Documento 196 - La fe de Jesús

   
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El libro de Urantia

Documento 196

La fe de Jesús

196:0.1 (2087.1) LA FE en Dios de Jesús era sublime y sin reservas. Experimentó los altibajos corrientes de la existencia mortal, pero nunca puso en duda su certeza religiosa de estar bajo la guía y el cuidado vigilante de Dios. Su fe emanaba de una visión interior nacida de la actividad de la presencia divina, el Ajustador que moraba en él. Su fe no era ni tradicional ni meramente intelectual; era enteramente personal y puramente espiritual.

196:0.2 (2087.2) El Jesús humano veía a Dios como santo, justo y grande, así como verdadero, bello y bueno. Todos estos atributos de la divinidad los concentraba en su mente como «la voluntad del Padre del cielo». El Dios de Jesús era al mismo tiempo «el Santo de Israel» y «el Padre vivo y amoroso del cielo». El concepto de Dios como Padre no era original de Jesús, pero él exaltó y elevó la idea hasta hacer de ella una experiencia sublime al lograr una nueva revelación de Dios y proclamar que toda criatura mortal es un niño de este Padre de amor, un hijo de Dios.

196:0.3 (2087.3) Jesús no se aferró a la fe en Dios como alma luchadora enfrentada al universo en una guerra sin cuartel contra un mundo hostil y pecaminoso. No recurría a la fe como mero consuelo en las dificultades ni como cobijo ante la desesperación; la fe no era para él una simple compensación ilusoria ante las realidades desagradables y las penas del vivir. Inmerso en todas las dificultades naturales y todas las contradicciones temporales de la existencia mortal, experimentaba la tranquilidad de una confianza suprema e incuestionable en Dios, y sentía la tremenda emoción de vivir por la fe en presencia misma del Padre celestial. Y esta fe triunfante fue la experiencia viva de un logro espiritual efectivo. La gran contribución de Jesús a los valores de la experiencia humana no fue la de revelar tantas ideas nuevas sobre el Padre del cielo, sino más bien la de demostrar de manera tan magnífica y humana un tipo nuevo y más alto de fe viva en Dios. En ningún mundo de este universo ni en la vida de ningún otro mortal se ha vuelto Dios realidad viva como en la experiencia humana de Jesús de Nazaret.

196:0.4 (2087.4) Este mundo y todos los demás mundos de la creación local descubren en la vida del Maestro en Urantia un tipo nuevo y más alto de religión, una religión basada en relaciones espirituales personales con el Padre Universal y enteramente validada por la autoridad suprema de una experiencia personal auténtica. Esta fe viva de Jesús era algo más que una reflexión intelectual y no era una meditación mística.

196:0.5 (2087.5) La teología puede fijar, formular, definir y dogmatizar la fe, pero en la vida humana de Jesús la fe era personal, viva, original, espontánea y puramente espiritual. Esta fe no era respeto a la tradición ni una mera creencia intelectual convertida en credo sagrado, sino más bien una experiencia sublime y una convicción profunda que lo sostenían firmemente. Su fe era tan real y tan totalmente inclusiva que barría de golpe toda duda espiritual y destruía eficazmente todo deseo opuesto. Nada podía arrancar a Jesús del anclaje espiritual de esta fe ferviente, sublime e impertérrita. Incluso aparentemente derrotado, sumido en la desilusión y amenazado por la desesperación, se mantenía sereno ante la presencia divina, libre de temores y plenamente consciente de su invencibilidad espiritual. Jesús estaba sustentado por la vigorosa confianza de una fe a toda prueba, y en todas las situaciones difíciles de la vida mostraba infaliblemente una lealtad incuestionable a la voluntad del Padre. Ni siquiera la amenaza cruel y abrumadora de una muerte ignominiosa pudo hacer que esta fe magnífica se tambaleara.

196:0.6 (2088.1) Se observa con frecuencia en los genios religiosos que una fe espiritual fuerte puede conducir directamente a un fanatismo desastroso, a la exageración del ego religioso, pero no fue así con Jesús. Su vida práctica no se vio afectada desfavorablemente por su fe extraordinaria y sus logros espirituales porque esa exaltación espiritual era una expresión de su experiencia personal con Dios nacida en su alma de forma totalmente inconsciente y espontánea.

196:0.7 (2088.2) La indomable y arrolladora fe espiritual de Jesús nunca se volvió fanática porque nunca pretendió imponerse sobre sus equilibrados juicios intelectuales respecto a los valores relativos de las situaciones prácticas y ordinarias de la vida en lo social, lo económico y lo moral. El Hijo del Hombre era una personalidad humana espléndidamente unificada; era un ser divino perfectamente dotado; estaba también magníficamente coordinado en su combinación de ser humano y divino que actuaba en la tierra como una sola personalidad. El Maestro coordinaba siempre la fe del alma con las sabias valoraciones de una experiencia madura. La fe personal, la esperanza espiritual y la entrega moral se correlacionaban siempre en una unidad religiosa sin igual, armoniosamente asociada con una aguda comprensión de la realidad y el carácter sagrado de todas las lealtades humanas: el honor personal, el amor familiar, la obligación religiosa, el deber social y la necesidad económica.

196:0.8 (2088.3) La fe de Jesús visualizaba que todos los valores del espíritu se encontraban en el reino de Dios; por eso decía: «Buscad primero el reino de los cielos». Jesús veía en la comunión avanzada e ideal del reino la realización y el cumplimiento de la «voluntad de Dios». La esencia misma de la oración que enseñó a sus discípulos fue: «Que venga tu reino; que se haga tu voluntad». Una vez que concibió así que el reino consistía en la voluntad de Dios, se entregó a la causa de hacerlo realidad con admirable olvido de sí mismo y entusiasmo sin límites. Pero en toda su intensa misión y durante su vida extraordinaria no apareció nunca el furor del fanático ni la frivolidad superficial del egotista religioso.

196:0.9 (2088.4) Toda la vida del Maestro estuvo condicionada sistemáticamente por esta fe viva, esta experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominaba por completo sus pensamientos y sentimientos, sus creencias y oraciones, sus enseñanzas y su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certeza y la seguridad de la guía y la protección del Padre celestial confirió a su vida única una profunda dotación de realidad espiritual. Y sin embargo, a pesar de esta consciencia profundísima de su estrecha relación con la divinidad, este galileo, el galileo de Dios, cuando se dirigieron a él llamándole maestro bueno respondió en el acto: «¿Por qué me llamas bueno?». Ante este espléndido olvido de sí mismo empezamos a comprender cómo pudo el Padre Universal manifestarse tan plenamente a Jesús y revelarse a través de él a los mortales de los mundos.

196:0.10 (2088.5) Jesús entregó a Dios, como hombre del mundo, la más grande de las ofrendas: la consagración y dedicación de su propia voluntad al servicio majestuoso de hacer la voluntad divina. Jesús interpretaba la religión siempre y por principio desde el punto de vista de la voluntad del Padre. Cuando estudiéis la carrera del Maestro en lo referente a la oración o a cualquier otra característica de la vida religiosa, no busquéis tanto lo que enseñó como lo que hizo. Jesús no oraba nunca por obligación religiosa. La oración era para él la expresión sincera de una actitud espiritual, una declaración de la lealtad del alma, un recitado de devoción personal, una expresión de acción de gracias, una forma de evitar la tensión emocional, una prevención de conflictos, una exaltación del intelecto, un ennoblecimiento del deseo, una vindicación de las decisiones morales, un enriquecimiento del pensamiento, una estimulación de las tendencias superiores, una consagración del impulso, un esclarecimiento del punto de vista, una declaración de fe, una rendición trascendental de la voluntad, una afirmación sublime de confianza, una revelación de valentía, la proclamación de un descubrimiento, una confesión de entrega suprema, la validación de una consagración, un método de resolver dificultades y la poderosa movilización de los poderes combinados del alma para resistir todas las tendencias humanas hacia el egoísmo, el mal y el pecado. Vivió así consagrado por la oración a hacer la voluntad de su Padre, y terminó su vida triunfalmente con una de esas oraciones. El secreto de su vida religiosa sin par era esta consciencia de la presencia de Dios fruto de la oración inteligente y la adoración sincera —una comunión ininterrumpida con Dios— y no de directrices, voces, visiones o prácticas religiosas extraordinarias.

196:0.11 (2089.1) En la vida terrenal de Jesús la religión fue una experiencia viva, un movimiento directo y personal desde la veneración espiritual hasta la rectitud práctica. La fe de Jesús produjo los frutos trascendentes del espíritu divino. Su fe no era inmadura ni crédula como la de un niño, pero en muchos aspectos se parecía a la confianza sin sospechas de la mente de un niño. Jesús confiaba en Dios como un niño confía en sus padres. Tenía una profunda confianza en el universo, la misma confianza que tiene un niño en su entorno parental. La fe plena de Jesús en la bondad fundamental del universo se parecía mucho a la confianza del niño en la seguridad de su ambiente terrestre. Contaba con el Padre del cielo como un niño se apoya en sus padres de la tierra, y su fe ferviente no puso en duda ni por un momento que el Padre celestial velaba sobre él. Nunca se encontró seriamente perturbado por los miedos, las dudas o el escepticismo. La incredulidad no inhibió la expresión libre y original de su vida. Combinaba el valor robusto e inteligente de un adulto con el optimismo sincero de un niño confiado. Su fe creció hasta tal grado de confianza que estaba libre de miedo.

196:0.12 (2089.2) La fe de Jesús llegó a ser tan pura como la confianza de un niño. Era una fe tan absoluta y libre de dudas que respondía al encanto del contacto con los semejantes y a las maravillas del universo. Su sentimiento de dependencia de lo divino era tan completo y tan confiado que le producía la alegría y la certeza de una seguridad personal absoluta. No había ningún tipo de fingimiento ni vacilación en su experiencia religiosa. En su gigantesco intelecto adulto la fe del niño reinaba suprema sobre todos los asuntos relacionados con la consciencia religiosa. No es de extrañar que una vez dijera: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino». A pesar de que la fe de Jesús era como la de un niño, no era en ningún sentido infantil.

196:0.13 (2089.3) Jesús no pide a sus discípulos que crean en él, sino que crean con él, que crean en la realidad del amor de Dios y acepten con plena confianza la seguridad de su filiación con el Padre celestial. El Maestro desea que todos sus seguidores compartan de forma plena su fe trascendente. Jesús retó a sus seguidores de la manera más conmovedora no solo a creer en lo que él creía, sino también a creer como él creía. Este es el significado pleno de su única exigencia suprema: «Sígueme».

196:0.14 (2090.1) La vida terrenal de Jesús estuvo dedicada a un único gran propósito: hacer la voluntad del Padre, vivir la vida humana religiosamente y por la fe. La fe de Jesús era confiada, era como la de un niño pero sin la menor arrogancia. Tomó decisiones firmes y viriles, se enfrentó valientemente a múltiples decepciones, superó resueltamente dificultades extraordinarias e hizo frente sin vacilar a las duras exigencias del deber. Se necesitaba una voluntad fuerte y una confianza inquebrantable para creer lo que Jesús creía y tal como él creía.

1. Jesús, el hombre

196:1.1 (2090.2) La entrega de Jesús a la voluntad del Padre y al servicio del hombre era más que una decisión de mortal y una resolución humana; era una consagración de todo corazón a dicho otorgamiento de amor sin reservas. Por muy grande que sea el hecho de la soberanía de Miguel, no debéis privar a los hombres del Jesús humano. El Maestro ha ascendido a lo alto como hombre igual que como Dios; pertenece a los hombres y los hombres le pertenecen. ¡Cuán lamentable es que la propia religión se malinterprete hasta el punto de privar del Jesús humano a los mortales que luchan! Que las discusiones sobre la humanidad o la divinidad de Cristo no oscurezcan la verdad salvadora de que Jesús de Nazaret fue un hombre religioso que consiguió por la fe conocer y hacer la voluntad de Dios. Fue el hombre más verdaderamente religioso que haya vivido jamás en Urantia.

196:1.2 (2090.3) Los tiempos están maduros para presenciar la resurrección figurada del Jesús humano que sale de su tumba entre las tradiciones teológicas y los dogmas religiosos de diecinueve siglos. Jesús de Nazaret no debe seguir siendo sacrificado ni siquiera al espléndido concepto del Cristo glorificado. ¡Qué servicio tan trascendente prestaría esta revelación si a través de ella el Hijo del Hombre fuera rescatado de la tumba de la teología tradicional y presentado como el Jesús vivo a la Iglesia que lleva su nombre y a todas las demás religiones! La comunión cristiana de creyentes reajustaría sin dudarlo su fe y sus costumbres de vida para poder «seguir» al Maestro en la manifestación de su vida real de entrega religiosa a hacer la voluntad de su Padre y de consagración al servicio desinteresado de los hombres. ¿Temen los cristianos declarados que quede en evidencia una comunidad autosuficiente y no consagrada, respetable en lo social y egoístamente inadaptada en lo económico? ¿Teme el cristianismo institucional que la autoridad eclesiástica tradicional pueda ser cuestionada o incluso derrocada si el Jesús de Galilea es reinstaurado en la mente y el alma de los hombres mortales como el ideal del vivir religioso personal? Los reajustes sociales, las transformaciones económicas, el rejuvenecimiento moral y las revisiones religiosas de la civilización cristiana serían realmente drásticos y revolucionarios si la religión viva de Jesús suplantara de pronto a la religión teológica sobre Jesús.

196:1.3 (2090.4) «Seguir a Jesús» significa compartir personalmente su fe religiosa y entrar en el espíritu de la vida del Maestro consagrada al servicio desinteresado de los hombres. Una de las cosas más importantes del vivir humano es averiguar lo que Jesús creía, descubrir sus ideales y esforzarse por alcanzar el elevado objetivo de su vida. Lo más valioso de todo el saber humano es conocer la vida religiosa de Jesús y su manera de vivirla.

196:1.4 (2090.5) La gente corriente escuchaba a Jesús con mucho gusto, y volverá a responder a la presentación de su vida humana sincera de motivación religiosa consagrada si estas verdades se proclaman de nuevo al mundo. A la gente le gustaba escucharlo porque era uno de ellos, un laico sin pretensiones. El maestro religioso más grande del mundo era un laico.

196:1.5 (2091.1) El objetivo de los que creen en el reino no debería imitar literalmente la vida exterior de Jesús en la carne, sino más bien compartir su fe, confiar en Dios como él confiaba en Dios y creer en los hombres como él creía en los hombres. Jesús no discutió nunca sobre la paternidad de Dios o la hermandad de los hombres; él era un ejemplo vivo de lo primero y una demostración profunda de lo segundo.

196:1.6 (2091.2) Igual que los hombres deben progresar desde la consciencia de lo humano hasta la comprensión de lo divino, Jesús ascendió desde la naturaleza del hombre hasta la consciencia de la naturaleza de Dios. Y el Maestro hizo este gran ascenso de lo humano a lo divino mediante el logro conjunto de la fe de su intelecto mortal y los actos del Ajustador que moraba en su interior. El reconocimiento de hecho del logro de la totalidad de su divinidad (siendo en todo momento plenamente consciente de la realidad de su humanidad) pasó por siete etapas en las que se fue haciendo consciente por la fe de su divinización progresiva. Estas etapas de comprensión progresiva de sí mismo estuvieron marcadas por los siguientes acontecimientos extraordinarios en la experiencia de otorgamiento del Maestro:

196:1.7 (2091.3) 1. La llegada del Ajustador del Pensamiento.

196:1.8 (2091.4) 2. El mensajero de Emmanuel que se le apareció en Jerusalén cuando tenía unos doce años.

196:1.9 (2091.5) 3. Las manifestaciones que acompañaron a su bautismo.

196:1.10 (2091.6) 4. Las experiencias en el monte de la transfiguración.

196:1.11 (2091.7) 5. La resurrección en la morontia.

196:1.12 (2091.8) 6. La ascensión en espíritu.

196:1.13 (2091.9) 7. El abrazo final del Padre del Paraíso que le confirió la soberanía ilimitada sobre su universo.

2. La religión de Jesús

196:2.1 (2091.10) Puede que algún día una reforma de la Iglesia cristiana cause un impacto lo bastante profundo como para volver a las enseñanzas religiosas no adulteradas de Jesús, el autor y culminador de nuestra fe. Podéis predicar una religión sobre Jesús, pero la religión de Jesús debéis forzosamente vivirla. En el entusiasmo de Pentecostés, Pedro inauguró involuntariamente una nueva religión, la religión del Cristo resucitado y glorificado. El apóstol Pablo transformó más tarde este nuevo evangelio en el cristianismo, una religión que incorpora los propios pareceres teológicos del apóstol y retrata su propia experiencia personal con el Jesús del camino de Damasco. El evangelio del reino se funda en la experiencia religiosa personal de Jesús de Galilea; el cristianismo se funda casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal del apóstol Pablo. Casi todo el Nuevo Testamento está dedicado, no a retratar la significativa e inspiradora vida religiosa de Jesús, sino a hablar de la experiencia religiosa de Pablo y a retratar sus convicciones religiosas personales. Las únicas excepciones notables a esta afirmación, aparte de algunos fragmentos de Mateo, Marcos y Lucas, son el Libro de los Hebreos y la Epístola de Santiago. El propio Pedro solo volvió a mencionar una vez en sus escritos la vida religiosa personal de su Maestro. El Nuevo Testamento es un magnífico documento cristiano, pero escasamente jesusiano.

196:2.2 (2091.11) La vida de Jesús en la carne presenta un crecimiento religioso trascendente partiendo de las primeras ideas de temor reverencial primitivo y veneración humana, pasando por los años de comunión espiritual personal, hasta llegar finalmente al estatus avanzado y excelso de la consciencia de su unicidad con el Padre. Y así, en una corta vida, Jesús atravesó la experiencia de progresión espiritual religiosa que los hombres empiezan en la tierra y no suelen lograr hasta la conclusión de su larga estancia en las escuelas de formación como espíritus de los sucesivos niveles de la carrera preparadisiaca. Jesús progresó desde una consciencia puramente humana de las certezas de la fe de una experiencia religiosa personal hasta las sublimes alturas espirituales de la comprensión concluyente de su naturaleza divina y hasta la consciencia de su estrecha asociación con el Padre Universal en la gestión de un universo. Progresó desde el humilde estatus de dependencia mortal que le hizo responder espontáneamente a aquel que lo llamó maestro bueno: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno excepto Dios», hasta la sublime consciencia de una divinidad consumada que le hizo exclamar: «¿Quién de vosotros me declarará culpable de pecado?». Este ascenso progresivo desde lo humano a lo divino fue exclusivamente un logro como mortal. Y cuando hubo alcanzado así la divinidad, siguió siendo el mismo Jesús humano, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.

196:2.3 (2092.1) Mateo, Marcos y Lucas conservan algo de la imagen de un Jesús humano dedicado al magnífico esfuerzo de averiguar la voluntad divina y cumplir esa voluntad. Juan presenta la imagen de un Jesús triunfante caminando por la tierra con plena consciencia de su divinidad. El gran error de los que han estudiado la vida del Maestro es que unos lo han concebido como enteramente humano y otros solo han pensado en él como divino. Durante toda su experiencia el Maestro fue en verdad humano y divino a la vez, y lo sigue siendo.

196:2.4 (2092.2) Pero el mayor error se cometió cuando, aun reconociendo que el Jesús humano tenía una religión, se convirtió al Jesús divino (Cristo), casi de la noche a la mañana, en una religión. El cristianismo de Pablo aseguró la adoración al Cristo divino, pero perdió casi totalmente de vista al Jesús humano de Galilea valiente y luchador que, por el arrojo de su fe religiosa personal y el heroísmo del Ajustador que moraba en su interior, ascendió desde los humildes niveles de la humanidad hasta hacerse uno con la divinidad, convirtiéndose así en el nuevo camino vivo por el que todos los mortales pueden ascender desde la humanidad hasta la divinidad. Los mortales de todos los mundos y todas las etapas de espiritualidad pueden encontrar en la vida personal de Jesús lo que les fortalezca e inspire en su progresar desde los niveles espirituales más bajos hasta los valores divinos más altos, desde el principio hasta el fin de toda la experiencia religiosa personal.

196:2.5 (2092.3) En la época en que se escribió el Nuevo Testamento sus autores no solo creían muy profundamente en la divinidad del Cristo resucitado, sino que tenían además la ferviente y sincera convicción de su regreso inmediato a la tierra para consumar el reino celestial. Esta sólida fe en el regreso inmediato del Señor tuvo mucho que ver con la tendencia a omitir en los escritos las referencias a las experiencias y atributos puramente humanos del Maestro. Todo el movimiento cristiano tendió a alejarse de la imagen humana de Jesús de Nazaret hacia la exaltación del Cristo resucitado, el Señor Jesucristo glorificado que pronto iba a volver.

196:2.6 (2092.4) Jesús fundó la religión de la experiencia personal de hacer la voluntad de Dios y servir a la hermandad humana. Pablo fundó una religión en la que el Jesús glorificado se convirtió en el objeto de adoración y la hermandad estaba compuesta por los compañeros creyentes en el Cristo divino. Durante el otorgamiento de Jesús estos dos conceptos eran potenciales en su vida humano-divina, y es una verdadera lástima que sus seguidores no consiguieran crear una religión unificada que hubiera dado el debido reconocimiento tanto a la naturaleza humana como a la naturaleza divina del Maestro, tal como estuvieron inseparablemente enlazadas en su vida en la tierra y gloriosamente expuestas en el evangelio original del reino.

196:2.7 (2093.1) Algunas declaraciones enérgicas de Jesús no os impresionarían ni os perturbarían si recordarais simplemente que fue la persona religiosa más entusiasta y entregada del mundo. Fue un mortal enteramente consagrado, dedicado sin reservas a hacer la voluntad de su Padre. Muchas de sus afirmaciones aparentemente duras eran más una confesión personal de fe y un compromiso de entrega que órdenes a sus seguidores. Y gracias a esta misma resolución, a esta entrega desinteresada pudo progresar tan extraordinariamente en la conquista de la mente humana en una corta vida. Muchas de sus declaraciones deberían ser consideradas más como confesiones de lo que se exigía a sí mismo que como exigencias para todos sus seguidores. En su entrega a la causa del reino Jesús quemó todos los puentes tras de sí; sacrificó todo lo que fuera un obstáculo para hacer la voluntad de su Padre.

196:2.8 (2093.2) Jesús bendecía a los pobres porque solían ser sinceros y piadosos; condenaba a los ricos porque solían ser impíos y libertinos. Pero también condenaba a los indigentes impíos y elogiaba a los adinerados piadosos y honorables.

196:2.9 (2093.3) Jesús hacía que los hombres se sintieran en el mundo como en casa; los liberaba de la esclavitud de los tabúes y les enseñaba que el mundo no es fundamentalmente malo. No anhelaba escapar de su vida terrenal; dominó la práctica de hacer aceptablemente la voluntad del Padre mientras vivía en la carne. Logró una vida religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía la opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a los hombres como hijos de Dios y preveía un magnífico futuro eterno para los que eligieran sobrevivir. No era un escéptico moral; miraba al hombre con ojos positivos, no negativos. Veía que la mayoría de los hombres eran más débiles que perversos, más inseguros que depravados. Pero fuera cual fuera su condición, todos eran hijos de Dios y hermanos suyos.

196:2.10 (2093.4) Enseñó a los hombres a atribuirse un alto valor en el tiempo y en la eternidad. Como Jesús tenía a los hombres en tan alta estima, estaba dispuesto a entregarse incansablemente al servicio a la humanidad. Y era este valor infinito de lo finito lo que hacía de la regla de oro un factor vital en su religión. ¿Qué mortal no se sentiría elevado por la fe extraordinaria de Jesús en él?

196:2.11 (2093.5) Jesús no ofreció normas de progreso social. La suya fue una misión religiosa, y la religión es una experiencia exclusivamente individual. La meta última del logro más avanzado de la sociedad no puede esperar nunca trascender la hermandad de los hombres enseñada por Jesús y basada en el reconocimiento de la paternidad de Dios. El ideal de todo logro social solo se puede hacer realidad con la venida de este reino divino.

3. La supremacía de la religión

196:3.1 (2093.6) La experiencia religiosa espiritual personal resuelve eficazmente la mayoría de las dificultades de los mortales; clasifica, evalúa y ajusta con eficiencia todos los problemas humanos. La religión no elimina ni destruye las dificultades humanas, pero sí las disuelve, absorbe, ilumina y trasciende. La verdadera religión unifica la personalidad para que se ajuste de forma efectiva a todas las exigencias de la vida mortal. La fe religiosa —la guía positiva de la presencia divina que mora en el interior— permite indefectiblemente al hombre conocedor de Dios salvar el abismo existente entre la lógica intelectual que reconoce a la Causa Primera Universal como Eso y las afirmaciones positivas del alma que aseveran que esa Causa Primera es Él, el Padre celestial del evangelio de Jesús, el Dios personal de la salvación humana.

196:3.2 (2094.1) En la realidad universal solo hay tres elementos: hechos, ideas y relaciones. La consciencia religiosa identifica estas realidades como ciencia, filosofía y verdad. La filosofía tiende a considerar estas actividades como razón, sabiduría y fe: realidad física, realidad intelectual y realidad espiritual. Nosotros acostumbramos a designar estas realidades como cosas, significados y valores.

196:3.3 (2094.2) La comprensión progresiva de la realidad equivale a acercarse a Dios. Encontrar a Dios, la consciencia de identidad con la realidad, equivale a experimentar la autocompleción: la autointegridad, la autototalidad. Experimentar la realidad total es comprender plenamente a Dios, hacer definitiva la experiencia de conocer a Dios.

196:3.4 (2094.3) La suma total de la vida humana es el conocimiento de que el hombre es educado por los hechos, ennoblecido por la sabiduría y salvado —justificado— por la fe religiosa.

196:3.5 (2094.4) La certeza física consiste en la lógica de la ciencia, la certeza moral en la sabiduría de la filosofía, la certeza espiritual en la verdad de una auténtica experiencia religiosa.

196:3.6 (2094.5) La mente del hombre puede alcanzar niveles altos de visión interior espiritual y sus esferas correspondientes de divinidad de valores porque no es enteramente material. En la mente del hombre existe un núcleo espiritual: el Ajustador de la presencia divina. Hay tres pruebas distintas de que este espíritu mora en el interior de la mente humana:

196:3.7 (2094.6) 1. La comunión humanitaria, el amor. La mente puramente animal puede ser gregaria para protegerse, pero solo el intelecto habitado por el espíritu es capaz de altruismo generoso y amor incondicional.

196:3.8 (2094.7) 2. La interpretación del universo, la sabiduría. Solo una mente habitada por el espíritu puede comprender que el universo es amistoso con el individuo.

196:3.9 (2094.8) 3. La evaluación espiritual de la vida, la adoración. Solo el hombre habitado por el espíritu puede darse cuenta de la presencia divina y tratar de conseguir una experiencia más plena en y con este anticipo de divinidad.

196:3.10 (2094.9) La mente humana no crea valores reales; la experiencia humana no proporciona una visión interior del universo. En lo que concierne a la visión interior, el reconocimiento de los valores morales y la percepción de los significados espirituales, la mente humana solo puede descubrir, reconocer, interpretar y elegir.

196:3.11 (2094.10) Los valores morales del universo se vuelven posesiones intelectuales por el ejercicio de los tres juicios básicos, o elecciones, de la mente mortal:

196:3.12 (2094.11) 1. El juicio sobre uno mismo, la elección moral.

196:3.13 (2094.12) 2. El juicio social, la elección ética.

196:3.14 (2094.13) 3. El juicio sobre Dios, la elección religiosa.

196:3.15 (2094.14) Se hace patente de este modo que todo progreso humano se lleva a cabo mediante una técnica de evolución revelativa conjunta.

196:3.16 (2094.15) Si no fuera porque un amante divino vive en el hombre, este no podría amar de manera desinteresada y espiritual. Si no fuera porque un intérprete vive en su mente, el hombre no podría comprender de verdad la unidad del universo. Si no fuera porque un evaluador mora en él, el hombre sería incapaz de apreciar los valores morales y reconocer los significados espirituales. Y este amante procede de la fuente misma del amor infinito; este intérprete es una parte de la Unidad Universal; este evaluador es hijo del Centro y Fuente de todos los valores absolutos de la realidad divina y eterna.

196:3.17 (2095.1) La evaluación moral con significado religioso —la visión interior espiritual— implica que el individuo elige entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, entre lo material y lo espiritual, entre lo humano y lo divino, entre el tiempo y la eternidad. La supervivencia humana depende en gran medida de que la voluntad humana se consagre a elegir los valores seleccionados por este clasificador de valores del espíritu, el intérprete y unificador que mora en el interior. La experiencia religiosa personal consta de dos fases: el descubrimiento en la mente humana y la revelación por el espíritu divino que mora en el interior. Por un exceso de sofisticación o como consecuencia de la conducta irreligiosa de personas supuestamente religiosas, un hombre, o incluso una generación de hombres, puede decidir suspender sus esfuerzos por descubrir al Dios que mora en ellos; pueden no progresar en la revelación divina y no conseguirla. Pero gracias a la presencia y la influencia de los Ajustadores del Pensamiento que moran en su interior esas actitudes carentes de progreso espiritual no pueden durar mucho.

196:3.18 (2095.2) Esta profunda experiencia de la realidad del divino morador interior trasciende para siempre la burda técnica materialista de las ciencias físicas. No podéis poner la alegría espiritual bajo el microscopio; no podéis pesar el amor en una balanza; no podéis medir los valores morales ni podéis tampoco calcular la calidad de la adoración espiritual.

196:3.19 (2095.3) Los hebreos tenían una religión de sublimidad moral; los griegos desarrollaron una religión de belleza; Pablo y sus compañeros de predicación fundaron una religión de fe, esperanza y caridad. Jesús reveló y ejemplificó una religión de amor: la seguridad en el amor del Padre unida a la alegría y la satisfacción de compartir este amor en el servicio de la hermandad humana.

196:3.20 (2095.4) Cada vez que el hombre hace una elección moral reflexiva, experimenta al instante una nueva invasión divina de su alma. La elección moral constituye la religión en tanto que motiva la respuesta interior a las condiciones exteriores. Pero esta religión real no es una experiencia puramente subjetiva. Implica a toda la subjetividad del individuo involucrada en una respuesta inteligente y significativa a la objetividad total, al universo y su Hacedor.

196:3.21 (2095.5) La experiencia exquisita y trascendente de amar y ser amado no es solo una ilusión psíquica por el hecho de ser tan puramente subjetiva. La única realidad asociada con los seres mortales que es verdaderamente divina y objetiva, el Ajustador del Pensamiento, actúa en apariencia como un fenómeno exclusivamente subjetivo a los ojos de los humanos. El contacto del hombre con la realidad objetiva más alta, Dios, se produce solo mediante la experiencia puramente subjetiva de conocerlo, adorarlo y caer en la cuenta de nuestra filiación con él.

196:3.22 (2095.6) La verdadera adoración religiosa no es engañarnos a nosotros mismos en un monólogo inútil. La adoración es una comunión personal con lo que es real de manera divina, con lo que es la fuente misma de la realidad. Por la adoración el hombre aspira a ser mejor y de ese modo termina por alcanzar lo mejor.

196:3.23 (2095.7) La idealización de la verdad, la belleza y la bondad y el intento de servirlas no sustituyen a la auténtica experiencia religiosa, a la realidad espiritual. La psicología y el idealismo no equivalen a la realidad religiosa. Las proyecciones del intelecto humano pueden originar ciertamente falsos dioses —dioses a imagen del hombre— pero la verdadera consciencia de Dios no tiene ese origen. La consciencia de Dios reside en el espíritu que mora en el interior. Muchos de los sistemas religiosos del hombre provienen de formulaciones del intelecto humano, pero la consciencia de Dios no forma parte necesariamente de esos grotescos sistemas de esclavitud religiosa.

196:3.24 (2095.8) Dios no es una mera invención del idealismo del hombre; es la fuente misma de toda esa percepción y todos esos valores supranimales. Dios no es una hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de verdad, belleza y bondad; es la personalidad de amor de la que provienen todas esas manifestaciones del universo. La verdad, la belleza y la bondad del mundo de los hombres están unificadas por la espiritualidad creciente de la experiencia de los mortales que ascienden hacia las realidades del Paraíso. La unidad de la verdad, la belleza y la bondad solo se puede hacer realidad en la experiencia espiritual de la personalidad que conoce a Dios.

196:3.25 (2096.1) La moralidad es el terreno preexistente esencial de la consciencia personal de Dios, de la comprensión personal de la presencia interior del Ajustador, pero esa moralidad no es la fuente de la experiencia religiosa ni de la visión interior espiritual resultante. La naturaleza moral es supranimal pero subespiritual. La moralidad equivale a reconocer el deber, a comprender la existencia del bien y el mal. La zona moral está a medio camino entre el tipo animal y el tipo humano de mente, igual que la morontia existe entre la esfera material y la espiritual de logro de la personalidad.

196:3.26 (2096.2) La mente evolutiva es capaz de descubrir la ley, la moral y la ética, pero el espíritu otorgado, el Ajustador que mora en el interior, revela a la mente humana en evolución quién es el legislador, la fuente-Padre de todo lo que es verdadero, bello y bueno. Un hombre iluminado de este modo tiene una religión y está equipado espiritualmente para emprender la larga aventura de buscar a Dios.

196:3.27 (2096.3) La moralidad no es necesariamente espiritual; puede ser entera y puramente humana, aunque es cierto que la religión real realza todos los valores morales y les da más sentido. La moralidad sin religión no logra revelar la bondad última y ni siquiera logra garantizar la supervivencia de sus propios valores morales. La religión garantiza el engrandecimiento, la glorificación y la supervivencia segura de todo lo que la moralidad reconoce y aprueba.

196:3.28 (2096.4) La religión se alza por encima de la ciencia, el arte, la filosofía, la ética y la moral, pero no es independiente de ellos. Todos están indisolublemente interrelacionados en la experiencia humana tanto personal como social. La religión es la experiencia suprema del hombre en su naturaleza mortal, pero la teología, con su lenguaje finito, jamás podrá describir adecuadamente la experiencia religiosa real.

196:3.29 (2096.5) La visión interior religiosa posee el poder de transformar una derrota en deseos más altos y en nuevos empeños. El amor es la motivación más alta que el hombre puede utilizar en su ascenso por el universo. Pero el amor despojado de verdad, belleza y bondad no es más que un sentimiento, una tergiversación filosófica, una ilusión psíquica, un engaño espiritual. El amor debe redefinirse siempre en los niveles sucesivos de progresión en la morontia y el espíritu.

196:3.30 (2096.6) El arte es el resultado del intento del hombre por escapar de la falta de belleza de su entorno material; es un gesto hacia el nivel de la morontia. La ciencia es el esfuerzo del hombre por resolver los enigmas aparentes del universo material. La filosofía es el intento del hombre de unificar la experiencia humana. La religión es el gesto supremo del hombre, su esfuerzo magnífico por alcanzar la realidad final, su determinación de encontrar a Dios y ser como él.

196:3.31 (2096.7) En el terreno de la experiencia religiosa la posibilidad espiritual es una realidad potencial. El impulso espiritual del hombre hacia adelante no es una ilusión psíquica. Puede que no todo el fantasear del hombre sobre el universo corresponda a la realidad, pero tiene una parte, una gran parte, de verdad.

196:3.32 (2096.8) La vida de algunos hombres es demasiado grande y noble como para descender al nivel inferior del simple éxito. El animal debe adaptarse al entorno, pero el hombre religioso trasciende su entorno y escapa así a las limitaciones del presente mundo material mediante esta visión interior del amor divino. Este concepto del amor genera en el alma del hombre el esfuerzo supranimal por encontrar la verdad, la belleza y la bondad. Y cuando las encuentra es glorificado por su abrazo, queda consumido por el deseo de vivirlas, de obrar con rectitud.

196:3.33 (2097.1) No os desaniméis; la evolución humana sigue su curso, y la revelación de Dios al mundo, en Jesús y a través de Jesús, no fracasará.

196:3.34 (2097.2) El gran desafío del hombre moderno consiste en conseguir una mejor comunicación con el Monitor divino que mora en la mente humana. La mayor aventura del hombre en la carne consiste en el esfuerzo sensato y equilibrado de hacer avanzar las fronteras de la consciencia de sí mismo hasta atravesar los confusos dominios de la consciencia embrionaria del alma, en un esfuerzo sincero por alcanzar la zona fronteriza de la consciencia del espíritu, el contacto con la presencia divina. Esta experiencia constituye la consciencia de Dios, una experiencia que confirma poderosamente la verdad preexistente de la experiencia religiosa de conocer a Dios. Esta consciencia del espíritu equivale a conocer la actualidad de la filiación con Dios. Dicho de otro modo, la seguridad de la filiación es la experiencia de la fe.

196:3.35 (2097.3) La consciencia de Dios equivale a la integración del yo con el universo en sus niveles más altos de realidad espiritual. Solo el contenido de espíritu de un valor cualquiera es imperecedero. Tampoco lo que es verdadero, bello y bueno ha de perecer en la experiencia humana. Si el hombre no elige sobrevivir, el Ajustador superviviente conserva esas realidades nacidas del amor y alimentadas en el servicio. Y todas estas cosas forman parte del Padre Universal. El Padre es amor vivo, y esta vida del Padre está en sus Hijos. Y el espíritu del Padre está en los hijos de sus Hijos, los hombres mortales. En definitiva, la idea de Padre sigue siendo el concepto humano más alto de Dios.

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