Documento 125 - Jesús en Jerusalén

   
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El libro de Urantia

Documento 125

Jesús en Jerusalén

125:0.1 (1377.1) ENTRE los muchos episodios de la memorable carrera de Jesús en la tierra no hubo ninguno más humanamente apasionante ni más atractivo que esta visita a Jerusalén, la primera que recordaba. Le estimuló especialmente la experiencia de asistir a los debates del templo él solo, y quedó grabada durante mucho tiempo en su memoria como el gran acontecimiento del final de su niñez y el comienzo de su juventud. Fue su primera oportunidad de disfrutar de unos días de vida independiente, de la euforia de ir y venir sin controles ni restricciones. Este breve periodo de vivir a su aire durante la semana siguiente a la Pascua fue el primero enteramente libre de responsabilidades de su vida hasta entonces, y pasarían muchos años antes de que volviera a tener, incluso por poco tiempo, un periodo tan libre de toda sensación de responsabilidad.

125:0.2 (1377.2) Las mujeres no solían asistir a la fiesta de la Pascua en Jerusalén y no se les exigía que fueran, pero Jesús se negó prácticamente a ir si su madre no iba con ellos. Cuando María decidió ir, muchas otras mujeres de Nazaret se animaron a hacer el viaje, y así se formó el grupo de peregrinos pascuales con más proporción de mujeres salido nunca de Nazaret. De camino a Jerusalén entonaban de vez en cuando el salmo ciento treinta.

125:0.3 (1377.3) Desde que salieron de Nazaret hasta que llegaron a la cima del monte de los Olivos, Jesús viajó con la tensión de una larga expectativa. Había oído hablar con reverencia de Jerusalén y de su templo durante toda su alegre niñez, y por fin podría contemplarlos con sus propios ojos. Desde el monte de los Olivos y a medida que se iba acercando, el exterior del templo colmó sus expectativas e incluso las superó, pero en cuanto entró por sus portales sagrados empezó la gran desilusión.

125:0.4 (1377.4) Jesús atravesó los recintos del templo con sus padres para unirse al grupo de los nuevos hijos de la ley que estaban a punto de ser consagrados como ciudadanos de Israel. Se sintió un poco decepcionado por el comportamiento general de las multitudes en el templo, pero se llevó el primer gran disgusto del día cuando su madre se despidió de ellos para dirigirse a la galería de las mujeres. A Jesús no se le había ocurrido nunca que su madre no fuera a estar con él durante las ceremonias de consagración, y le indignó que ella tuviera que sufrir una discriminación tan injusta. A pesar de su enfado se calló, aparte de algunos comentarios de protesta a su padre, pero lo pensó, y lo pensó profundamente, como quedó demostrado en las preguntas que hizo a los escribas y maestros la semana siguiente.

125:0.5 (1377.5) Pasó por los rituales de consagración, pero quedó decepcionado por su naturaleza superficial y rutinaria. Echaba de menos el interés personal que caracterizaba a las ceremonias de la sinagoga de Nazaret. Tras la consagración fue a saludar a su madre y luego emprendió con su padre su primer recorrido por el templo y sus diversos patios, galerías y corredores. Los recintos del templo tenían capacidad para más de doscientos mil fieles a la vez, y aunque le impresionó la magnitud de estos edificios en comparación con todo lo que había visto hasta entonces, estaba más interesado en meditar sobre el significado espiritual de las ceremonias del templo y el culto asociado a ellas.

125:0.6 (1378.1) Aunque muchos de los rituales del templo conmovieron vivamente su sentido de lo bello y lo simbólico, las explicaciones de sus padres en respuesta a sus muchas y penetrantes preguntas sobre los significados reales de estas ceremonias le decepcionaron siempre. Para Jesús eran simplemente inaceptables unas explicaciones sobre el culto y la devoción religiosa basadas en la idea de la ira de Dios o la cólera del Todopoderoso. Tras su visita al templo volvieron a hablar sobre estas cuestiones, y cuando su padre empezó a insistir suavemente en que se aviniera a aceptar las creencias ortodoxas judías, Jesús se volvió de pronto hacia sus padres y clavando los ojos en los de su padre con mirada suplicante exclamó: «Padre, no puede ser verdad. El Padre del cielo no puede considerar así a sus hijos descarriados de la tierra. El Padre celestial no puede amar a sus hijos menos de lo que tú me amas a mí, y sé muy bien que por muchas insensateces que cometiera tú nunca descargarías tu ira sobre mí ni desahogarías tu furia contra mí. Si tú, mi padre terrenal, posees esos reflejos humanos de lo Divino, cuánto más lleno de bondad y rebosante de misericordia tiene que estar el Padre celestial. Me niego a creer que mi Padre del cielo me ama menos que mi padre de la tierra».

125:0.7 (1378.2) José y María guardaron silencio ante estas palabras de su hijo mayor y no volvieron a intentar nunca más hacerle cambiar de opinión sobre el amor de Dios y la misericordia del Padre del cielo.

1. Jesús ve el templo

125:1.1 (1378.3) A su paso por los patios del templo Jesús quedó impactado y asqueado por el espíritu de irreverencia que reinaba en todos ellos. La conducta de las multitudes en el templo le parecía inconsecuente con su presencia en «la casa de su Padre». Pero se llevó la peor sorpresa de su joven vida cuando su padre lo acompañó al patio de los gentiles, con su jerga vociferante, sus gritos y maldiciones mezclados indiscriminadamente con el balido de las ovejas y el ruidoso parloteo que delataba la presencia de cambistas y vendedores de animales expiatorios y otras mercancías.

125:1.2 (1378.4) Su sentido del decoro se vio particularmente ultrajado por la visión de las frívolas cortesanas que se pavoneaban dentro de este recinto del templo, mujeres pintarrajeadas como las que había visto recientemente en una visita a Séforis. Esta profanación del templo desencadenó toda su indignación juvenil y así se lo dijo a José sin ningún reparo.

125:1.3 (1378.5) Jesús admiraba la emoción y el culto del templo, pero le disgustaba la fealdad espiritual que descubría en los rostros de tantos fieles indiferentes.

125:1.4 (1378.6) Luego bajaron al patio de los sacerdotes situado bajo el saliente rocoso que había delante del templo, donde se alzaba el altar, a observar la matanza de las manadas de animales y las abluciones en la fuente de bronce donde los sacerdotes que oficiaban en la masacre se lavaban la sangre de las manos. El pavimento manchado de sangre, las manos ensangrentadas de los sacerdotes y el gemido de los animales agonizantes fueron más de lo que este muchacho amante de la naturaleza podía soportar. La terrible visión repugnó al muchacho de Nazaret que se agarró al brazo de su padre y le suplicó que lo sacara de allí. Volvieron atravesando el patio de los gentiles, e incluso las risas groseras y las bromas profanas que oyó allí fueron un alivio tras las escenas que acababa de contemplar.

125:1.5 (1379.1) Al ver José a su hijo tan afectado por el espectáculo de los ritos del templo, lo llevó prudentemente a ver la «hermosa puerta», la puerta artística hecha de bronce corintio. Pero su primera visita al templo había sido suficiente para Jesús. Volvieron al patio superior a recoger a María y pasearon al aire libre, lejos del gentío, durante una hora. Vieron el palacio asmoneo, la majestuosa residencia de Herodes y la torre de los guardias romanos, y mientras paseaban José explicó a Jesús que solo los habitantes de Jerusalén estaban autorizados a presenciar los sacrificios diarios del templo, y que los moradores de Galilea venían solo tres veces al año a participar en el culto del templo: en la Pascua, en la fiesta de Pentecostés (siete semanas después de la Pascua) y en la fiesta de los tabernáculos en octubre. Estas fiestas fueron establecidas por Moisés. Luego hablaron de las dos últimas fiestas establecidas, la de la dedicación y la de Purim, y volvieron a su alojamiento y para prepararse a celebrar la Pascua.

2. Jesús y la Pascua

125:2.1 (1379.2) Cinco familias de Nazaret fueron invitadas o se unieron a la familia de Simón de Betania para celebrar la Pascua, ya que Simón había comprado el cordero pascual para todo el grupo. La matanza masiva de estos corderos era lo que tanto había afectado a Jesús en su visita al templo. Tenían pensado comer la Pascua con los parientes de María, pero Jesús persuadió a sus padres de que aceptaran la invitación de ir a Betania.

125:2.2 (1379.3) Se reunieron esa noche para los ritos de la Pascua y comieron la carne asada con pan ácimo y hierbas amargas. En su calidad de nuevo hijo de la alianza, pidieron a Jesús que relatara el origen de la Pascua y lo hizo bien, aunque dejó algo desconcertados a sus padres con muchos comentarios suaves derivados de las impresiones que habían dejado en su joven mente reflexiva las cosas que acababa de ver y oír. Así empezaron los siete días de ceremonias de la fiesta de la Pascua.

125:2.3 (1379.4) Ya desde tan joven, y aunque nunca habló de esto a sus padres, Jesús había empezado a darle vueltas en la cabeza a la idea de celebrar la Pascua sin cordero sacrificado. Tenía el convencimiento de que al Padre del cielo no le complacía el espectáculo de las ofrendas propiciatorias, y con el paso de los años se fue afianzando su resolución de establecer en algún momento la celebración de una Pascua sin derramamiento de sangre.

125:2.4 (1379.5) Jesús durmió muy poco esa noche. Su descanso se vio perturbado por repugnantes pesadillas de matanzas y sufrimientos. Su mente estaba consternada y su corazón desgarrado por las incoherencias y absurdidades teológicas de todo el sistema ceremonial judío. Sus padres también durmieron poco. Estaban muy desconcertados por los acontecimientos del día anterior. La actitud del muchacho les parecía terca y extraña, y les producía un profundo disgusto. María estuvo nerviosa e inquieta durante la primera parte de la noche, y aunque José conservó la calma, estaba igual de preocupado. Ambos temían hablar francamente con su hijo sobre estos problemas, y sin embargo Jesús habría hablado con ellos de buena gana si se hubieran atrevido a animarlo.

125:2.5 (1379.6) Los oficios del día siguiente en el templo fueron más aceptables para Jesús y contribuyeron mucho a mitigar los desagradables recuerdos de la víspera. A la mañana siguiente el joven Lázaro se hizo cargo de Jesús y se dedicaron a explorar Jerusalén y sus alrededores. Antes de terminar el día Jesús había descubierto varios lugares alrededor del templo donde se mantenían reuniones de enseñanza y se respondía a las preguntas de los asistentes. Aparte de visitar varias veces el sanctasanctórum, donde se preguntaba maravillado qué habría realmente detrás del velo de separación, pasó la mayor parte de su tiempo en estas reuniones de enseñanza en torno al templo.

125:2.6 (1380.1) Durante toda la semana de Pascua Jesús ocupó su lugar entre los nuevos hijos del mandamiento, y esto significaba que tenía que sentarse fuera de la barandilla que separaba a todos los que no eran ciudadanos plenos de Israel. Ante este recordatorio de su juventud, se abstuvo de hacer las muchas preguntas que acudían una y otra vez a su mente; se abstuvo al menos hasta que la celebración de la Pascua hubo terminado y se levantaron las restricciones impuestas sobre los jóvenes recién consagrados.

125:2.7 (1380.2) El miércoles de la semana de Pascua Jesús tuvo permiso para pasar la noche en casa de Lázaro en Betania. Esa noche Lázaro, Marta y María escucharon a Jesús hablar sobre lo temporal y lo eterno, lo humano y lo divino, y a partir de entonces los tres lo amaron como a su propio hermano.

125:2.8 (1380.3) Al final de la semana Jesús vio menos a Lázaro porque su amigo no tenía derecho a entrar ni siquiera en el círculo exterior de los debates del templo, aunque sí asistió a algunas de las charlas públicas pronunciadas en los patios exteriores. Lázaro tenía la misma edad que Jesús, pero en Jerusalén los jóvenes no solían ser admitidos a la consagración de los hijos de la ley antes de cumplir los trece años.

125:2.9 (1380.4) Durante la semana pascual sus padres encontraron muchas veces a Jesús sentado a solas, pensando profundamente con su joven cabeza entre las manos. Nunca lo habían visto comportarse así y les resultaba dolorosamente incomprensible, pues no sabían hasta qué punto había confusión en su mente y preocupación en su espíritu por la experiencia que estaba atravesando. No sabían qué hacer. Estaban deseando que terminara la semana de Pascua para volver con ese hijo, que tan extrañamente se comportaba, a la tranquilidad de Nazaret.

125:2.10 (1380.5) Jesús se dedicó día tras día a estudiar a fondo sus problemas. Al final de la semana ya había llegado a muchas conclusiones, pero cuando llegó el momento de volver a Nazaret su mente juvenil seguía sumida en la perplejidad y acosada por innumerables preguntas sin respuesta y problemas sin resolver.

125:2.11 (1380.6) Antes de marcharse de Jerusalén José y María, junto con el profesor de Jesús en Nazaret, lo dejaron todo organizado para que Jesús volviera a Jerusalén a los quince años y empezara su largo ciclo de estudios en una de las academias rabínicas de mayor renombre. Jesús acompañó a sus padres y a su profesor en sus visitas a la escuela, pero se mostró tan indiferente a todo lo que hacían y decían que se quedaron consternados. María estaba profundamente dolida por las reacciones de su hijo en esta visita a Jerusalén, y José totalmente perplejo ante los extraños comentarios y la insólita conducta del muchacho.

125:2.12 (1380.7) En cualquier caso, la semana de la Pascua había sido un gran acontecimiento en la vida de Jesús. Había tenido la oportunidad de conocer a decenas de muchachos de edades cercanas a la suya, candidatos como él a la consagración, y aprovechó esos contactos para enterarse de cómo vivía la gente en Mesopotamia, Turquestán, Partia, y en las provincias romanas más occidentales. Conocía ya bastante bien la vida de los jóvenes egipcios y de otras regiones próximas a Palestina. En ese momento había miles de jóvenes en Jerusalén, y el muchacho de Nazaret conoció personalmente y entrevistó más o menos ampliamente a más de ciento cincuenta. Estaba especialmente interesado por los que procedían de los países de Extremo Oriente y del Occidente lejano. Estos contactos despertaron en él el deseo de viajar para descubrir cómo se ganaban la vida sus semejantes en las diversas partes del mundo.

3. José y María se marchan

125:3.1 (1381.1) El grupo de Nazaret había acordado reunirse cerca del templo a media mañana del primer día de la semana posterior a las fiestas pascuales. Así lo hicieron y emprendieron su viaje de vuelta a Nazaret. Mientras sus padres esperaban a que se reunieran sus compañeros de viaje, Jesús había entrado al templo a escuchar los debates. La comitiva no tardó en formarse y emprender la marcha, los hombres en un grupo y las mujeres en otro como era costumbre en sus viajes a las festividades de Jerusalén. Jesús había ido a Jerusalén con su madre y las mujeres. Al ser ahora un joven de la consagración, se suponía que volvería a Nazaret con su padre y los hombres, pero cuando el grupo de Nazaret avanzaba hacia Betania, Jesús seguía en el templo tan absorto en un debate sobre las ángeles que se le pasó la hora de salir de viaje con sus padres. No se dio cuenta de que se había quedado atrás hasta el receso del mediodía de los coloquios del templo.

125:3.2 (1381.2) Los viajeros de Nazaret no echaron de menos a Jesús porque María supuso que viajaría con los hombres y José pensó que lo haría con las mujeres, puesto que había ido a Jerusalén con las mujeres conduciendo el asno de María. No descubrieron su ausencia hasta que pararon en Jericó para pasar la noche. Cuando los últimos del grupo en llegar a Jericó les confirmaron que no habían visto a su hijo, pasaron la noche en blanco dando vueltas en la cabeza a lo que podría haberle ocurrido, recordando muchas de sus extrañas reacciones ante los acontecimientos de la semana pascual y reprochándose suavemente el uno al otro el no haber comprobado que estuviera en el grupo antes de salir de Jerusalén.

4. Primer y segundo día en el templo

125:4.1 (1381.3) Jesús mientras tanto había pasado toda la tarde en el templo escuchando los debates y disfrutando de una atmósfera más tranquila y decorosa, dado que las grandes multitudes de la semana de Pascua casi habían desaparecido. No intervino en ningún debate, y cuando concluyeron se dirigió a Betania y llegó a casa de Simón en el momento en que la familia se sentaba a cenar. Los tres jóvenes recibieron encantados a Jesús, que se quedó en casa de Simón a pasar la noche. Jesús estuvo muy poco comunicativo durante la velada y pasó la mayor parte del tiempo meditando solo en el jardín.

125:4.2 (1381.4) A la mañana siguiente salió temprano camino del templo. Se detuvo en la cima del Olivete y lloró ante el espectáculo que contemplaban sus ojos: un pueblo espiritualmente empobrecido, atado a la tradición y sometido a la vigilancia de las legiones romanas. A primera hora de la mañana Jesús estaba en el templo decidido a tomar parte en los debates. Mientras tanto, José y María también se habían levantado al amanecer con intención de volver sobre sus pasos hasta Jerusalén. Se dirigieron primero a toda prisa a casa de sus parientes donde se habían alojado en familia durante la semana de Pascua, pero nadie había visto a Jesús. Después de buscarlo todo el día sin encontrar ni rastro de él volvieron a casa de sus parientes para pasar la noche.

125:4.3 (1382.1) En el segundo coloquio Jesús se atrevió a hacer preguntas y participó en los debates del templo de un modo muy sorprendente, aunque siempre con la actitud propia de su corta edad. Sus incisivas preguntas ponían a veces en aprietos a los doctos maestros de la ley judía, aunque mostraba tal espíritu de cándida honradez unido a un ansia evidente de conocimiento que se ganó la consideración de la mayoría de los maestros del templo. Pero cuando se atrevió a cuestionar la justicia de condenar a muerte a un gentil que, habiéndose emborrachado, hubiera deambulado fuera del patio de los gentiles y entrado sin darse cuenta en los recintos prohibidos y supuestamente sacros del templo, uno de los maestros más intolerantes se impacientó con las críticas implícitas del muchacho y, fulminándolo con la mirada, le preguntó cuántos años tenía. Jesús contestó: «Me faltan poco más de cuatro meses para cumplir trece años». «Entonces», replicó airado el maestro, «¿por qué estás aquí si no tienes la edad de un hijo de la ley?». Y cuando Jesús explicó que había recibido su consagración durante la Pascua y que era un estudiante graduado de las escuelas de Nazaret, los maestros replicaron burlonamente al unísono: «Claro, no es de extrañar siendo de Nazaret». Pero el presidente declaró que Jesús no tenía la culpa de que los dirigentes de la sinagoga de Nazaret lo hubieran graduado formalmente a los doce años en lugar de a los trece, y aunque varios de sus detractores se levantaron y se fueron, se decidió que el muchacho podía seguir asistiendo como alumno de los debates del templo.

125:4.4 (1382.2) Al término de su segundo día en el templo, Jesús volvió a Betania a pasar la noche y volvió a salir al jardín a meditar y orar. Era muy claro que su mente estaba dedicada a la contemplación de problemas de peso.

5. El tercer día en el templo

125:5.1 (1382.3) Durante el tercer día que pasó Jesús en el templo con los escribas y los maestros acudieron muchos espectadores que habían oído hablar del joven de Galilea para ver cómo un muchacho confundía a los sabios de la ley. Simón fue también desde Betania para ver qué hacía. José y María siguieron buscando angustiadamente a Jesús durante todo el día e incluso entraron varias veces en el templo, pero no se les ocurrió inspeccionar los diversos grupos de debate, aunque una vez llegaron a estar casi al alcance de la voz fascinante de su hijo.

125:5.2 (1382.4) Antes del final del día toda la atención del grupo principal de debate del templo se había concentrado en las preguntas de Jesús. He aquí algunas de sus muchas preguntas:

125:5.3 (1382.5) 1. ¿Qué hay realmente en el sanctasanctórum detrás del velo?

125:5.4 (1382.6) 2. ¿Por qué las madres de Israel deben estar separadas de los fieles varones en el templo?

125:5.5 (1382.7) 3. Si Dios es un padre que ama a sus hijos, ¿por qué tanta matanza de animales para obtener el favor divino? ¿No se habrá malinterpretado la enseñanza de Moisés?

125:5.6 (1382.8) 4. Puesto que el templo está dedicado al culto del Padre del cielo, ¿es coherente permitir que se practique en él el negocio terrenal del trueque y el comercio?

125:5.7 (1382.9) 5. ¿Se convertirá el Mesías esperado en un príncipe temporal que se sentará en el trono de David o actuará como la luz de la vida para establecer un reino espiritual?

125:5.8 (1383.1) Los oyentes se maravillaron durante todo el día con estas preguntas, pero ninguno estaba tan atónito como Simón. Durante más de cuatro horas el joven de Nazaret acosó a aquellos maestros judíos con preguntas que hacían pensar y se dirigían al corazón. Hizo pocos comentarios a las observaciones de sus mayores. Trasmitía sus enseñanzas mediante las preguntas que hacía. Mediante el planteamiento diestro y sutil de una pregunta, conseguía al mismo tiempo cuestionar las enseñanzas de ellos y sugerir las suyas propias. En su modo de plantear las preguntas combinaba con tal encanto la sagacidad y el humor que se ganaba la simpatía incluso de aquellos que desconfiaban en mayor o menor medida de su juventud. El tono de sus penetrantes preguntas era siempre plenamente leal y considerado. Esa memorable tarde en el templo mostró el mismo rechazo a utilizar medios desleales contra sus adversarios que caracterizaría todo su ministerio público posterior. Como joven y más tarde como hombre, parecía estar completamente libre de todo deseo egoísta de ganar una polémica solo para experimentar un triunfo lógico sobre sus semejantes. Tenía un solo deseo supremo: proclamar la verdad sempiterna para revelar más plenamente al Dios eterno.

125:5.9 (1383.2) Al final del día Simón y Jesús volvieron a Betania. Tanto el hombre como el chico caminaron casi todo el tiempo en silencio. Jesús se detuvo de nuevo en la cima del Olivete pero esta vez no lloró al contemplar la ciudad y su templo; solo inclinó la cabeza con silenciosa devoción.

125:5.10 (1383.3) Después de cenar en Betania tampoco se unió esta vez a la alegre reunión sino que salió al jardín donde estuvo hasta altas horas de la noche. Intentaba en vano elaborar un plan definido para abordar el problema de su tarea en la vida y encontrar la mejor manera de revelar a sus compatriotas espiritualmente ciegos un concepto más bello del Padre celestial que pudiera liberarlos de su terrible esclavitud a la ley, al ritual, al ceremonial y a sus rancias tradiciones. Pero la luz no iluminó a este muchacho que tanto anhelaba la verdad.

6. El cuarto día en el templo

125:6.1 (1383.4) Curiosamente, Jesús se había despreocupado de sus padres terrenales. Incluso en el desayuno, cuando la madre de Lázaro comentó que sus padres debían estar a punto de llegar a casa en aquel momento, Jesús pareció no darse cuenta de que podrían inquietarse por su ausencia.

125:6.2 (1383.5) Volvió a dirigirse hacia el templo, esta vez sin detenerse a meditar en la cima del Olivete. Los debates de la mañana se centraron principalmente en la ley y los profetas, y los maestros se asombraron de que Jesús conociera tan bien las escrituras tanto en hebreo como en griego, aunque no les impresionaba tanto su conocimiento de la verdad como su juventud.

125:6.3 (1383.6) En el coloquio de la tarde, cuando apenas empezaban a contestar a una pregunta suya relacionada con el propósito de la oración, el presidente invitó al muchacho a acercarse, y sentándolo junto a él, le pidió que expusiera sus propios pareceres sobre la oración y la adoración.

125:6.4 (1383.7) La tarde anterior los padres de Jesús habían oído hablar del extraño joven que con tanta destreza discutía con los intérpretes de la ley, pero no se les había ocurrido que pudiera ser su hijo. Como pensaban que Jesús podría haber ido a casa de Zacarías a ver a Isabel y a Juan, estaban a punto de ir a la ciudad de Judá, pero pasaron antes por el templo por si estuviera allí Zacarías. Mientras deambulaban por los patios del templo, imaginad su sorpresa y su estupor cuando reconocieron la voz de su hijo desaparecido y lo vieron sentado entre los maestros del templo.

125:6.5 (1384.1) José se quedó sin habla pero María dio rienda suelta al miedo y la ansiedad tanto tiempo reprimidos, y corriendo hacia el muchacho que se había levantado a saludar a sus atónitos padres, le dijo: «Hijo, ¿por qué nos tratas así? Tu padre y yo llevamos más de tres días buscándote angustiados. ¿Qué te llevó a abandonarnos?» Fue un momento de tensión. Todos los ojos se volvieron hacia Jesús para ver cómo respondería. Su padre lo miraba con reproche sin decir nada.

125:6.6 (1384.2) Hay que tener presente que Jesús ya no era ningún niño. Había terminado la escolarización infantil, había sido reconocido como hijo de la ley y había recibido la consagración como ciudadano de Israel, y sin embargo su madre acababa de afearle su conducta ante el público reunido, precisamente en medio del esfuerzo más serio y sublime de su joven vida. De esta manera tan poco gloriosa se truncó una de sus mejores oportunidades de enseñar la verdad, predicar la rectitud y revelar el carácter amoroso de su Padre del cielo.

125:6.7 (1384.3) Pero el muchacho estuvo a la altura de las circunstancias. Si consideráis con objetividad todos los factores que se combinaron para dar lugar a esta situación, apreciaréis mejor la sabiduría de la respuesta del chico a la reprimenda involuntaria de su madre. Tras un momento de reflexión Jesús le contestó: «¿Por qué me habéis buscado durante tanto tiempo? ¿Acaso no esperabais encontrarme en la casa de mi Padre, puesto que ha llegado el momento de ocuparme de los asuntos de mi Padre?».

125:6.8 (1384.4) Todos se asombraron ante la forma de hablar del muchacho y se retiraron en silencio para dejarlo a solas con sus padres. El joven alivió enseguida la incómoda situación de los tres diciendo tranquilamente: «Vamos, padres, todos hemos hecho lo que creíamos mejor. Nuestro Padre del cielo ha ordenado estas cosas. Volvamos a casa».

125:6.9 (1384.5) Se pusieron en marcha en silencio y llegaron a Jericó para pasar la noche. Solo se detuvieron una vez, en la cima del Olivete, donde el muchacho levantó su bastón en alto y, temblando de pies a cabeza bajo una intensa emoción, dijo: «Oh Jerusalén, Jerusalén y sus habitantes, ¡qué esclavos sois —sometidos al yugo romano y víctimas de vuestras propias tradiciones— pero volveré para limpiar ese templo y liberar a mi pueblo de este cautiverio!».

125:6.10 (1384.6) Jesús habló poco durante los tres días de viaje hacia Nazaret, y tampoco sus padres dijeron gran cosa delante de él. Eran incapaces de interpretar la conducta de su hijo mayor, pero atesoraban sus palabras en su corazón aunque no acababan de comprender su significado.

125:6.11 (1384.7) Al llegar a casa Jesús hizo una breve declaración a sus padres en la que les aseguró su afecto y les dio a entender que podían estar tranquilos porque no volvería a hacerles sufrir nunca más con su conducta. Concluyó esta importante declaración diciendo: «Si bien debo hacer la voluntad de mi Padre del cielo, obedeceré también a mi padre de la tierra. Esperaré a que llegue mi hora».

125:6.12 (1384.8) Aunque Jesús se negara muchas veces en su fuero interno a acceder a los esfuerzos bienintencionados pero descaminados de sus padres por dictarle el curso de su pensamiento o establecer su plan de trabajo en la tierra, aun así, cumplió con la mayor amabilidad los deseos de su padre terrenal y los usos de su familia en la carne de todas las maneras compatibles con su dedicación a hacer la voluntad de su Padre del Paraíso. Incluso cuando no podía estar de acuerdo, hacía todo lo posible por cumplirlos. Era un artista a la hora de conciliar su dedicación al deber con sus obligaciones de lealtad familiar y servicio social.

125:6.13 (1385.1) José seguía desconcertado, pero María se fue sintiendo reconfortada a medida que reflexionaba sobre estas experiencias. Acabó considerando las palabras de su hijo en el Olivete como proféticas de su misión mesiánica como libertador de Israel y se dedicó con renovada energía a amoldar los pensamientos de su hijo a cauces nacionalistas y patrióticos. Consiguió ganar a su hermano, el tío favorito de Jesús, para la causa. La madre de Jesús se esforzó de todas las maneras posibles en preparar a su hijo primogénito para asumir el liderazgo de aquellos que restaurarían el trono de David y romperían para siempre el yugo del cautiverio político de los gentiles.

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