron a hablar con Juan el Bautista, y con lágrimas en los ojos pero voz firme, el fornido profeta judeo renunció a dos de sus destacados discípulos para que se convirtieran en apóstoles del Príncipe galileo del reino por venir.

2. La elección de Felipe y Natanael

137:2.1 (1526.1) El domingo 24 de febrero del año 26 d. C. por la mañana Jesús se despidió de Juan el Bautista a la orilla del río, cerca de Pella, para no volverlo a ver nunca más en la carne.

137:2.2 (1526.2) Aquel día, mientras Jesús y sus cuatro apóstoles-discípulos iban camino de Galilea, hubo un gran tumulto entre los seguidores de Juan. Estaba a punto de producirse la primera gran división. El día anterior Juan había declarado categóricamente a Andrés y a Esdras que Jesús era el Libertador. Andrés decidió seguir a Jesús, pero Esdras rechazó al apacible carpintero de Nazaret con este alegato: «El profeta Daniel declara que el Hijo del Hombre vendrá con las nubes del cielo en poder y majestad. Este carpintero galileo, este fabricante de embarcaciones de Cafarnaúm, no puede ser el Libertador. ¿Puede salir de Nazaret semejante don de Dios? Ese Jesús es pariente de Juan, y nuestro maestro se ha dejado engañar por la bondad de su corazón. Apartémosnos de este falso Mesías». Cuando Juan le reprendió por estas declaraciones, Esdras se separó con muchos discípulos y se dirigieron apresuradamente hacia el sur. Este grupo siguió bautizando en nombre de Juan y fundó con el tiempo una secta de creyentes en Juan que no aceptaban a Jesús. Un resto de esta secta pervive en Mesopotamia a día de hoy.

137:2.3 (1526.3) Mientras se fraguaban estos problemas entre los seguidores de Juan, Jesús y sus cuatro apóstoles-discípulos habían avanzado bastante hacia Galilea. Antes de cruzar el Jordán para dirigirse a Nazaret por Naín, Jesús vio venir hacia ellos por la carretera a un tal Felipe de Betsaida con un amigo. Jesús conocía a Felipe de antiguo, y era también muy conocido por los cuatro nuevos apóstoles. Felipe se dirigía a Pella con su amigo Natanael para visitar a Juan e informarse mejor sobre la anunciada venida del reino de Dios. Felipe había sido admirador de Jesús desde la primera vez que fue a Cafarnaúm y le llenó de alegría encontrarse con él, pero Natanael, que vivía en Caná de Galilea, no conocía a Jesús. Felipe se adelantó a saludar a sus amigos mientras Natanael se quedaba descansando a la sombra de un árbol al borde de la calzada.

137:2.4 (1526.4) Pedro llevó a Felipe a un lado y le explicó cómo él mismo, Andrés, Santiago y Juan se habían asociado a Jesús en el nuevo reino y apremió a Felipe para que se ofreciera al servicio de la causa. Felipe no sabía qué hacer. De pronto y sin previo aviso —al borde de la calzada junto al Jordán— tenía que tomar rápidamente la decisión más importante de su vida. Mientras lo hablaba seriamente con Pedro, Andrés y Juan, Jesús describía a Santiago el viaje a través de Galilea para llegar a Cafarnaúm. Finalmente Andrés propuso a Felipe: «¿Por qué no le preguntas al maestro?».

137:2.5 (1526.5) De pronto, Felipe se dio cuenta de que Jesús era realmente un gran hombre, posiblemente el Mesías, y decidió hacer lo que le dijera; así que fue directamente hacia él y le preguntó: «Maestro, ¿debo ir a Juan o debo unirme a mis amigos que te siguen?». Jesús respondió: «Sígueme», y Felipe se emocionó con la certidumbre de haber encontrado al Libertador.

137:2.6 (1526.6) Entonces Felipe hizo señas al grupo para que se quedaran donde estaban mientras iba corriendo a contarle su decisión a su amigo Natanael, que seguía bajo la morera dando vueltas a las muchas cosas que había oído acerca de Juan el Bautista, el reino venidero y el Mesías esperado. Felipe interrumpió estas meditaciones exclamando: «He encontrado al Libertador, aquel de quien Moisés y los profetas escribieron y a quien Juan ha proclamado». Natanael levantó la vista y preguntó: «¿De dónde viene ese maestro?». Felipe contestó: «Es Jesús de Nazaret, el hijo de José, el carpintero, que ha vivido últimamente en Cafarnaúm». Natanael preguntó sorprendido: «¿Puede algo bueno salir de Nazaret?». Pero Felipe, tomándolo del brazo, dijo: «Ven y verás».

137:2.7 (1527.1) Cuando Felipe le presentó a Natanael, Jesús miró de frente a este escéptico sincero con benevolencia y dijo: «He aquí un auténtico israelita en quien no hay engaño. Sígueme». Natanael se volvió hacia Felipe diciendo: «Tienes razón. Es en verdad un maestro de hombres. Yo también le seguiré, si soy digno». Jesús asintió con la cabeza a Natanael y repitió: «Sígueme».

137:2.8 (1527.2) Jesús había reunido ya a la mitad de su futuro cuerpo de asociados íntimos, cinco que lo conocían desde hacía algún tiempo y un desconocido, Natanael. Sin más dilación, cruzaron el Jordán, pasaron por la aldea de Naín y llegaron a Nazaret al caer la tarde.

137:2.9 (1527.3) Todos pasaron la noche en casa de José, la casa donde se había criado Jesús. A los compañeros de Jesús les costaba comprender por qué su nuevo maestro se dedicaba a destruir sistemáticamente todos los vestigios de sus escritos que permanecían en la casa, tales como los diez mandamientos y otros lemas y dichos. Esta forma de proceder, junto con el hecho de que nunca más lo vieron escribir—excepto en el polvo o la arena— produjo una profunda impresión en sus mentes.

3. La visita a Cafarnaúm

137:3.1 (1527.4) Al día siguiente Jesús envió a sus apóstoles a Caná porque estaban todos invitados a la boda de una destacada joven de aquella ciudad. Mientras tanto, él decidió hacer una rápida visita a su madre en Cafarnaúm, pero paró antes en Magdala para ver a su hermano Judá.

137:3.2 (1527.5) Antes de salir de Nazaret, los nuevos compañeros de Jesús contaron a José y a otros miembros de la familia de Jesús los maravillosos sucesos que acababan de ocurrir y expresaron abiertamente su convicción de que Jesús era el esperado libertador. Los familiares de Jesús hablaron de todo esto, y José dijo: «Puede que al final nuestra madre tuviera razón y que nuestro extraño hermano sea el rey que ha de venir».

137:3.3 (1527.6) Judá estuvo presente en el bautismo de Jesús y se había convertido, junto con su hermano Santiago, en un firme creyente en la misión de Jesús en la tierra, aunque ninguno de los dos alcanzaba a comprender la naturaleza de esta misión. En cambio habían renacido las antiguas esperanzas de María de que Jesús sería el Mesías, el hijo de David, y animaba a sus hijos a tener fe en su hermano como libertador de Israel.

137:3.4 (1527.7) Jesús llegó a Cafarnaúm el lunes por la noche, pero no fue a su propia casa, donde vivían Santiago y su madre, sino directamente a casa de Zebedeo. Todos sus amigos de Cafarnaúm vieron en él un cambio positivo. Parecía otra vez relativamente alegre y más semejante al Jesús de los primeros años en Nazaret. Últimamente, antes de su bautismo y justo antes y después de los periodos de retiro, se había vuelto cada vez más serio y reservado. Ahora volvía a ser el de siempre. Había en su porte algo elevado y majestuoso, pero se mostraba de nuevo alegre y despreocupado.

137:3.5 (1528.1) María se estremecía de expectación. Presentía que se acercaba el cumplimiento de la promesa de Gabriel. Imaginaba el impacto y el asombro que pronto conmocionaría a toda Palestina ante la milagrosa revelación de su hijo como rey sobrenatural de los judíos. Y sin embargo, a todas las preguntas de su madre, Santiago, Judá y Zebedeo Jesús se limitaba a responder sonriendo: «Es mejor que me quede aquí durante un tiempo; tengo que hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo».

137:3.6 (1528.2) Al día siguiente, martes, todos fueron a Caná para la boda de Noemí prevista para el miércoles. A pesar de las repetidas advertencias de Jesús de que no hablaran a nadie de él «hasta que llegara la hora del Padre», no pudo impedir que divulgaran discretamente la noticia de que habían encontrado al Libertador. Todos esperaban confiadamente que Jesús asumiría públicamente su autoridad mesiánica en esta próxima boda de Caná, y que lo haría con gran poder y sublime grandeza. Recordaban lo que les habían contado sobre los fenómenos que acompañaron a su bautismo, y creían que su futura carrera en la tierra estaría marcada por manifestaciones cada vez mayores de maravillas sobrenaturales y demostraciones milagrosas. En consecuencia, toda la región esperaba con impaciencia la fiesta nupcial de Noemí y Johab, el hijo de Natán, en Caná.

137:3.7 (1528.3) Hacía muchos años que María no estaba tan contenta. Viajó a Caná con el ánimo de una reina madre camino de la coronación de su hijo. Desde que Jesús tenía trece años, su familia y sus amigos no lo habían visto tan feliz y despreocupado, tan considerado y comprensivo con los deseos de sus compañeros, tan amable y cariñoso. Todos cuchicheaban en pequeños grupos preguntándose qué iba a ocurrir. ¿Cuál sería el siguiente acto de esta extraña persona? ¿Cómo inauguraría la gloria del reino venidero? Y todos estaban deseando presenciar la revelación de la fuerza y el poder del Dios de Israel.

4. Las bodas de Caná

137:4.1 (1528.4) El miércoles a mediodía ya habían llegado a Caná casi mil comensales, más de cuatro veces más de los previstos para la fiesta nupcial. Era costumbre judía celebrar las bodas los miércoles, y las invitaciones habían sido enviadas un mes antes. Durante la mañana y el principio de la tarde, aquello parecía más una recepción pública en honor de Jesús que una boda. Todos querían saludar a este galileo casi famoso, y él fue sumamente cordial con todos, jóvenes y viejos, judíos y gentiles. Todos se alegraron cuando Jesús accedió a encabezar la procesión nupcial preliminar.

137:4.2 (1528.5) Jesús era ya plenamente consciente de su existencia humana, de su preexistencia divina y del estatus de sus naturalezas humana y divina combinadas o fusionadas. Con perfecto equilibrio podía en todo momento representar el papel humano o asumir inmediatamente las prerrogativas de personalidad de la naturaleza divina.

137:4.3 (1528.6) A medida que pasaba el día, Jesús se fue dando cada vez más cuenta de que la gente esperaba de él algún prodigio. Era particularmente consciente de que su familia y sus seis apóstoles-discípulos daban por hecho que iba a proclamar su próximo reino con alguna manifestación sorprendente y sobrenatural.

137:4.4 (1529.1) Al principio de la tarde María llamó a Santiago y juntos se atrevieron a acercarse a Jesús para averiguar si estaría dispuesto a confiar en ellos hasta el punto de informarles en qué momento y lugar de las ceremonias de la boda tenía pensado manifestarse como «ser sobrenatural». En cuanto sacaron el tema comprendieron que habían provocado la indignación característica de Jesús. Se limitó a decirles: «Si me queréis, estad dispuestos a quedaros conmigo mientras atiendo a la voluntad de mi Padre que está en el cielo», pero la expresión de su rostro reflejaba la intensidad de su reproche.

137:4.5 (1529.2) El Jesús humano se sintió muy decepcionado por esta incitación de su madre a caer en la complacencia de demostrar exteriormente su divinidad, pero su propia reacción le devolvió la serenidad. Esa era precisamente una de las cosas que había decidido no hacer en su reciente retiro en las colinas. María estuvo muy abatida durante varias horas y decía a Santiago: «No puedo comprenderle, ¿qué significa todo esto? ¿No acabará nunca su extraña conducta?». Santiago y Judá intentaron consolar a su madre mientras Jesús se retiraba a solas durante un rato, pero luego se incorporó a la reunión y volvió a mostrarse alegre y feliz.

137:4.6 (1529.3) Durante la ceremonia de la boda reinó un expectante silencio, pero no hubo ni un gesto ni una palabra del invitado de honor. Entonces se empezó a correr el rumor de que el carpintero y constructor de embarcaciones anunciado por Juan como «el Libertador» descubriría su juego durante los festejos de la noche, quizás en la cena nupcial. Jesús apartó cualquier expectativa de este tipo de la mente de sus seis apóstoles-discípulos cuando los reunió justo antes de la cena y les dijo muy seriamente: «No penséis que he venido a este lugar a obrar algún prodigio para satisfacer a los curiosos o convencer a los que dudan. Solo estamos aquí para cumplir la voluntad de nuestro Padre que está en el cielo». Cuando María y los demás vieron que se había reunido con sus asociados, se acabaron de convencer de que algo extraordinario estaba a punto de suceder, y todos se sentaron a disfrutar de la cena nupcial y de una noche de fiesta en buena compañía.

137:4.7 (1529.4) El padre del novio había previsto vino en abundancia para todos los que habían sido invitados a la fiesta nupcial, pero ¿cómo iba a imaginarse que la boda de su hijo se convertiría en un evento tan asociado a la esperada manifestación de Jesús como libertador mesiánico? Estaba encantado de tener el honor de contar al célebre galileo entre sus invitados, pero antes de terminar la cena los criados le trajeron la inquietante noticia de que el vino se estaba acabando. Cuando se terminó la cena oficial y los invitados empezaron a extenderse por el jardín, la madre del novio confió a María que se había agotado la provisión de vino. María le dijo confiadamente: «No te preocupes, hablaré con mi hijo. Él nos ayudará». Y se atrevió a decir eso a pesar del reproche de Jesús pocas horas antes.

137:4.8 (1529.5) Durante muchos años María había recurrido siempre a Jesús en busca de ayuda en todas las crisis de la vida familiar en Nazaret, así que era natural para ella pensar en él en ese momento. Pero esta ambiciosa madre tenía otros motivos para apelar a su hijo mayor en esta ocasión. Jesús estaba solo en un rincón del jardín cuando se le acercó su madre diciendo: «Hijo, no tienen vino». Y Jesús respondió: «Pero mujer, ¿qué tengo yo que ver con eso?». Dijo María: «Pues yo creo que ha llegado tu hora; ¿no puedes ayudarnos?». Jesús replicó: «Vuelvo a repetir que no he venido a hacer las cosas de esa manera. ¿Por qué me vuelves a molestar con estos asuntos?». María, rompiendo a llorar, le suplicó: «Pero hijo, les he prometido que nos ayudarías; ¿no harías algo por mí, por favor?». Entonces Jesús dijo: «Mujer, ¿quién te ha dicho que hagas esas promesas? Mira de no hacerlo otra vez. Debemos, en todas las cosas, cumplir la voluntad del Padre del cielo».

137:4.9 (1530.1) ¡María, la madre de Jesús, quedó hundida y anonadada! Al verla ahí inmóvil ante él, con las lágrimas rodándole por las mejillas, el corazón humano de Jesús se rindió de compasión hacia la mujer que le dio el ser en la carne, e inclinándose hacia ella, le puso tiernamente la mano en la cabeza diciendo: «Vamos, vamos, madre María, mis palabras parecen duras, pero no quiero apenarte con ellas, ¿no te he dicho muchas veces que he venido solo a hacer la voluntad de mi Padre celestial? Con mucho gusto haría lo que me pides si formara parte de la voluntad del Padre...» y Jesús se paró en seco, vacilante. A María le pareció sentir que estaba ocurriendo algo. Se levantó de un salto, le lanzó los brazos al cuello, lo besó y corrió hacia las dependencias de los criados diciendo: «Haced todo lo que mi hijo os diga». Pero Jesús no dijo nada. Se daba cuenta de que ya había dicho —o más bien había deseado— demasiado.

137:4.10 (1530.2) María bailaba de alegría. No sabía cómo se produciría el vino, pero estaba segura de que por fin había logrado inducir a su hijo primogénito a afirmar su autoridad, reivindicar su posición y exhibir su poder mesiánico. Y gracias a la presencia y la asociación de ciertos poderes y personalidades del universo enteramente desconocidos para todos los presentes, no iba a quedar defraudada. El vino que había pedido María y que Jesús, el hombre-Dios, había deseado humanamente por compasión, estaba de camino.

137:4.11 (1530.3) Había allí cerca seis tinajas de piedra llenas de agua con capacidad para unos setenta y cinco litros cada una. El agua estaba destinada a las ceremonias finales de purificación de la celebración nupcial. El trajín de los criados alrededor de esas enormes vasijas de piedra bajo la activa dirección de su madre atrajo la atención de Jesús, y al acercarse observó que estaban sacando de ellas vino a cántaros llenos.

137:4.12 (1530.4) De todos los asistentes a la boda, Jesús era el más sorprendido aunque poco a poco fue cayendo en la cuenta de lo que había pasado. Los otros habían esperado de él un prodigio, pero eso era precisamente lo que se había propuesto no hacer. Entonces el Hijo del Hombre recordó la advertencia de su Ajustador del Pensamiento Personalizado en las colinas. Recordó que el Ajustador le había avisado de que ningún poder o personalidad podía privarlo de la prerrogativa —que poseía como creador— de ser independiente del tiempo. En esta ocasión se habían reunido junto al agua y los demás elementos necesarios los transformadores del poder, los intermedios y todas las demás personalidades requeridas, de modo que, ante el deseo expresado por el Soberano Creador del Universo, la aparición instantánea de vino era inevitable. Y era además doblemente segura, puesto que el Ajustador Personalizado había confirmado que la ejecución del deseo del Hijo no contravenía en modo alguno la voluntad del Padre.

137:4.13 (1530.5) Pero esto no fue un milagro en ningún sentido. No se modificó ni abrogó, ni siquiera se sobrepasó ninguna ley de la naturaleza. Lo único que ocurrió fue que se anuló el tiempo y se suministraron de forma celestial los elementos químicos necesarios para la elaboración del vino. En esta ocasión los agentes del Creador hicieron vino en Caná exactamente igual que lo hacen mediante los procesos naturales ordinarios, excepto que lo hicieron con independencia del tiempo y con la intervención de agentes sobrehumanos para reunir en el espacio los ingredientes químicos necesarios.

137:4.14 (1531.1) Por otra parte, es evidente que este llamado milagro no era contrario a la voluntad del Padre del Paraíso, pues de haberlo sido no hubiera ocurrido, dado que Jesús ya se había sometido en todas las cosas a la voluntad del Padre.

137:4.15 (1531.2) Los criados sacaron el nuevo vino y se lo llevaron al padrino de boda, que hacía de maestro de ceremonias. Cuando lo hubo probado, llamó al novio y le dijo: «Es costumbre servir primero el buen vino y cuando los invitados han bebido bien, sacar el fruto inferior de la vid; pero tú has guardado el mejor vino para el final de la fiesta».

137:4.16 (1531.3) María y los discípulos de Jesús se llenaron de alegría por el supuesto milagro y pensaron que Jesús lo había hecho intencionadamente, pero Jesús se apartó a un rincón protegido del jardín para reflexionar a fondo durante unos minutos. Al final llegó a la conclusión de que, dadas las circunstancias, el episodio había estado más allá de su control personal, y que, al no ser contrario a la voluntad de su Padre, era inevitable. Luego volvió con la gente, y todos lo miraban con temeroso respeto, todos creían que era el Mesías. Pero Jesús estaba profundamente desconcertado porque sabía que solo creían en él por el suceso extraño y accidental que acababan de presenciar, así que volvió a retirarse, esta vez a la azotea de la casa, para poder pensar tranquilamente sobre todo ello.

137:4.17 (1531.4) Entonces Jesús comprendió perfectamente que nunca podría bajar la guardia porque su tendencia a la piedad y la compasión podría provocar muchos incidentes de este tipo. A pesar de ello, ocurrieron muchos acontecimientos similares antes de que el Hijo del Hombre se despidiera finalmente de su vida mortal en la carne.

5. De vuelta en Cafarnaúm

137:5.1 (1531.5) Aunque muchos de los invitados se quedaron en Caná festejando la boda durante toda la semana, Jesús y sus nuevos apóstoles-discípulos —Santiago, Juan, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael— salieron para Cafarnaúm al día siguiente por la mañana temprano, y se fueron sin despedirse de nadie. La familia de Jesús y todos sus amigos de Caná se quedaron desolados por su marcha inesperada, y Judá, su hermano menor, salió en su busca. Jesús y sus apóstoles fueron directamente a casa de Zebedeo en Betsaida. Durante el camino Jesús habló de muchas cosas importantes para el reino venidero con sus nuevos compañeros y les advirtió especialmente que no mencionaran la conversión del agua en vino. Les aconsejó también que evitaran las ciudades de Séforis y Tiberiades en sus actividades futuras.

137:5.2 (1531.6) Aquella noche después de la cena tuvo lugar en casa de Zebedeo y Salomé una de las reuniones más importantes de toda la carrera de Jesús en la tierra. Solo asistieron a ella los seis apóstoles, y al final llegó Judá cuando estaban a punto de terminar. Estos seis hombres elegidos habían ido con Jesús de Caná a Betsaida como caminando por las nubes; estaban llenos de expectación y entusiasmados con la idea de haber sido seleccionados como asociados directos del Hijo del Hombre. Pero cuando Jesús empezó a aclararles quién era él, cuál iba a ser su misión en la tierra y cómo podría terminar, se quedaron estupefactos. No podían captar lo que les decía. Se quedaron mudos, e incluso Pedro estaba demasiado hundido para hablar. Solo Andrés, el pensador profundo, se atrevió a responder algo a las recomendaciones de Jesús. Cuando Jesús se dio cuenta de que no entendían su mensaje, cuando vio lo cristalizadas que estaban sus concepciones sobre el Mesías judío, los envió a descansar y se quedó paseando y conversando con su hermano Judá. Antes de despedirse de Jesús, Judá le dijo con sentida emoción: «Hermano y padre mío, yo nunca te he entendido. No tengo la certeza de que seas lo que mi madre nos ha enseñado ni tampoco comprendo plenamente el reino venidero, pero sí sé que eres un poderoso hombre de Dios. Oí la voz en el Jordán y creo en ti, seas quién seas». Dicho esto se marchó a su casa de Magdala.

137:5.3 (1532.1) Esa noche Jesús no durmió. Se envolvió en sus mantas y se sentó a la orilla del lago a pensar y pensar hasta el amanecer. Durante las largas horas de esa noche de meditación Jesús llegó a comprender claramente que jamás conseguiría que sus seguidores lo vieran bajo otra forma que no fuera la del Mesías esperado. Al final tuvo que reconocer que no había más camino para promulgar su mensaje del reino que cumplir la predicción de Juan y presentarse como el esperado por los judíos. Al fin y al cabo, aunque él no era el Mesías davídico, sí era realmente el cumplimiento de las palabras proféticas de los antiguos videntes más espiritualizados. Nunca más negó por completo que fuera el Mesías. Decidió dejar la tarea de desenredar esta complicada situación en manos de la voluntad del Padre.

137:5.4 (1532.2) A la mañana siguiente Jesús se reunió con sus amigos en el desayuno, pero no había alegría en el ambiente. Charló con ellos, y al terminar de comer los reunió a su alrededor y les dijo: «Es voluntad de mi Padre que nos quedemos por aquí durante un tiempo. Habéis oído decir a Juan que venía a preparar el camino para el reino, y ahora nos corresponde esperar a que Juan termine su predicación. Cuando el precursor del Hijo del Hombre haya finalizado su obra, empezaremos la proclamación de la buena nueva del reino». Ordenó a sus apóstoles que volvieran a sus redes mientras él trabajaba con Zebedeo en el astillero. Al día siguiente era sabbat y Jesús iba a hablar en la sinagoga, así que quedaron en verse allí y reunirse luego esa misma tarde.

6. Los acontecimientos de un día de sabbat

137:6.1 (1532.3) La primera aparición pública de Jesús después de su bautismo fue en la sinagoga de Cafarnaúm el sabbat del 2 de marzo del año 26 d. C. La sinagoga estaba llena a rebosar. La historia del bautismo en el Jordán se magnificaba ahora con las recientes noticias de Caná sobre el agua y el vino. Jesús dio asientos de honor a sus seis apóstoles y sentó con ellos a sus hermanos en la carne Santiago y Judá. Su madre había vuelto a Cafarnaúm con Santiago la noche anterior y estaba sentada en la sección de la sinagoga destinada a las mujeres. El auditorio entero estaba en vilo; esperaban presenciar alguna manifestación extraordinaria de poder sobrenatural acorde con la naturaleza y la autoridad de aquel que iba a hablarles ese día. Pero les esperaba una decepción.

137:6.2 (1532.4) Cuando Jesús se levantó el rector de la sinagoga le entregó el rollo de la Escritura, y leyó este pasaje del profeta Isaías: «Dice así el Señor: ‘El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que habéis construido para mí? ¿Y dónde está el lugar de mi reposo? Todas estas cosas las han hecho mis manos’, dice el Señor. ‘Pero a este hombre miraré, a aquel que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra’. Oíd la palabra del Señor, vosotros que tembláis y tenéis miedo: ‘Vuestros hermanos os odian y os expulsan por mi nombre’. Pero que el Señor sea glorificado. Se os aparecerá con alegría y todos los demás serán avergonzados. Una voz procedente de la ciudad, una voz procedente del templo, una voz procedente del Señor dice: ‘Antes de pasar penalidades, parió; antes de venirle los dolores, dio a luz a un hijo varón’. ¿Quién ha escuchado tal cosa? ¿Estará la tierra hecha para dar fruto en un solo día? ¿O puede una nación nacer al momento? Pero dice así el Señor: ‘He aquí que extenderé la paz como un río, e incluso la gloria de los gentiles será semejante a un torrente que fluye. Como a alguien a quien su madre conforta, así os confortaré. Y seréis confortados incluso en Jerusalén. Y cuando veáis estas cosas, vuestro corazón se regocijará’».

137:6.3 (1533.1) Cuando terminó de leer Jesús devolvió el rollo a su custodio. Antes de sentarse dijo simplemente: «Sed pacientes y veréis la gloria de Dios; así será para todos aquellos que permanezcan conmigo y aprendan de este modo a hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo». La gente volvió a sus casas preguntándose qué podría significar todo eso.

137:6.4 (1533.2) Aquella tarde Jesús y sus apóstoles se subieron a una embarcación con Santiago y Judá. Se alejaron un poco de la orilla y allí fondearon mientras Jesús les hablaba del reino venidero. Comprendieron más cosas que la noche del jueves.

137:6.5 (1533.3) Jesús les dijo que debían retomar sus obligaciones habituales hasta que «llegue la hora del reino», y para alentarlos él mismo dio el ejemplo de volver a trabajar regularmente en el astillero. Al explicarles que debían dedicar tres horas cada noche a estudiar y prepararse para su futuro trabajo, añadió: «Todos nos quedaremos por aquí cerca hasta que el Padre me indique que os llame. Cada uno de vosotros debe volver ahora a su trabajo normal como si no hubiera pasado nada. No habléis de mí a nadie y recordad que mi reino no ha de venir con pompa y boato, sino más bien a través del gran cambio que mi Padre habrá operado en vuestro corazón y en el corazón de aquellos que serán llamados a unirse a vosotros en los consejos del reino. Ahora sois mis amigos; os amo y confío en vosotros; pronto habéis de convertiros en mis asociados personales. Sed pacientes, sed amables. Sed siempre obedientes a la voluntad del Padre. Preparaos para la llamada del reino. Aunque experimentaréis una gran alegría en el servicio a mi Padre, debéis prepararos también para las dificultades, pues os advierto que solo a través de una gran tribulación entrarán muchos en el reino. Pero para los que hayan encontrado el reino, la alegría será plena y serán llamados los benditos de toda la tierra. No tengáis falsas esperanzas; el mundo tropezará con mis palabras. Incluso vosotros, que sois mis amigos, no acabáis de comprender lo que estoy desvelando a vuestras mentes confundidas. No os equivoquéis; saldremos a trabajar para una generación de buscadores de signos. Exigirán prodigios como prueba de que he sido enviado por mi Padre, y les costará reconocer en la revelación del amor de mi Padre las cartas credenciales de mi misión».

137:6.6 (1533.4) Cuando volvieron a tierra al caer la tarde y antes de separarse, Jesús oró así de pie al borde del agua: «Padre, te doy las gracias por estos pequeños que ya creen a pesar de sus dudas. Por ellos me he apartado para hacer tu voluntad. Que aprendan ahora a ser uno como nosotros somos uno».

7. Los cuatro meses de formación

137:7.1 (1533.5) Durante los cuatro largos meses —marzo, abril, mayo y junio— que duró este tiempo de espera Jesús organizó más de cien sesiones de formación largas e intensas, aunque alegres y animadas, con sus seis compañeros y su propio hermano Santiago. Judá pudo asistir pocas veces a estas clases porque hubo enfermedades de su familia. Santiago, el hermano de Jesús, no perdió la fe en él, en cambio María estuvo a punto de perder la esperanza en su hijo durante estos meses de demora e inactividad. Su fe, que había alcanzado cotas tan altas en Caná, se hundió a nuevos niveles de depresión. No hacía más que repetir una y otra vez: «No puedo comprenderle. No puedo explicarme qué significa todo esto». Aunque la esposa de Santiago hizo mucho por sostener el ánimo de María.

137:7.2 (1534.1) Durante estos cuatro meses estos siete creyentes, uno de ellos su propio hermano en la carne, fueron conociendo a Jesús; fueron acostumbrándose a la idea de vivir con este hombre-Dios. Aunque lo llamaban Rabí, estaban aprendiendo a no tenerle miedo. Jesús poseía esa gracia incomparable de la personalidad que le permitía vivir entre ellos sin abrumarlos con su divinidad. Les resultaba realmente fácil ser «amigos de Dios», Dios encarnado a semejanza de carne mortal. Este tiempo de espera fue una dura prueba para todo el grupo de creyentes. No sucedió nada, absolutamente nada, milagroso. Día tras día se dedicaban a su trabajo ordinario y noche tras noche se sentaban a los pies de Jesús. Se mantenían unidos por su personalidad incomparable y por las hermosas palabras que solía dirigirles al atardecer.

137:7.3 (1534.2) Este periodo de espera y de enseñanza fue especialmente duro para Simón Pedro. Intentaba una y otra vez persuadir a Jesús de lanzarse a predicar el reino en Galilea mientras Juan seguía predicando en Judea, pero Jesús le respondía invariablemente: «Ten paciencia, Simón. Progresa. Nunca estaremos demasiado preparados cuando el Padre nos llame». A veces Andrés calmaba a Pedro con sus consejos más maduros y filosóficos. A Andrés le impresionaba muchísimo la naturalidad humana de Jesús. No se cansaba nunca de admirar cómo alguien podía vivir tan cerca de Dios y ser al mismo tiempo tan amable y considerado con los hombres.

137:7.4 (1534.3) Durante todo este periodo Jesús solo habló dos veces en la sinagoga. Las largas semanas de espera habían empezado a acallar los rumores sobre su bautismo y el vino de Caná, y se aseguró de que no hubiera más milagros aparentes durante este tiempo. A pesar de su vida discreta en Betsaida, las extrañas actuaciones de Jesús ya habían llegado a oídos de Herodes Antipas, que envió inmediatamente a sus espías para saber a qué se dedicaba. Pero a Herodes le preocupaba más la predicación de Juan. Decidió no molestar a Jesús que seguía sin llamar la atención en Cafarnaúm.

137:7.5 (1534.4) Jesús aprovechó este tiempo de espera para intentar enseñar a sus compañeros cuál debía ser su actitud hacia los diversos grupos religiosos y partidos políticos de Palestina. Las palabras de Jesús eran siempre: «Tratamos de ganarnos a todos, pero no pertenecemos a ninguno».

137:7.6 (1534.5) Los escribas y los rabinos, en conjunto, eran llamados fariseos. Ellos se denominaban a sí mismos los «asociados». En muchos sentidos eran el grupo progresista entre los judíos, pues habían adoptado muchas enseñanzas que no figuraban claramente en las Escrituras hebreas, como la creencia en la resurrección de los muertos, una doctrina mencionada solo por Daniel, un profeta reciente.

137:7.7 (1534.6) Los saduceos estaban compuestos por los sacerdotes y ciertos judíos ricos. No eran tan puristas con los detalles de la aplicación de la ley. En realidad, los fariseos y los saduceos eran partidos religiosos más que sectas.

137:7.8 (1534.7) Los esenios eran una verdadera secta religiosa nacida durante la revuelta de los Macabeos con normas más exigentes que las de los fariseos en algunos aspectos. Habían adoptado muchas creencias y prácticas persas, vivían como una hermandad en monasterios, se abstenían de casarse y ponían todas las cosas en común. Se especializaron en las enseñanzas sobre los ángeles.

137:7.9 (1535.1) Los zelotes eran un ferviente colectivo de patriotas judíos. Justificaban cualquier método en la lucha por sacudirse el yugo romano.

137:7.10 (1535.2) Los herodianos eran un partido puramente político que abogaba por la emancipación del gobierno directo de Roma mediante la restauración de la dinastía herodiana.

137:7.11 (1535.3) En el centro mismo de Palestina vivían los samaritanos, con quienes «los judíos no se trataban» aunque tenían muchos puntos en común con las enseñanzas judías.

137:7.12 (1535.4) Todos estos partidos y sectas, incluyendo la pequeña hermandad nazarea, creían que el Mesías llegaría algún día. Todos esperaban a un libertador nacional, pero Jesús dejó muy claro que ni él ni sus discípulos se aliarían nunca con ninguna de estas escuelas de pensamiento o de práctica. El Hijo del Hombre no iba a ser ni esenio ni nazareo.

137:7.13 (1535.5) Aunque Jesús animaría posteriormente a los apóstoles a salir, como lo había hecho Juan, a predicar el evangelio e instruir a los creyentes, insistía siempre en la proclamación de la «buena nueva del reino de los cielos». Repetía incansablemente a sus compañeros que debían «mostrar amor, compasión y comprensión». Enseñó desde el principio a sus seguidores que el reino de los cielos era una experiencia espiritual consistente en entronizar a Dios en el corazón de los hombres.

137:7.14 (1535.6) Mientras esperaban el momento de embarcarse en su predicación pública activa, Jesús y los siete pasaban dos noches por semana en la sinagoga estudiando las escrituras hebreas. En los años que siguieron, después de intensas temporadas de trabajo público, los apóstoles recordarían estos cuatro meses como los más preciosos y provechosos de toda su asociación con el Maestro. Jesús enseñó a estos hombres todo lo que podían asimilar. No cometió el error de enseñarles en exceso. No los indujo a la confusión presentándoles una verdad que estuviera mucho más allá de su capacidad de comprender.

8. El sermón sobre el reino

137:8.1 (1535.7) El sabbat del 22 de junio, poco antes de que iniciaran su primera gira de predicación y unos diez días después del encarcelamiento de Juan, Jesús ocupó el púlpito de la sinagoga por segunda vez desde su llegada a Cafarnaúm con sus apóstoles.

137:8.2 (1535.8) Unos días antes de predicar este sermón sobre «el reino», Jesús estaba trabajando en el astillero cuando Pedro le trajo la noticia del arresto de Juan. Jesús dejó las herramientas una vez más, se quitó el mandil y dijo a Pedro: «La hora del Padre ha llegado. Vayamos a prepararnos para proclamar el evangelio del reino».

137:8.3 (1535.9) Jesús hizo su último trabajo en el banco de carpintero ese martes 18 de junio del año 26 d. C. Pedro salió rápidamente del taller y hacia media tarde había reunido a todos sus compañeros en un bosquecillo junto a la costa. Luego fue en busca de Jesús pero no pudo encontrarlo. El Maestro había ido a orar a otro bosquecillo y no lo vieron hasta bien entrada la noche, cuando regresó a casa de Zebedeo y pidió de comer. Al día siguiente envió a su hermano Santiago a solicitar el privilegio de hablar en la sinagoga el sabbat de esa semana. El rector de la sinagoga se alegró mucho de que Jesús volviera a estar dispuesto a dirigir el oficio.

137:8.4 (1536.1) Antes de su memorable sermón sobre el reino de Dios, el primer esfuerzo ostensible de su carrera pública, Jesús leyó estos pasajes de las Escrituras: «Seréis para mí un reino de sacerdotes, un pueblo santo. Yahvé es nuestro juez, Yahvé es nuestro legislador, Yahvé es nuestro rey; él nos salvará. Yahvé es mi rey y mi Dios. Él es un gran rey para toda la tierra. La bondad amorosa está sobre Israel en este reino. Bendita sea la gloria del Señor, pues él es nuestro Rey».

137:8.5 (1536.2) Cuando terminó de leer, Jesús dijo:

137:8.6 (1536.3) «He venido a proclamar el establecimiento del reino del Padre. Y este reino incluirá a las almas adoradoras de judíos y gentiles, de ricos y pobres, de libres y esclavos, pues mi Padre no hace acepción de personas; su amor y su misericordia están sobre todos.

137:8.7 (1536.4) «El Padre del cielo envía a su espíritu a morar dentro de la mente de los hombres, y cuando yo haya finalizado mi trabajo en la tierra, el Espíritu de la Verdad será derramado igualmente sobre toda carne. El espíritu de mi Padre y el Espíritu de la Verdad os establecerán en el reino venidero de comprensión espiritual y rectitud divina. Mi reino no es de este mundo. El Hijo del Hombre no conducirá ejércitos a la batalla para establecer un trono de poder o un reino de gloria terrenal. Cuando haya llegado mi reino, conoceréis al Hijo del Hombre como Príncipe de la Paz, como la revelación del Padre sempiterno. Los hijos de este mundo luchan por establecer y ampliar los reinos de este mundo, pero mis discípulos entrarán en el reino de los cielos por sus decisiones morales y por sus victorias en el espíritu; y cuando hayan entrado en él encontrarán la alegría, la rectitud y la vida eterna.

137:8.8 (1536.5) «Aquellos que busquen antes que nada entrar en el reino y empiecen así a esforzarse por conseguir una nobleza de carácter como la de mi Padre poseerán pronto todas las demás cosas que necesiten. Pero yo os digo con toda sinceridad: si no intentáis entrar en el reino con la fe y la dependencia confiada de un niño pequeño, no seréis admitidos.

137:8.9 (1536.6) «No os dejéis engañar por aquellos que van diciendo: el reino está aquí o el reino está allá, pues el reino de mi Padre nada tiene que ver con las cosas visibles y materiales. Este reino está ya entre vosotros, pues allí donde el espíritu de Dios enseña y conduce al alma del hombre, está en realidad el reino de los cielos. Y este reino de Dios es rectitud, paz y alegría en el Espíritu Santo.

137:8.10 (1536.7) «Juan os bautizó ciertamente en señal de arrepentimiento y para la remisión de vuestros pecados, pero cuando entréis en el reino celestial, seréis bautizados con el Espíritu Santo.

137:8.11 (1536.8) «En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles, sino solo los que buscan la perfección mediante el servicio, pues declaro que aquel que quiera ser grande en el reino de mi Padre debe convertirse primero en el servidor de todos. Si estáis dispuestos a servir a vuestros semejantes, os sentaréis conmigo en mi reino, al igual que yo me sentaré dentro de poco con mi Padre en su reino por haber servido a semejanza de criatura.

137:8.12 (1536.9) «Este nuevo reino es como una semilla que crece en un campo con buena tierra. No fructifica rápidamente. Hay un intervalo de tiempo entre el establecimiento del reino en el alma del hombre y el momento en que el reino madura en el fruto pleno de rectitud perpetua y salvación eterna.

137:8.13 (1536.10) «Este reino que os anuncio no es un reinado de poder y abundancia. El reino de los cielos no es cuestión de comida y bebida, sino más bien una vida de rectitud progresiva y de alegría creciente al servicio cada vez más perfecto de mi Padre que está en el cielo. Pues ¿no ha dicho el Padre de sus hijos del mundo: ‘es mi voluntad que lleguen a ser perfectos como yo soy perfecto’?

137:8.14 (1537.1) «He venido a predicar la buena nueva del reino. No he venido a aumentar las pesadas cargas de aquellos que quieran entrar en este reino. Proclamo un camino nuevo y mejor, y aquellos que puedan entrar en el reino venidero disfrutarán del descanso divino. Os cueste lo que os cueste en cosas del mundo, cualquiera que sea el precio que tengáis que pagar por entrar en el reino de los cielos, lo recibiréis multiplicado en alegría y progreso espiritual en este mundo, y en vida eterna en la edad por venir.

137:8.15 (1537.2) «La entrada en el reino del Padre no requiere desplegar ejércitos, ni derribar reinos de este mundo ni romper yugos de cautivos. El reino de los cielos está al alcance de la mano, y todos los que entren en él encontrarán libertad abundante y salvación gozosa.

137:8.16 (1537.3) «Este reino es un dominio perpetuo. Los que entren en el reino ascenderán hasta mi Padre y alcanzarán ciertamente la diestra de su gloria en el Paraíso. Todos los que entren en el reino de los cielos se convertirán en hijos de Dios y ascenderán hasta el Padre en la edad por venir. Yo no he venido a llamar a los aspirantes a justos, sino a los pecadores y a todos los que tienen hambre y sed de la rectitud de la perfección divina.

137:8.17 (1537.4) «Juan vino a predicar el arrepentimiento para prepararos para el reino; ahora vengo yo a proclamar que la fe, el regalo de Dios, es el precio de la entrada en el reino de los cielos. Solo con que creáis que mi Padre os ama con amor infinito, estáis en el reino de Dios».

137:8.18 (1537.5) Dicho esto, Jesús se sentó. Sus palabras dejaron estupefactos a todos los presentes. Sus discípulos se maravillaron, pero la gente no estaba preparada para recibir la buena nueva de labios de este hombre-Dios. Alrededor de un tercio de los que lo escucharon creyó en el mensaje aunque sin comprenderlo del todo; otro tercio se propuso interiormente rechazar un concepto tan puramente espiritual del reino esperado, mientras que el tercio restante no pudo captar su enseñanza y muchos de ellos creyeron realmente que «había perdido el juicio».

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