Documento 179 - La Última Cena

   
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El libro de Urantia

Documento 179

La Última Cena

179:0.1 (1936.1) ESE JUEVES por la tarde, cuando Felipe recordó al Maestro que se acercaba la Pascua y le preguntó sobre sus planes para celebrarla se refería a la cena de Pascua que debía tener lugar al día siguiente, el viernes por la noche. Era costumbre empezar los preparativos para la Pascua el día anterior antes del mediodía. Y como los judíos consideraban que el día empezaba con la puesta del sol, la cena pascual del sábado se celebraba el viernes poco antes de medianoche.

179:0.2 (1936.2) Por eso los apóstoles no entendían por qué había dicho el Maestro que celebrarían la Pascua un día antes. Algunos pensaron que sabía que sería detenido antes de la cena pascual del viernes por la noche y por eso quería reunirlos el jueves en una cena especial. Otros creían que solo iba a ser una comida solemne antes de la celebración oficial de la Pascua.

179:0.3 (1936.3) Los apóstoles sabían que Jesús había celebrado otras pascuas sin cordero y sabían que no tomaba parte personalmente en ningún rito sacrificial del sistema judío. Había comido muchas veces el cordero pascual como invitado, pero cuando el anfitrión era él no se servía cordero. A los apóstoles no les habría extrañado nada que no hubiera cordero en la cena de Pascua, y mucho menos en la de la víspera.

179:0.4 (1936.4) Después de responder a los saludos de bienvenida del padre y la madre de Juan Marcos, los apóstoles subieron directamente a la sala de arriba mientras Jesús se quedaba hablando con la familia.

179:0.5 (1936.5) Habían acordado de antemano que el Maestro haría esta celebración a solas con sus doce apóstoles y por lo tanto no habría criados para servirles.

1. El deseo de preferencia

179:1.1 (1936.6) Juan Marcos acompañó a los apóstoles al piso de arriba y les enseñó una amplia sala perfectamente dispuesta para la cena, con el pan, el vino, el agua y las hierbas preparados en un extremo de la mesa. Salvo en ese extremo donde estaban el pan y el vino, la larga mesa estaba rodeada por trece divanes tal como se habría preparado para celebrar la Pascua en una casa judía acomodada.

179:1.2 (1936.7) Al entrar en la habitación los apóstoles vieron junto a la puerta los jarros de agua, las palanganas y las toallas destinados a lavar sus pies polvorientos, y como no se habían previsto criados para prestar este servicio, en cuanto Juan Marcos se marchó empezaron a mirarse unos a otros pensando para sus adentros: ¿Quién va a lavarnos los pies? Y cada uno de ellos se dijo que no sería él quien se pusiera a hacer de criado de los otros.

179:1.3 (1937.1) Mientras deliberaban sobre esto en su fuero interno, examinaron la distribución de los asientos y observaron que había un diván más elevado para el anfitrión con otro a su derecha, y los once restantes dispuestos alrededor de la mesa hasta llegar en el lado opuesto a este segundo asiento de honor situado a la derecha del anfitrión.

179:1.4 (1937.2) Esperaban que el Maestro llegaría en cualquier momento pero no sabían si debían sentarse o esperar a que viniera y les asignara sus sitios. Mientras dudaban, Judas avanzó hasta el asiento de honor a la izquierda del anfitrión y dio a entender que tenía la intención de recostarse en él como invitado preferente. Este acto de Judas suscitó inmediatamente una acalorada disputa entre los demás apóstoles. En cuanto Judas se apoderó del asiento de honor, Juan Zebedeo se adjudicó el segundo asiento preferente situado a la derecha del anfitrión. Los demás apóstoles no podían ocultar su irritación. A Simón Pedro le enfadó tanto que Judas y Juan se atribuyeran los primeros puestos que dio la vuelta a la mesa y se asignó el último puesto, el diván de menor categoría situado justo enfrente del que había elegido Juan Zebedeo. Al ver que otros se habían apoderado de los asientos altos, Pedro decidió elegir el más bajo, y lo hizo no solo para protestar contra la indecorosa vanidad de sus hermanos, sino también con la esperanza de que cuando llegara Jesús y viera que estaba en el último puesto le hiciera subir más alto e hiciera bajar a otro que se hubiera atrevido a honrarse a sí mismo.

179:1.5 (1937.3) Una vez ocupados los puestos más altos y el más bajo, los demás apóstoles fueron eligiendo el suyo, unos cerca de Judas y otros cerca de Pedro hasta que todos estuvieron situados alrededor de la mesa en forma de U. Se instalaron en sus divanes en este orden: a la derecha del Maestro, Juan; a la izquierda, Judas, Simón Celotes, Mateo, Santiago Zebedeo, Andrés, los gemelos Alfeo, Felipe, Natanael, Tomás y Simón Pedro.

179:1.6 (1937.4) Están reunidos para celebrar, al menos en espíritu, una institución incluso anterior a Moisés relacionada con los tiempos en que sus padres fueron esclavos en Egipto. Esta cena es su último encuentro con Jesús, y hasta en un marco tan solemne los apóstoles, arrastrados por la conducta de Judas, han cedido una vez más a su vieja predilección por los honores, las preferencias y la exaltación personal.

179:1.7 (1937.5) Estaban aún recriminándose airadamente unos a otros cuando el Maestro apareció en la puerta. Titubeó un momento mientras la decepción se iba dibujando en su rostro, y luego se dirigió a su sitio sin decir nada ni cambiar la distribución de los asientos.

179:1.8 (1937.6) Ya estaban preparados para empezar la cena, salvo que aún no se habían lavado los pies y que su estado de ánimo era todo menos cordial. Cuando el Maestro llegó seguían lanzándose comentarios peyorativos unos a otros, por no hablar de los pensamientos de algunos que tenían el suficiente control emocional como para no expresar sus sentimientos en público.

2. Empieza la cena

179:2.1 (1937.7) Cuando el Maestro ocupó su sitio no se dijo una palabra durante unos momentos. Jesús paseó la mirada sobre ellos y alivió la tensión con una sonrisa. Luego dijo: «He deseado mucho celebrar esta Pascua con vosotros. Quería comer una vez más con vosotros antes de mi sufrimiento, y sabiendo que ha llegado mi hora he organizado esta cena para esta noche. En cuanto a mañana, estamos todos en manos del Padre cuya voluntad he venido a cumplir. No volveré a comer con vosotros hasta que os sentéis conmigo en el reino que mi Padre me dará cuando haya consumado aquello para lo que él me envió a este mundo».

179:2.2 (1938.1) Después de mezclar el agua y el vino llevaron la copa a Jesús que la recibió de manos de Tadeo y la sostuvo dando gracias. Cuando hubo terminado de dar gracias dijo: «Tomad esta copa y repartidla entre vosotros, y cuando la hayáis compartido sabed que no volveré a beber con vosotros el fruto de la vid puesto que esta es nuestra última cena. Cuando nos volvamos a sentar de esta manera será en el reino venidero».

179:2.3 (1938.2) Jesús empezó a hablar así a sus apóstoles porque sabía que había llegado su hora. Entendía que había llegado el momento en que había de volver al Padre y que su trabajo en la tierra estaba casi terminado. El Maestro sabía que había revelado a la tierra el amor del Padre y había mostrado su misericordia a la humanidad, y que había cumplido lo que había venido a hacer al mundo hasta el punto de recibir todo el poder y toda la autoridad del cielo y de la tierra. Sabía también que Judas Iscariote había tomado su decisión definitiva de entregarlo esa noche a sus enemigos. Se daba perfecta cuenta de que esa vil traición era obra de Judas pero complacía al mismo tiempo a Lucifer, a Satanás y a Caligastia, el príncipe de las tinieblas. Jesús no temía a ninguno de los que buscaban su derrota espiritual y mucho menos a los que querían su muerte física; solo le preocupaba la seguridad y la salvación de sus seguidores elegidos. Y así, sabiendo plenamente que el Padre había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se dispuso a representar la parábola del amor fraterno.

3. El lavatorio de los pies de los apóstoles

179:3.1 (1938.3) Según la costumbre judía, el anfitrión se levantaba de la mesa y se lavaba las manos después de beber la primera copa de la Pascua. Durante la comida todos los invitados se levantaban después de la segunda copa para lavarse también las manos. Los apóstoles sabían que su Maestro nunca observaba estos ritos de lavado ceremonial de las manos, por eso les extrañó que después de compartir la primera copa se levantara de la mesa sin decir nada y se dirigiera hacia la puerta donde estaban los jarros de agua, las palanganas y las toallas. Su curiosidad se transformó en estupefacción cuando vieron que se quitaba el manto, se ceñía una toalla y empezaba a echar agua en una de las palanganas para los pies. Imaginad el asombro de estos doce hombres, que se acababan de negar a lavarse los pies unos a otros y se habían enzarzado en disputas mezquinas sobre las posiciones de honor en la mesa, cuando vieron a Jesús rodear el extremo libre de la mesa hasta llegar al puesto de menor rango del banquete donde estaba reclinado Simón Pedro y arrodillarse como un criado para lavarle los pies. Cuando el Maestro se arrodilló los doce se pusieron en pie todos a una; incluso el traidor Judas olvidó por un momento su infamia y se levantó con sus compañeros en esta expresión de sorpresa, respeto y asombro total.

179:3.2 (1938.4) Simón Pedro se encontró de pie contemplando el rostro alzado de su Maestro. Jesús no dijo nada; no era necesario que hablara. Su actitud decía claramente que se proponía lavar los pies de Simón Pedro. A pesar de las flaquezas de la carne, Pedro amaba al Maestro. Este pescador galileo fue el primer ser humano que creyó de todo corazón en la divinidad de Jesús y que hizo una confesión plena y pública de esta creencia. Desde entonces Pedro nunca había dudado realmente de la naturaleza divina del Maestro. Y como Pedro veneraba y honraba a Jesús de todo corazón, no podía aceptar que estuviera arrodillado ante él como un simple criado para lavarle los pies como lo hubiera hecho un esclavo. En cuanto se hubo recuperado lo suficiente como para dirigirse al Maestro, Pedro expresó el sentir de todos los apóstoles.

179:3.3 (1939.1) Tras unos momentos muy incómodos Pedro dijo: «Maestro, ¿piensas realmente lavarme los pies?». Jesús levantó los ojos hacia el rostro de Pedro y contestó: «Puede que no entiendas del todo lo que estoy a punto de hacer, pero más adelante conocerás el significado de todas estas cosas». Entonces Simón Pedro respiró hondo y dijo: «¡Maestro, tú jamás me lavarás los pies!». Todos los apóstoles asintieron con la cabeza ante la firme negativa de Pedro a permitir que Jesús se humillara ante ellos de esa manera.

179:3.4 (1939.2) El atractivo dramático de esta insólita escena llegó a tocar el corazón de Judas Iscariote en un primer momento. Pero cuando su intelecto envanecido juzgó el espectáculo, concluyó que este gesto de humildad demostraba una vez más que Jesús no estaría cualificado nunca para ser el libertador de Israel y que él no se equivocaba al abandonar la causa del Maestro.

179:3.5 (1939.3) Mientras todos estaban allí de pie con la respiración contenida por el asombro Jesús dijo: «Pedro, yo declaro que si no te lavo los pies no tendrás parte conmigo en lo que estoy a punto de hacer». Ante esta declaración, unida al hecho de que Jesús seguía arrodillado a sus pies, Pedro tomó una decisión de aquiescencia ciega al deseo de alguien a quien amaba y respetaba. Cuando Simón Pedro empezó a darse cuenta de que la demostración de servicio que Jesús se proponía comportaba algún significado que determinaría la relación futura de cada uno con la obra del Maestro, no solo se resignó a aceptar que Jesús le lavara los pies, sino que añadió con su impetuosidad característica: «Maestro, entonces no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».

179:3.6 (1939.4) Antes de empezar a lavar los pies de Pedro el Maestro dijo: «El que ya está limpio solo necesita que le laven los pies. Los que os sentáis conmigo esta noche estáis limpios —pero no todos—, y sin embargo el polvo de vuestros pies debería haberse lavado antes de sentaros a cenar conmigo. Además quiero haceros este servicio como parábola que ilustre el significado de un nuevo mandamiento que pronto os daré».

179:3.7 (1939.5) El Maestro fue rodeando la mesa en silencio y lavó los pies de sus doce apóstoles sin excluir a Judas. Cuando hubo terminado de lavar los pies a los doce se puso el manto, volvió a su puesto de anfitrión, paseó la vista sobre sus desconcertados apóstoles y dijo:

179:3.8 (1939.6) «¿Entendéis realmente lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y decís bien porque lo soy. Si el Maestro os ha lavado los pies, ¿por qué no estabais dispuestos a lavaros los pies unos a otros? ¿Qué lección deberíais aprender de esta parábola en la que el Maestro hace tan gustosamente el servicio que sus hermanos no querían hacerse entre ellos? En verdad, en verdad os digo que un siervo no es mayor que su señor, ni tampoco un enviado es mayor que el que lo envió. Habéis visto en mi vida entre vosotros cómo se ha de servir, y benditos sean los que tengan el valor y la benevolencia de servir así. ¿Pero por qué os cuesta tanto aprender que el secreto de la grandeza en el reino espiritual no se parece a los métodos de poder del mundo material?

179:3.9 (1940.1) «Cuando entré esta noche en esta sala, no solo os negabais orgullosamente a lavaros los pies unos a otros, sino que estabais discutiendo entre vosotros sobre quiénes ocuparían los lugares de honor en mi mesa. Esos honores los buscan los fariseos y los hijos de este mundo, pero no debería ser así entre los embajadores del reino celestial. ¿No sabéis que no puede haber ningún lugar preferente en mi mesa? ¿No entendéis que os amo a cada uno de vosotros como amo a los demás? ¿No sabéis que el asiento más cercano a mí, considerado como un honor por los hombres, no significa nada en cuanto a vuestra posición en el reino de los cielos? Sabéis que los reyes de los gentiles se enseñorean de sus súbditos, y quienes ejercen esta potestad son llamados a veces bienhechores. Pero no ha de ser así en el reino de los cielos. El que quiera ser grande entre vosotros hágase como el menor, y el que quiera ser jefe, como el que sirve. ¿Quién es más grande, el que se sienta a comer o el que sirve? ¿No se suele considerar al que se sienta a comer como el más grande? Pero ya veis que estoy entre vosotros como el que sirve. Si estáis dispuestos a convertiros en siervos conmigo para hacer la voluntad del Padre, os sentaréis conmigo con poder en el reino venidero y seguiréis haciendo la voluntad del Padre en la gloria futura.»

179:3.10 (1940.2) Cuando Jesús terminó de hablar, los gemelos Alfeo trajeron el pan y el vino con las hierbas amargas y la pasta de frutos secos que eran el siguiente plato de la Última Cena.

4. Las últimas palabras al traidor

179:4.1 (1940.3) Los apóstoles comieron en silencio durante algunos minutos, pero pronto se pusieron a charlar animados por la actitud alegre del Maestro y la cena transcurrió como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal para empañar el buen humor y la armonía social de aquella ocasión extraordinaria. Al cabo de un rato, hacia la mitad de esta segunda parte de la comida, Jesús se dirigió a todos con estas palabras: «Os he dicho ya cuánto deseaba tener esta cena con vosotros, y sabiendo cómo han conspirado las fuerzas malignas de las tinieblas para matar al Hijo del Hombre, decidí cenar con vosotros en esta sala secreta un día antes de la Pascua porque mañana por la noche a esta hora ya no estaré con vosotros. Os he repetido muchas veces que tengo que volver al Padre, y ya ha llegado mi hora. Pero no era necesario que uno de vosotros me traicionara para entregarme a mis enemigos».

179:4.2 (1940.4) Al oír esto los doce, que ya estaban en una actitud mucho más humilde después de la parábola del lavatorio de los pies y del discurso posterior del Maestro, empezaron a mirarse unos a otros desconcertados y preguntaban vacilantes: «¿Seré yo acaso?». Y cuando todos hubieron preguntado lo mismo Jesús respondió: «Aunque es necesario que vaya al Padre, para cumplir la voluntad del Padre no hacía falta que uno de vosotros se convirtiera en traidor. Así ha madurado el mal oculto en el corazón de uno de vosotros que no ha logrado amar la verdad con toda su alma. ¡Qué engañoso es el orgullo intelectual que precede a la caída espiritual! Mi amigo de muchos años que ahora mismo come mi pan está dispuesto a traicionarme al tiempo que mete conmigo la mano en el plato».

179:4.3 (1940.5) Entonces todos empezaron a preguntar otra vez: «¿Acaso soy yo?». Y cuando Judas, que estaba sentado a la izquierda de su Maestro, volvió a preguntar: «¿Acaso soy yo?», Jesús untó el pan en el plato de hierbas y se lo pasó a Judas diciendo: «Tú lo has dicho». Pero los demás no oyeron a Jesús decir esto a Judas. Juan, que estaba a la derecha de Jesús, se inclinó hacia él y le preguntó: «¿Quién es, Maestro? Deberíamos saber quién es el que ha traicionado tu confianza». Jesús contestó: «Ya os lo he dicho, el mismo a quien le he dado el pan untado». Pero aunque el Maestro lo dijo tan claramente, era tan natural que el anfitrión diera pan untado al que se sentaba justo a su izquierda que nadie se dio cuenta. Solo Judas era dolorosamente consciente del significado de las palabras del Maestro cuando le dio el pan, y empezó a temer que sus hermanos comprendieran que él era el traidor.

179:4.4 (1941.1) Pedro, muy alterado por lo que había oído, se inclinó hacia adelante sobre la mesa y dijo a Juan: «Pregúntale quién es, o si te lo ha dicho, dime quién es el traidor».

179:4.5 (1941.2) Jesús puso fin a sus cuchicheos diciendo: «Me entristece que haya ocurrido este mal y he esperado hasta este momento que el poder de la verdad podría triunfar sobre los engaños del mal, pero no se pueden ganar victorias así sin la fe del amor sincero a la verdad. Habría preferido no tener que deciros estas cosas en nuestra última cena, pero quiero advertiros de estas penas y prepararos así para cuando nos sobrevengan. Os he hablado de esto porque quiero que recordéis cuando yo me haya ido que conocía todas estas perversas conspiraciones y que os previne de que iba a ser traicionado. Hago todo esto solo para fortaleceros ante las pruebas y las tentaciones que nos esperan».

179:4.6 (1941.3) Dicho esto, Jesús se inclinó hacia Judas y le dijo: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». En cuanto Judas lo oyó, se levantó de la mesa y salió a la noche para hacer lo que había decidido. Cuando los demás apóstoles vieron que Judas salía rápidamente de la habitación después de que Jesús le hablara, pensaron que iría a comprar algo más para la cena o a hacer algún otro encargo para el Maestro, puesto que creían que seguía llevando la bolsa.

179:4.7 (1941.4) Jesús sabía que ya no se podía hacer nada para impedir que Judas se convirtiera en traidor. Había empezado con doce y ahora tenía once. Él había elegido personalmente a seis de sus apóstoles, y aunque Judas era uno de los nombrados por esos seis primeros, el Maestro lo había aceptado y hasta ese mismo momento había hecho todo lo posible por santificarlo y salvarlo igual que había trabajado por la paz y la salvación de los demás.

179:4.8 (1941.5) Con sus momentos entrañables y sus gestos de ternura, esta cena fue el último llamamiento de Jesús al desertor Judas. Pero fue en vano. Por regla general las advertencias, aunque se hagan con todo el cariño y el tacto del mundo, cuando el amor está realmente muerto solo consiguen intensificar el odio y avivar la malvada decisión de culminar los propios proyectos egoístas.

5. La instauración de la cena del recuerdo

179:5.1 (1941.6) Cuando llevaron a Jesús la tercera copa de vino, la «copa de la bendición», se levantó del diván y tomando la copa en sus manos, la bendijo diciendo: «Tomad todos esta copa y bebed de ella. Esta será la copa de mi recuerdo. Esta es la copa de la bendición de una nueva dispensación de gracia y de verdad. Será para vosotros el emblema del otorgamiento y del ministerio del divino Espíritu de la Verdad. No volveré a beber esta copa con vosotros hasta que beba de una forma nueva con vosotros en el reino eterno del Padre».

179:5.2 (1942.1) Mientras bebían de esta copa de la bendición con profunda reverencia y en perfecto silencio, todos los apóstoles sintieron que estaba ocurriendo algo extraordinario. La vieja Pascua conmemoraba el paso de sus padres de un estado de esclavitud racial al de libertad individual. El Maestro estaba instaurando ahora una nueva cena del recuerdo como símbolo de la nueva dispensación en la que el individuo esclavo del egoísmo y del ceremonial sale de su cautiverio hacia la alegría espiritual de la hermandad y la comunión de los hijos por la fe liberados del Dios vivo.

179:5.3 (1942.2) Cuando terminaron de beber esta nueva copa del recuerdo, el Maestro tomó el pan, y después de dar gracias lo partió en pedazos y se lo dio para que se lo pasaran entre ellos, diciendo: «Tomad y comed este pan del recuerdo. Os he dicho que yo soy el pan de vida, y este pan de vida es la vida unida del Padre y el Hijo en una sola ofrenda. El verbo del Padre, tal como se revela en el Hijo, es en verdad el pan de vida». Cuando hubieron compartido el pan del recuerdo, símbolo del verbo vivo de la verdad encarnado a imagen y semejanza de carne mortal, todos se sentaron.

179:5.4 (1942.3) Al instaurar esta cena del recuerdo, el Maestro recurrió como era su costumbre a los símbolos y las parábolas. Empleó símbolos porque quería enseñar ciertas grandes verdades espirituales de modo que fuera difícil para sus sucesores atribuir a sus palabras interpretaciones precisas y significados fijos. Intentaba impedir así que las generaciones sucesivas cristalizaran su enseñanza y ataran sus significados espirituales con las cadenas muertas de la tradición y el dogma. Al establecer la única ceremonia o sacramento que asoció a la totalidad de su misión en la vida, Jesús puso especial cuidado en sugerir sus significados en lugar de recurrir a definiciones precisas. No quería destruir el concepto individual de la comunión divina mediante el establecimiento una forma precisa; tampoco quería limitar la imaginación espiritual del creyente entorpeciéndola con formulismos. Buscaba más bien liberar el alma renacida del hombre para que pudiera emprender el vuelo con las gozosas alas de una nueva libertad espiritual viva.

179:5.5 (1942.4) A pesar del esfuerzo del Maestro por establecer así este nuevo sacramento del recuerdo, sus seguidores se encargaron de frustrar su deseo expreso en los siglos posteriores. Y así, el simple simbolismo espiritual de aquella última noche en la carne se ha visto reducido a interpretaciones estrictas y sometido a la precisión casi matemática de una fórmula fija. De todas las enseñanzas de Jesús, ninguna ha llegado a estar más tipificada por la tradición.

179:5.6 (1942.5) Cuando esta cena del recuerdo es compartida por los que creen en el Hijo y conocen a Dios, no es necesario asociar a su simbolismo ninguna de las interpretaciones erróneas y pueriles del hombre sobre el significado de la presencia divina, pues en todas esas ocasiones el Maestro está realmente presente. La cena del recuerdo es el encuentro simbólico del creyente con Miguel. Cuando os volvéis así conscientes del espíritu, el Hijo está realmente presente y su espíritu fraterniza con el fragmento de su Padre que mora en vuestro interior.

179:5.7 (1942.6) Todos se quedaron meditando por unos momentos y luego Jesús prosiguió: «Cuando hagáis estas cosas, recordad la vida que he vivido en la tierra entre vosotros y regocijaos de que vaya a seguir viviendo en la tierra con vosotros y sirviendo a través de vosotros. Como individuos no compitáis entre vosotros sobre quién será el más grande. Sed todos como hermanos. Y cuando el reino crezca hasta abarcar a grandes grupos de creyentes, tampoco compitáis por la grandeza ni busquéis la promoción entre esos grupos».

179:5.8 (1943.1) Este magno acontecimiento tuvo lugar en la habitación de arriba de la casa de un amigo. No había nada de sagrado en la cena ni en el edificio, ni tampoco hubo ninguna ceremonia de consagración. La cena del recuerdo fue instaurada sin sanción eclesiástica.

179:5.9 (1943.2) Cuando hubo instaurado así la cena del recuerdo Jesús dijo a los apóstoles: «Cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria de mí. Y cuando os acordéis de mí pensad primero en mi vida en la carne, recordad que una vez estuve con vosotros y luego percibid por la fe que todos cenaréis conmigo algún día en el reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo, el recuerdo mismo de mi vida de otorgamiento, el verbo de la verdad eterna. Y de mi amor por vosotros os dejo el derramamiento de mi Espíritu de la Verdad sobre toda carne».

179:5.10 (1943.3) Y terminaron esta celebración incruenta de la antigua Pascua en la que se instauró la nueva cena del recuerdo, cantando todos juntos el salmo ciento dieciocho.

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